San Bernardo, 6 de junio de 2009
Queridos sacerdotes mayores de nuestra diócesis
Con la gracia de Dios es una realidad que el Señor nos va concediendo vocaciones; nuevos hermanos jóvenes que llegan al presbiterio y se unen a nuestro trabajo sacerdotal, haciendo posible una cada vez mejor atención al pueblo cristiano que nos ha sido encomendado y a todos los hombres y mujeres de buena voluntad. Salen de nuestro seminario con una buena formación humana, doctrinal y sacerdotal, pero no pueden adquirir allí una plena formación pastoral, aunque ya todos hayan trabajado en nuestras parroquias, ayudando a los párrocos, en los tiempos asignados para ello.
De esta hermosa realidad surge una tarea que es propia de nosotros, los hermanos mayores en el servicio sacerdotal: recibir a estos hermanos más jóvenes, acogerlos, formarlos y enseñarles a trabajar con el pueblo cristiano en las diversas áreas del apostolado con nuestras comunidades.
Sobre este tema particular quisiera hacerles algunas consideraciones, pues se trata de un proceso que por su propia naturaleza es difícil y requiere sacrificios y esfuerzos y mucha santidad en los más mayores. Hemos de tener en cuenta que la realidad que estamos viviendo hará posible que en un plazo no muy largo en muchas parroquias pueda haber dos o más sacerdotes para el servicio pastoral. En algunos casos, como ya sucede, será posible que se establezcan pequeñas comunidades sacerdotales, donde el hermano mayor llega a hacer las veces de un verdadero padre para los más jóvenes.
Una primera consideración es que ninguno puede sustraerse a esta responsabilidad que, naturalmente, cada uno cumplirá de forma distinta, según su situación y su forma de ser. Los nuevos sacerdotes deberán encontrar en sus hermanos mayores una particular disposición a acogerlos y con la palabra y el ejemplo, enseñarles a realizar un trabajo pastoral eficaz que les ayude a su propia santidad y a levantar el fervor espiritual de todos los destinatarios de su acción pastoral. Es cierto que esta actitud pedagógica se da más en unos que en otros y eso es natural, pero todos debemos hacer esfuerzos para desarrollar estas aptitudes y ponerlas al servicio de la Iglesia, particularmente de nuestros hermanos más jóvenes. En nuestro presbiterio sucede los mismos que en una familia cuando llegan los hermanos pequeños, que deben aprender y ser educados – en gran parte- por los hermanos mayores. Es precisamente con estos nuevos sacerdotes donde deben florecer con fuerza los “particulares vínculos de caridad apostólica, de ministerio y de fraternidad” como enseña el concilio Vaticano II (PO, 6). Por esta razón en la materia que estamos tratando se hace mas fuerte la advertencia paulina: “Es preciso que los hombres vean en nosotros a los ministros de Cristo y a los administradores de los misterios de Dios” (cor. 4, 1)
Luego, la relación que se da entre un sacerdote mayor y uno joven, no sólo viene marcada por la fraternidad, sino también por lo pedagógico, es decir, los más mayores están llamados a enseñar a los jóvenes, lo cual ocurre particularmente con el ejemplo, pues como enseña San Ambrosio “las cosas nos parecen menos difíciles cuando las vemos realizadas en otros (Sobre las vírgenes, 2, 2). Sin embargo, el ejemplo no es siempre suficiente, se requiere una capacidad de diálogo pastoral con los jóvenes en que se le vayan explicando las realidades que enfrentan y la manera de resolverlas. Por tanto, cuando un joven sacerdote o diacono es destinado a una parroquia, quien allí es el pastor- el párroco- debe programar una, manera adecuada y precisa para tratar con el nuevo ministro los temas comunes, es decir un verdadero programa de formación que se realiza en la realidad misma del trabajo pastoral. Como es lógico hay muchas instancias coloquiales también para ello: los viajes, la horas de comidas, alguna salida juntos, etc., pero también debe haber instancias precisas para esta pedagogía pastoral.
No se debe descartar, en todo caso, que una parte de la enseñanza tendrá que fundarse en el ejercicio de la autoridad-servicio de los sacerdotes mayores, que como guías que conduce a la santificación del pueblo de Dios que se le ha confiado, deben ejercerla, primeramente, con aquellos que han sido colocados como sus primeros colaboradores. Como Jesús, ejercemos la autoridad con espíritu de servicio, como “amoris officium” (San Agustín) y dedicación al rebaño, al que se ha venido a servir (cfr. Mc. 10,45). Puede que por la realidad de los tiempos que vivimos nos pueda parecer muy difícil ejercer la autoridad, pero es necesario hacerlo con caridad y con firmeza cuando sea del caso. Si bien hay muchas cosas que pueden hacerse conforme a un cierto acuerdo, hay otras que forman parte del oficio ministerial del presbítero que requiere de un el ejercicio de la autoridad. Un ejercicio de la autoridad humilde y ejemplar siempre es buen camino para que los sacerdotes jóvenes aprendan a amar su propia vocación y servir al pueblo de Dios.
Esta pedagogía sacerdotal con los más jóvenes implica la prudencia de ir haciéndolos participar en las decisiones propias del trabajo pastoral, mediante un diálogo fructífero con quien es el pastor y guía de la comunidad, que sin perder de vista que las determinaciones últimas le corresponden, atrae hacia ellas las voluntades y aptitudes de los más jóvenes.
Un posible peligro que puede presentarse al recibir un nuevo sacerdote es encargarles un determinado trabajo pastoral y luego, por las exigencias del tiempo siempre escaso, no realizar con el nuevo ministro una constante labor de evaluación en que pueda ir exponiendo sus logros y dificultades y encontrando las soluciones en el consejo y la experiencia del hermano mayor. Esto, como es lógico, requiere tiempo y una planificación adecuada. Así, el joven sacerdote tendrá los auxilios y consejos oportunos y no se dejarán llevar por iniciativas no bien maduradas. Si en toda actividad humana es necesario evaluar los resultados, también en nuestro caso – aunque sea la gracia de Dios la que act-úa y no siempre sabemos donde verdaderamente produce sus efectos – es necesario hacerlo.
Otro elemento muy necesario en el caso de que un sacerdote mayor reciba a otro joven como su colaborador en la función pastoral, es la vivencia de una cierta vida comunitaria (SC, 26). Ella dependerá mucho de las circunstancias del trabajo y demás exigencias pastorales, pero siempre podrán crearse instancias- si es posible diarias- para estar juntos. Por de pronto, la oración en común es un camino muy adecuado y especialmente el rezo juntos de alguna parte del Oficio Divino. Las horas de comidas, son, naturalmente, un momento propicio para esos diálogos, pero no sustituye los encuentros más formales. De esta manera se van cultivando profundas y maduras amistades sacerdotales que son una fuente de serenidad y alegría en el ejercicio del ministerio y ayuda en las posibles dificultades que todos enfrentamos en el ministerio sacerdotal.
Otro peligro que ha sido especialmente advertido en el magisterio reciente, es el “activismo pastoral”. Como se señala en el Directorio para el ministerio y la vida de los presbíteros, “no es raro percibir en algunos sacerdotes la influencia de una mentalidad, que equivocada-mente tiende a reducir el sacerdocio ministerial a los aspectos funcionales. Esta concepción reduccionista del ministerio sacerdotal lleva el peligro de vaciar la vida de los presbíteros y con frecuencia, llenarla de formas no conformes al propio ministerio (n. 44). Si este peligro nos acecha a todos y debemos adoptar las medidas para que no se haga real en nuestra vida sacerdotal, de una manera particular puede estar presente en el caso de los jóvenes sacerdotes, en los cuales el deseo y las ansias por ejercer el ministerio están muy presentes. En esta materia el ejemplo del sacerdote mayor será esencial y no debe tener inconvenientes en advertir a los más jóvenes cuando sea necesario. Se debe trabajar sin prisa pero sin pausa y si nos damos cuentas de que esas prisas están haciendo que el joven sacerdotes abandone la piedad, deje de lado los horarios habituales, salga a horas inoportunas u organice encuentros en horas no adecuadas, será necesario intervenir con claridad y caridad.
También quisiera hacer unas consideraciones acerca de la dirección espiritual. Dice el libro del Eclesiástico: “trata a un varón piadoso, de quien conoces que sigue los caminos del Señor, cuyo corazón es semejante al tuyo y te compadecerá si te ve caído. Y permanece firme en lo que resuelvas, porque ninguno será para ti mas fiel que el. El alma de este hombre piadoso ve mejor las cosas que siete centinelas en lo alto de una atalaya. Y en todas ellas ora por ti al Altísimo, para que te dirija por la senda de la verdad. (37, 15-19). Todos sabemos la importancia de un acompañamiento o dirección espiritual en todas las etapas del ministerio sacerdotal. Pero también conocemos que esta ayuda sobrenatural es especialmente necesaria en los primeros años del ejercicio del sacerdocio. Por esta razón es muy decisivo que los más mayores tengan una muy buena disposición a atender espiritualmente a los más jóvenes. No se puede decir: yo no soy para este servicio, pues si somos fieles al Señor El sólo quiere que seamos instrumentos en sus manos. Como nos dejo escrito el Siervo de Dios Juan Pablo II: en la propia vida no faltan las oscuridades e incluso debilidades. Es el momento de la dirección espiritual personal. Si se habla confiadamente, si se exponen con sencillez las propias luchas interiores, se sale siempre adelante, y no habrá obstáculo ni tentación que logre apartaros de Cristo (Carta a los seminaristas de España, Valencia 8-XI-1982).
Queridos sacerdotes mayores de nuestro presbiterio diocesano. Le pido que lean con atención y mediten estas ideas que he escrito para ustedes sobre un tema esencial en el momento que vive nuestra diócesis. De ellas saldrán para cada uno nuevas fuerzas para continuar el camino que el Señor no pide en esta porción del Pueblo de Dios y con ellas asumiremos con nueva fuerza la tarea de formas y enseñar, como verdaderos hermanos mayores y padres a nuestros jóvenes sacerdotes.
En este año sacerdotal, todo deberemos meditar en la corresponsabilidad para sacar adelante los diversos trabajos pastorales de la diócesis, pero entre ellos, sobresale como ninguno, la formación de los jóvenes ministros, que recae particularmente en el Obispo y en los presbíteros mayores de nuestra Iglesia diocesana.
Pongo en las manos del Santo Cura de Ars estas líneas, para que den los frutos que el Señor desea en cada uno de ustedes.
Con mi afectuosos saludo y agradecimiento por el trabajo que todos realizan en bien del pueblo de Dios.
+Juan Ignacio González E.