Desde hace más de dos siglos que esta manifestación pública de fe y religiosidad une al pueblo chileno. Niños, viejos y jóvenes salen con fervor a la calle para rendir honor a su Reina y Patrona.
Cada tercer domingo de septiembre, con sol o lluvia; frío o calor, miles de chilenos llegan hasta la Catedral de Santiago a acompañar a la Virgen del Carmen en su recorrido por las calles aledañas. Familias completas, colegios, niños, jóvenes y viejos se colocan a lo largo de las veredas céntricas y rezan y cantan a nuestra Madre del Cielo. Es la fe viva del pueblo chileno que, dejando de lado divisiones políticas o económicas, se une en una fiesta común para rezar por la Patria. Juan Pablo II señalaba que “Patriotismo significa amar todo lo que es patrio: su historia, sus tradiciones, la lengua y su misma configuración geográfica”.
Esta tradición que es un gozo para el ojo y el alma, es la manifestación viva y popular del amor por Chile y la necesidad de la intercesión de la Virgen del Carmen para velar por la paz y la unidad de todos. Deja huella en el alma observar a las Fuerzas Armadas, carretoneros, grupos de ancianos, colegios completos, por nombrar sólo algunos, que caminan orgullosos y fervorosos en procesión tras la Virgen engalanada.
Una tradición que ya tiene más de dos siglos y que comenzó en 1778 cuando se realizó la primera en Santiago, el mismo año que se funda la Cofradía. En ese entonces se realizaba cada 16 de julio hasta que en 1818 se traslada al tercer domingo de octubre para conmemorar la promesa que se realiza, en medio de la Batalla de Maipú cuando el general San Martín, viendo flaquear un ala del ejército, grita a la tropa, entusiasmado: “Nuestra Patrona, la Santísima Virgen del Carmen nos dará la victoria y aquí levantaremos la Iglesia prometida para conmemorar este triunfo” y que luego se concreta con el Voto de O´Higgins, cuando en los meses de octubre o noviembre de ese año – no se tiene fecha exacta- colocó la primera piedra de la Iglesia Votiva de Maipú o Capilla de la Victoria. Posteriormente, en 1971, se modificó al último domingo de septiembre por ser el mes de la Patria – es la Patrona de las Fuerzas Armadas- y el día de la oración por Chile, fecha que se mantiene hasta hoy.
Un testimonio que recoge esta mirada es la de Macario Ossa – cuya familia compró en Paris la imagen de la Virgen-, quien en 1879 para la toma del Huáscar relata lo siguiente: “Con la toma del Huáscar la tradicional procesión revistió solemnidad inusitada. Era dar gracias del pueblo a su celestial protectora. ¡Qué procesión aquella! Hasta casi medio metro de altura sobre las calles todo era flores para el paso de la sagrada imagen. Al aparecer el anda de la Virgen resonaron atronadores vivas, rompieron todas las bandas con el himno nacional, lloraba a gritos la concurrencia aclamando a la Virgen del Carmen y hasta los mismos soldados dejaban caer silenciosas y gruesas lágrimas por sus mejillas”
De la Basílica de El Salvador a la Catedral
Durante muchas décadas la Cofradía del Carmen permaneció en el templo del Salvador y la procesión salía desde esa Iglesia, hasta donde llegaban incluso los más recios soldados, vestidos con sus mejores tenidas de galas y montados en sus caballos, para ver pasar a la Virgen, con una actitud de admiración y sumisión.
La histórica imagen se veneró hasta 1985 en la Basílica del Salvador donde presidía el altar de mármol, lapislázuli y bronce, cuya primera piedra fue arrancada del Morro de Arica. Pero luego del terremoto de ese año el lugar quedó en muy malas condiciones, haciéndose necesario un nuevo traslado a la Catedral Metropolitana, donde se halla por decreto desde el 11 de diciembre de 1996.
A pesar del progreso y los evidentes cambios que ha sufrido el entorno de la procesión, ésta sigue siendo la misma de antaño, donde miles de personas salen a las calles junto con la primavera para adornar con flores su camino, mientras múltiples banderas tricolores ondean con la suave brisa de la tarde y el fervor de miles se sigue haciendo patente año a año. Es la misma fe la que une al sacerdote con el obrero; al estudiante con las camareras; a las abnegadas enfermeras de la Cruz Roja; a las señoras de la alta sociedad con las humildes viejecitas que con manos temblorosas recorren las cuentas de sus antiguos rosarios. Así de diversas son las personas que hacen este recorrido junto a la Virgen, la única capaz de congregar por amor a mundos tan diferentes pero que en definitiva son un solo Chile.
El Ángel de Chile
Para don José Benítez la tradición y el cariño por la Virgen del Carmen es algo que conoce desde muy pequeño. Su padre siempre lo llevaba a la procesión y una vez que formó su familia, hizo lo mismo con sus hijos. Pero el terremoto 1985 fue devastador para la Basílica del Salvador, lugar donde se encontraba la figura de la Virgen del Carmen, por lo que fue trasladada hasta la Catedral de Santiago, donde se encuentra hoy. Sin embargo, un Angel que acompañaba a la Virgen quedó abandonado por su deterioro y don José junto a sus hijos decidió salvarlo. En 1991 pidió permiso para sacarlo y restaurarlo y desde entonces, él, sus hijos y nietos, se encargan de mantenerlo, de guardarlo y por supuesto, de sacarlo para la Procesión, a la cual asiste con sus siete hijos –menos una, que es monja y ahora vive en España-, sus15 nietos y dos bisnietos. Cuenta que a todos les gusta ir, que es una tradición y que nunca lo han hecho por obligación sino que por puro gusto de alabar a la Virgen y por supuesto, al Ángel.
“El Ángel creemos que es muy importante, es San Gabriel, el de la Anunciación y va a acompañando a María junto a los otros Santos”, explica don José sentado junto a dos de sus hijos y rodeado de sus nietos y explica que él es muy devoto de la Virgen, de los santos y en especial de los ángeles: “Los curitas le dan poca relevancia, siendo que los ángeles siempre han estado presentes en la vida de Jesús y de los Santos. Son los que anuncian y ayudan”, dice.
Durante el año el Ángel de Chile se guarda en una bodega que mantiene la familia, y lo arman y adornan sólo para la Procesión, a pesar de que a ellos le gustaría que pudiera estar en alguna Iglesia o Parroquia: “No debería estar desarmado”, agrega Ricardo, uno de los hijos, dejando entrever su pena por el hecho de que no se le pueda ir a visitar cualquier día y rezarle como Ángel protector de Chile.
Con fuerza para tirar del carro
Cuando la Virgen del Carmen sale en procesión, la Cofradía es la encargada de llevarla y tirarla a través de las calles. Sin embargo, sus integrantes son todos muy mayores, sobre los 80 casi todos, y por lo tanto sin fuerzas para tirar el pesado carro que la lleva. En 1998 invitaron a dos jóvenes a unirse a la Cofradía para que tiraran del carro. Ellos son José Antonio Ortiz y Felipe León, amigos de toda una vida y miembros activos de la Iglesia y su Parroquia.
Los dos son hombres piadosos y muy comprometidos, están siempre organizando distintas actividades en su parroquia y junto a sus señoras dan clases de catecismos y son monitores de grupos matrimoniales. Sus hijos (tres de José Antonio y dos de Felipe) se han criado como primos y también viven esta cercanía con la Iglesia inculcada por sus padres.
De hecho, cuando salen en procesión, toda la familia los acompaña y ayudan, ya que la tarea es ardua y se cansan mucho, pero lo hacen con una alegría envidiable. “Al principio, cuando me lo pidieron, yo no estaba muy seguro, dije que sí pero sólo por un favor. Pero ahora lo siento como un compromiso de por vida”, dice José Antonio, en lo que coincide Felipe: “Cuesta de repente hacerse el tiempo, pero yo dejo todo lo que tenga que hacer para cumplir con la Virgen”.
Un amor que cautivó a un colegio
Luis Brunetto asumió en 1997 como rector de los colegios de la Fundación Matte en Puente Alto, y como diácono de la Iglesia y ferviente admirador de la Virgen, quiso estampar este sello en sus alumnos. Junto a la banda del colegio comenzó a participar activamente en la procesión. Hoy es la banda instrumental escolar más grande que toca ese día, con más de 140 niños.
El académico recalca la importancia de inculcar a los niños el amor por la Virgen: “Ella es nuestra madre y uno siente el mismo amor que un hijo por su mamá. Además, es la madre protectora que nos favorece en la relación con su hijo Jesús y eso es lo que le vamos transmitiendo a los niños desde que son chiquititos”. Y ellos lo han aceptado así, ya que participan de las actividades que tiene el colegio, como las misas semanales, a las que asisten libremente, o la misma procesión, de la cual gozan y esperan con ansias.
Uno de los aspectos importantes es la labor que cumplen los apoderados. María Llanos, mamá del colegio dice que los padres son fundamentales para la organización: “las mamás se encargan de que los niños vayan ordenados, reciban sus colaciones, que los instrumentos estén limpios; y los papás también son instructores lo que es maravilloso. Es bonito ver el amor que los niños sienten hacia la Virgen, ya que se sienten partícipes e importantes dentro de la procesión”, agrega María.
La banda la integran niños desde 1º básico hasta IVº medio, y para ellos es un sacrificio pero que también los entretiene y acerca a la Virgen. Sebastián, alumno de 5º básico dice que le gusta tocar en la procesión, pero que lo único malo es que “hay que caminar mucho y cansa”.
La familia Kraemer Ezquerra
De descendencia española, los Kraemer Ezquerra siempre han estado muy ligados a la Virgen del Carmen. De hecho, Victoria y su hermana trabajaron un tiempo en el Templo Votivo de Maipú, y su abuela Manuela, murió vestida de café por una manda que hizo.
Por otro lado, Alejandro Kraemer, el padre, fue mayor del ejército hasta el año 90, por lo que siente un especial afecto por la Patrona de las Fuerzas Armadas.
Manuela, hija de los Kraemer Ezquerra, recuerda desde siempre haber ido a la procesión, incluso cuando vivieron en Curicó. “Tradicionalmente nos juntamos todos los tíos y primos en una casa y nos vamos en auto hasta el centro, esperamos siempre en la misma esquina que pase la procesión, y cuando llega la Virgen, nos ponemos detrás de ella y la acompañamos hasta la Catedral”, señala. Con los años se han ido agregando más integrantes, y ahora ya se suma la cuarta generación. Desde la abuela hasta los bisnietos se hacen presente.
Los Kraemer Ezquerra disfrutan de este momento, en el que todos los primos se ven y aprovechan de compartir. Además, siempre después se van a tomar té, primero fue al café Santos, ahora a la casa de alguno de ellos. “Antes iba porque me decían que tenía que ir no más, pero ahora me gusta, es entretenido, lindo. A veces tenía prueba en la universidad y dejaba de estudiar por ir a la procesión”, dice Manuela.
Alejandro, ahora vive en un campo cerca de Curicó, y a pesar de no ser demasiado piadoso, no cambia por nada su amor incondicional hacia la Virgen del Carmen: de hecho tiene una gruta –aun en construcción- donde ha puesto una antigua imagen. No es muy amigo de las Iglesias, sin embargo si ve en alguna a la Virgen del Carmen dentro, no duda en pasar a verla un rato, así como le reza todos los días de su vida. “Una vez estando en Buenos Aires me topé en una Iglesia con su imagen, y nunca se me ha podido olvidar de ese momento”.