En el caso de O’Higgins, la fe católica desempeñó un papel importante en su vida, notorio en los años de exilio en Perú, pero cabe pensar que el promedio de los gestores de nuestra Independencia no era más devoto que el promedio de los chilenos de entonces. ¿Y por qué entonces ese voto y su general aceptación? En primer lugar, porque quienes lo formularon estaban conscientes de encontrarse en un momento muy significativo y desde siempre los pueblos han unido a manifestaciones religiosas los episodios más relevantes de su historia. Por otra parte, las circunstancias del momento eran muy difíciles y resulta natural que los seres humanos recurramos a Dios o a la Virgen cuando vemos que nuestras fuerzas no bastan.
La invocación a la Virgen del Carmen tiene una profundidad especial. Como se sabe, su nombre remite al Monte Carmelo, que tuvo gran importancia en la vida del profeta Elías y de todo el pueblo judío. Nos recuerda que los cristianos somos también hijos de Israel.
Chile nació católico. Esto vale para su fundación histórica, con Pedro de Valdivia, y se mantuvo al inicio mismo de su vida republicana, como lo muestra el episodio de Maipú. El cambio de la Monarquía a una República independiente en ningún caso significó una alteración de su sustancia como Nación, de la que el catolicismo forma parte importante. Tampoco cambió esa identidad cuando el año 1925 se abandonó la confesionalidad estatal, con la llamada separación de la Iglesia y el Estado. En efecto, una cosa es que no se reconozca a una religión como oficial del Estado y otra muy distinta que el Estado se comporte como si los ciudadanos carecieran de religión. Eso no sería aconfesionalidad, sino laicismo. No es casual que el mismo O’Higgins que hizo el voto de Maipú haya abogado con fuerza en los últimos años de su vida por instaurar la libertad de cultos. No hay contradicción entre ambas realidades. Por eso, después del año 1925 se mantuvieron intactas diversas tradiciones que muestran el papel que desempeña la religión en la vida pública, desde el Te Deum hasta al reconocimiento como días festivos de diversas conmemoraciones de contenido religioso, como la Inmaculada Concepción y la Navidad, pasando por la enseñanza religiosa en las escuelas públicas.
Algunos quieren transformar a Chile en un Estado laicista, que borre de la vida pública cualquier huella de la religión. Eso no solo resulta indeseable, sino que es destructivo, pues niega lo que nuestro país ha sido desde hace siglos. Un país sin raíces queda privado de realizar un aporte constructivo a la comunidad de las naciones. Chile no resulta comprensible sin el papel que ha desempeñado la religión. En particular, si sacamos de nuestra historia lo que ha hecho la Iglesia en materia educacional y asistencial, en el campo de la cultura y en la pacificación de los espíritus, quedaría muy poco. Negar la importancia de la fe católica para la vida nacional significa dar la espalda a la mejor herencia que nos han dejado los Padres de la Patria.
Joaquín García-Huidobro Correa
(Abogado y Doctor en Filosofía)