Señaló Monseñor Juan Ignacio González en su mensaje para esta Navidad.
Queridos sacerdotes, diáconos, religiosos y religiosas y fieles de nuestra diócesis:
Al llegar la Navidad, con el nacimiento entre nosotros de Jesús, nuestro Redentor, reciban todos mis saludos y deseos de que este tiempo sea para un espacio de verdadera paz y alegría, junto a sus familias y personas más queridas.
La Virgen sabía que ya estaba próximo el nacimiento de Jesús, y sin embargo emprendió con alegría el viaje a Belén para empadronarse como lo indicaba el edicto de César Augusto. Su pensamiento estaba puesto en el Hijo que le iba a nacer en el pueblo de David. Llegaron a Belén agotados. No hubo para ellos lugar en la posada, dice San Lucas. Las puertas cerradas de nuestras casas no dejaron entrar a Cristo. Al mismo Dios nosotros los hombres cerramos las puertas de nuestras vidas. María siente pena por José, y por aquellas gentes. ¡Qué frío es el mundo para con su Dios! Y fue necesario buscar una cueva en las afueras del pueblo. Allí en ese lugar frío, sucio, pero digno, donde viven los animales sucedió el acontecimiento más grande de la humanidad, con la más absoluta sencillez: se le cumplió la hora del parto (Lucas 2, 6). Jesús recién nacido, no habla; pero es la Palabra Eterna del Padre. Se ha dicho que el Pesebre es una cátedra. Nace pobre, sin ostentación alguna, y nos anima a ser humildes. Hay aquí un primer propósito: abrir nuestra vida, nuestras casas y nuestro corazón a Dios que quiere vivir con nosotros y hacerlo con espíritu de desprendimiento y de humildad.
Jesús, María y José estaban solos. Pero Dios buscó para acompañarles a gente sencilla, unos pastores. Eran humildes y no se asustarían al encontrar al Mesías en una cueva, envuelto en pañales. Esa noche de luz para la humanidad, los pastores son los primeros y únicos en conocer el nacimiento del Salvador. No fueron convocados los grandes de la tierra, sino los humildes y desconocidos. Y esos pastores fueran los primeros mensajeros – misioneros: – ellos irán contando lo que han visto y oído (Lucas 2, 18). Igualmente a nosotros, el Señor se nos revela en medio de la normalidad de nuestros días; y también son necesarias las mismas disposiciones de humildad y sencillez para llegar a Él. Los pastores se ponen en camino con regalos para Jesús: le llevaría lo que tenían a su alcance, pan, queso, leche, lana, etc. Nosotros hemos de ir a Belén con nuestros regalos. No quiere Jesús cosas materiales, sino espirituales: un cambio de conducta, una mejora en el carácter, un dejar la ocasión de ofensa a Dios, una caridad más fina con lo cercanos, un amor efectivo con los más pobres, etc. Lo que más agradecería la Virgen es un alma más entregada y más limpia, más alegre porque es consciente de su filiación divina, y mejor dispuesta a través de una Confesión más contrita.
Cantamos con júbilo en esta Navidad porque el amor está con nosotros hasta el fin de los tiempos. Cuando en la Misa de Nochebuena nos acerquemos a besar al Niño, agradezcamos a Dios su deseo de venir a vivir con nosotros para hacerse entender y querer, y decidámonos a hacernos también niños, para poder así entrar un día en el reino de los cielos. San José, en silencio, mira nuestra cercanía al Niño y espera de cada uno la fidelidad que el mismo vivió en la Sagrada Familia.
Deseo a todos una Santa y Feliz Navidad.
+ Juan Ignacio, Obispo de San Bernardo