El Cardenal Renato Martino, Presidente Emérito del Pontificio Consejo Justicia y Paz y el Obispo Mario Toso, S.D.B., Secretario del mismo dicasterio, presentaron hoy en la Oficina de Prensa de la Santa Sede el Mensaje del Papa para la XLIII Jornada Mundial de la Paz, que se celebra el 1 de enero de 2010.
En su intervención, el cardenal recordó que Benedicto XVI había hablado de la paz entendida como “don de Dios en la verdad” (2006); como “fruto del respeto de la persona humana” (2007); como “expresión de la comunión de la familia humana”; como “llamada a eliminar cualquier forma de pobreza material e inmaterial” (2009). Así, “siguiendo un ideal itinerario de paz, llega al contexto en que la humanidad recibe la vocación a la paz: la creación”.
En el Mensaje de este año, el Papa ofrece “una visión cósmica de la paz (…) que se realiza en un estado de armonía entre Dios, la humanidad y la creación” y “en esa perspectiva el ambiente degradado expresa no solamente una ruptura del equilibrio entre la humanidad y la creación, sino un profundo deterioro de la unión entre la humanidad y Dios”.
El Santo Padre manifiesta la “necesidad de actuar”, pero “no propone soluciones técnicas, ni se entromete en políticas gubernamentales”, sino que “llama al compromiso de la Iglesia en defensa de la tierra” y enumera una serie de “perspectivas para un camino común de la humanidad” que parte de “una visión no reductora de la naturaleza y del ser humano”, un llamamiento a la responsabilidad colectiva, “una revisión profunda del modelo de desarrollo”.
En el texto se pide también “coherencia en materia de la destinación universal de los bienes de la creación”, se resalta la “necesidad de una solidaridad renovada entre las generaciones, (…) proyectada en el espacio y el tiempo” y “entre los países desarrollados y los que se encuentran en vías de desarrollo, sin alimentar visiones parciales que tienden a extremar algunas responsabilidades respecto a otras”. Por último, el Papa aboga por “una utilización equilibrada de los recursos energéticos”.
Benedicto XVI concluye expresando “esperanza en la inteligencia y la dignidad del ser humano” y trazando un “recorrido de profundo equilibrio interior y exterior, entre el Creador, la humanidad y la creación”.
Por último, el presidente emérito del Pontificio Consejo Justicia y Paz subrayó que no era casual la decisión del Papa de dedicar el Mensaje de este año al tema de la ecología, ya que coincide con el 30 aniversario de la proclamación de San Francisco de Asís, el autor del Cántico de las Criaturas, como patrono de los cultores de la ecología. “El amor por la creación, si se proyecta en un horizonte espiritual -terminó- puede llevar al ser humano a la fraternidad con el prójimo y a la unión con Dios”.
Ofrecemos a continuación extractos del mensaje:
“Aunque es cierto que, a causa de la crueldad del hombre con el hombre, hay muchas amenazas a la paz y al auténtico desarrollo humano integral -guerras, conflictos internacionales y regionales, atentados terroristas y violaciones de los derechos humanos-, no son menos preocupantes los peligros causados por el descuido, e incluso por el abuso que se hace de la tierra y de los bienes naturales que Dios nos ha dado. Por este motivo, es indispensable que la humanidad renueve y refuerce “esa alianza entre ser humano y medio ambiente que ha de ser reflejo del amor creador de Dios, del cual procedemos y hacia el cual caminamos“.
En 1990, Juan Pablo II habló de “crisis ecológica” (…) e hizo notar “la urgente necesidad moral de una nueva solidaridad”. Este llamamiento se hace hoy todavía más apremiante ante las crecientes manifestaciones de una crisis, que sería irresponsable no tomar en seria consideración. ¿Cómo permanecer indiferentes ante los problemas que se derivan de fenómenos como el cambio climático, la desertificación, el deterioro y la pérdida de productividad de amplias zonas agrícolas, la contaminación de los ríos y de las capas acuíferas, la pérdida de la biodiversidad, el aumento de sucesos naturales extremos, la deforestación de las áreas ecuatoriales y tropicales? ¿Cómo descuidar el creciente fenómeno de los llamados “prófugos ambientales”, personas que deben abandonar el ambiente en que viven -y con frecuencia también sus bienes- a causa de su deterioro, para afrontar los peligros y las incógnitas de un desplazamiento forzado? ¿Cómo no reaccionar ante los conflictos actuales, y ante otros potenciales, relacionados con el acceso a los recursos naturales? Todas éstas son cuestiones que tienen una repercusión profunda en el ejercicio de los derechos humanos como, por ejemplo, el derecho a la vida, a la alimentación, a la salud y al desarrollo”.
No se puede valorar la crisis ecológica separándola (…) del concepto mismo de desarrollo y de la visión del hombre y su relación con sus semejantes y la creación. Por tanto, resulta sensato hacer una revisión profunda y con visión de futuro del modelo de desarrollo, reflexionando además sobre el sentido de la economía y su finalidad, para corregir sus disfunciones y distorsiones. Lo exige el estado de salud ecológica del planeta; lo requiere también, y sobre todo, la crisis cultural y moral del hombre, cuyos síntomas son patentes desde hace tiempo en todas las partes del mundo”.
Las situaciones de crisis (…) son también, en el fondo, crisis morales relacionadas entre sí. Éstas obligan a replantear el camino común de los hombres. Obligan, en particular, a un modo de vivir caracterizado por la sobriedad y la solidaridad, con nuevas reglas y formas de compromiso, apoyándose con confianza y valentía en las experiencias positivas que ya se han realizado y rechazando con decisión las negativas. Sólo de este modo la crisis actual se convierte en ocasión de discernimiento y de nuevas proyecciones”.
El deterioro ambiental es frecuentemente el resultado de la falta de proyectos políticos de altas miras o de la búsqueda de intereses económicos miopes, que se transforman lamentablemente en una seria amenaza para la creación. (…) Cuando se utilizan los recursos naturales, hay que preocuparse de su salvaguardia, previendo también sus costes -en términos ambientales y sociales-, que han de ser considerados como un capítulo esencial del costo de la misma actividad económica. Compete a la comunidad internacional y a los gobiernos nacionales dar las indicaciones oportunas para contrarrestar de manera eficaz una utilización del medio ambiente que lo perjudique. Para proteger el ambiente, para tutelar los recursos y el clima, es preciso, por un lado, actuar respetando unas normas bien definidas incluso desde el punto de vista jurídico y económico y, por otro, tener en cuenta la solidaridad debida a quienes habitan las regiones más pobres de la tierra y a las futuras generaciones”.
Parece urgente lograr una leal solidaridad intergeneracional. (…) El uso de los recursos naturales debería hacerse de modo que las ventajas inmediatas no tengan consecuencias negativas para los seres vivientes, humanos o no, del presente y del futuro; que la tutela de la propiedad privada no entorpezca el destino universal de los bienes; que la intervención del hombre no comprometa la fecundidad de la tierra, para ahora y para el mañana”.
(…) Se ha de reiterar la urgente necesidad moral de una renovada solidaridad intrageneracional, especialmente en las relaciones entre países en vías de desarrollo y aquellos altamente industrializados: (…) La crisis ecológica muestra la urgencia de una solidaridad que se proyecte en el espacio y el tiempo. En efecto, entre las causas de la crisis ecológica actual, es importante reconocer la responsabilidad histórica de los países industrializados. No obstante, tampoco los países menos industrializados, particularmente aquellos emergentes, están eximidos de la propia responsabilidad respecto a la creación, porque el deber de adoptar gradualmente medidas y políticas ambientales eficaces incumbe a todos. Esto podría lograrse más fácilmente si no hubiera tantos cálculos interesados en la asistencia y la transferencia de conocimientos y tecnologías más limpias“.
Es indudable que uno de los principales problemas que ha de afrontar la comunidad internacional es el de los recursos energéticos, buscando estrategias compartidas y sostenibles para satisfacer las necesidades de energía de esta generación y de las futuras. Para ello, es necesario que las sociedades tecnológicamente avanzadas estén dispuestas a favorecer comportamientos caracterizados por la sobriedad, disminuyendo el propio consumo de energía y mejorando las condiciones de su uso. Al mismo tiempo, se ha de promover la búsqueda y las aplicaciones de energías con menor impacto ambiental, así como la “redistribución planetaria de los recursos energéticos, de manera que también los países que no los tienen puedan acceder a ellos”.
Para llevar a la humanidad hacia una gestión del medio ambiente y los recursos del planeta que sea sostenible en su conjunto, el hombre está llamado a emplear su inteligencia en el campo de la investigación científica y tecnológica y en la aplicación de los descubrimientos que se derivan de ella. La “nueva solidaridad” propuesta por Juan Pablo II (…) y la “solidaridad global”, que he mencionado en el Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 2009, son actitudes esenciales para orientar el compromiso de tutelar la creación, mediante un sistema de gestión de los recursos de la tierra mejor coordinado en el ámbito internacional, sobre todo en un momento en el que va apareciendo cada vez de manera más clara la estrecha interrelación que hay entre la lucha contra el deterioro ambiental y la promoción del desarrollo humano integral.
(…) En definitiva, es necesario superar la lógica del mero consumo para promover formas de producción agrícola e industrial que respeten el orden de la creación y satisfagan las necesidades primarias de todos. La cuestión ecológica no se ha de afrontar sólo por las perspectivas escalofriantes que se perfilan en el horizonte a causa del deterioro ambiental; el motivo ha de ser sobre todo la búsqueda de una auténtica solidaridad de alcance mundial, inspirada en los valores de la caridad, la justicia y el bien común.
Cada vez se ve con mayor claridad que el tema del deterioro ambiental cuestiona los comportamientos de cada uno de nosotros, los estilos de vida y los modelos de consumo y producción actualmente dominantes, con frecuencia insostenibles desde el punto de vista social, ambiental e incluso económico. (…) Todos somos responsables de la protección y el cuidado de la creación. Esta responsabilidad no tiene fronteras. Según el “principio de subsidiaridad”, es importante que todos se comprometan en el ámbito que les corresponda, trabajando para superar el predominio de los intereses particulares. Un papel de sensibilización y formación corresponde particularmente a los diversos sujetos de la sociedad civil y las Organizaciones no gubernativas, que se mueven con generosidad y determinación en favor de una responsabilidad ecológica, que debería estar cada vez más enraizada en el respeto de la “ecología humana”.
La Iglesia tiene una responsabilidad respecto a la creación y se siente en el deber de ejercerla también en el ámbito público, para defender la tierra, el agua y el aire, dones de Dios Creador para todos, y sobre todo para proteger al hombre frente al peligro de la destrucción de sí mismo. (…) Los deberes respecto al ambiente se derivan de los deberes para con la persona, considerada en sí misma y en su relación con los demás. Por eso, aliento de buen grado la educación de una responsabilidad ecológica que, como he dicho en la Encíclica “Caritas in veritate” salvaguarde una auténtica “ecología humana” y, por tanto, afirme con renovada convicción la inviolabilidad de la vida humana en cada una de sus fases, y en cualquier condición en que se encuentre, la dignidad de la persona y la insustituible misión de la familia, en la cual se educa en el amor al prójimo y el respeto por la naturaleza.
Por otro lado, una correcta concepción de la relación del hombre con el medio ambiente no lleva a absolutizar la naturaleza ni a considerarla más importante que la persona misma. El Magisterio de la Iglesia manifiesta reservas ante una concepción del mundo que nos rodea inspirada en el ecocentrismo y el biocentrismo, porque dicha concepción elimina la diferencia ontológica y axiológica entre la persona humana y los otros seres vivientes. De este modo, se anula en la práctica la identidad y el papel superior del hombre, favoreciendo una visión igualitarista de la “dignidad” de todos los seres vivientes. Se abre así paso a un nuevo panteísmo con acentos neopaganos, que hace derivar la salvación del hombre exclusivamente de la naturaleza, entendida en sentido puramente naturalista…
Si quieres promover la paz, protege la creación“. La búsqueda de la paz por parte de todos los hombres de buena voluntad se verá facilitada sin duda por el reconocimiento común de la relación inseparable que existe entre Dios, los seres humanos y toda la creación. Los cristianos ofrecen su propia aportación, iluminados por la divina Revelación y siguiendo la Tradición de la Iglesia. Consideran el cosmos y sus maravillas a la luz de la obra creadora del Padre y de la redención de Cristo, que, con su muerte y resurrección, ha reconciliado con Dios “todos los seres: los del cielo y los de la tierra”.
Fuente: VIS