Los emigrantes y refugiados, el diálogo religioso con los Judíos y la unidad de los cristianos, fueron los temas principales del Ángelus del Santo Padre.
En primer lugar, el Papa habló de la Jornada Mundial del Emigrante y Refugiado, que se celebra hoy, y afirmó que “la presencia de la Iglesia al lado de estas personas ha sido constante en el tiempo y alcanzó grandes cimas a principios del siglo pasado”, poniendo como ejemplo la obra del obispo Giovanni Battista Scalabrini, beato, y de santa Francesca Cabrini.
“Jesucristo mismo, que recién nacido vivió la dramática experiencia del refugiado a causa de las amenazas de Herodes, enseña a sus discípulos a acoger a los niños con gran respeto y amor”, prosiguió el Papa, recordando que este año la Jornada tenía como protagonistas a los menores refugiados y emigrantes. “Es necesario -subrayó- prestar la máxima atención para que los menores que viven en países extranjeros gocen de garantías en ámbito legislativo y sobre todo que no se les deje solos ante los innumerables problemas que tienen que afrontar”. Benedicto XVI alentó a las comunidades y organismos que se ocupan de estos niños, y exhortó a todos a “mantener viva la sensibilidad educativa y cultural” con ellos, siguiendo el “auténtico espíritu evangélico”.
Después abordó la visita que efectuará esta tarde a la Sinagoga de Roma, casi 24 después de la que llevó a cabo Juan Pablo II, que calificó de “histórica”. La de esta tarde representará “una etapa ulterior en el camino de concordia y amistad entre católicos y judíos”, porque “a pesar de los problemas y las dificultades, entre los creyentes de ambas religiones se respira un clima de gran respeto y diálogo que atestigua cuánto han madurado las relaciones y el compromiso común para valorizar lo que nos une: antes de nada la fe en el único Dios, pero también la tutela de la vida y de la familia, la aspiración a la justicia social y a la paz”.
Por último, Benedicto XVI se refirió a la Semana de Oración por la unidad de los cristianos, que comienza mañana lunes y que todos los años constituye “para cuantos creen en Cristo un tiempo propicio para reavivar el espíritu ecuménico, encontrarse, conocerse, rezar y reflexionar juntos. (…) Nuestro anuncio del Evangelio será más creíble y eficaz cuanto más estemos unidos en su amor, como verdaderos hermanos”.
Una vez rezado el Ángelus, el Santo Padre habló de “la querida población de Haití”, recordando la muerte del arzobispo de Port au Prince y la de tantos sacerdotes, religiosos y seminaristas. “Sigo y animo el esfuerzo de las numerosas organizaciones caritativas -dijo- que se hacen cargo de las inmensas necesidades del país y rezo por los heridos, los que se han quedado sin hogar y por todos los que trágicamente han perdido su vida”.
“En esta Jornada Mundial del Emigrante y del Refugiado -concluyó- me alegra saludar a la representación de las diversas comunidades étnicas que se han dado cita aquí. Deseo que todos participen plenamente en la vida social y eclesiástica, custodiando los valores de su culturas de origen”.