Mientras nos preparamos para concluir esta celebración, mi pensamiento no puede menos de dirigirse al domingo de Ramos de hace veinticinco años. Era 1985, que las Naciones Unidas habían declarado “Año de la juventud”. El venerable Juan Pablo II quiso aprovechar aquella ocasión y, conmemorando la entrada de Cristo en Jerusalén aclamado por sus jóvenes discípulos, dio inicio a las Jornadas mundiales de la juventud. Desde entonces, el domingo de Ramos ha adquirido esta característica, que cada dos o tres años se manifiesta también en los grandes encuentros mundiales, trazando una especie de peregrinación juvenil a través de todo el mundo en el seguimiento de Jesús. Hace veinticinco años, mi amado predecesor invitó a los jóvenes a profesar su fe en Cristo que “tomó sobre sí mismo la causa del hombre” (Homilía, 31 de marzo de 1985, nn. 5, 7: L’Osservatore Romano, edición en lengua española, 7 de abril de 1985, p. 1 y 12). Hoy yo renuevo este llamamiento a la nueva generación a dar testimonio con la fuerza suave y luminosa de la verdad, para que a los hombres y mujeres del tercer milenio no les falte el modelo más auténtico: Jesucristo. Encomiendo este mandato en particular a los trescientos delegados del Foro internacional de jóvenes, que han venido de todas las partes del mundo, convocados por el Consejo pontificio para los laicos.
(En francés)
Acoged con alegría la llamada a seguir a Cristo, a amarlo sobre todas las cosas y a servirlo en sus hermanos. No tengáis miedo de responder con generosidad, si os invita a seguirlo en la vida sacerdotal o en la vida religiosa. A lo largo de esta Semana santa, con María, seguid a Jesús que nos lleva hacia la luz de la Resurrección.
(En inglés)
Hoy comenzamos la Semana santa, el tiempo de oración y reflexión más intenso de la Iglesia, recordando la acogida que brindaron los jóvenes a Cristo en Jerusalén. Hagamos nuestra su alegría dando la bienvenida a Cristo en nuestra vida. Invoco de buen grado la fuerza y la paz de nuestro Señor Jesucristo sobre vosotros y sobres vuestros seres queridos.
(En alemán)
Llenos de alegría, vemos que también en nuestro tiempo muchos jóvenes abren la puerta de su vida a Jesucristo y sin miedo dan testimonio de su Señor y Rey. Que la entrega amorosa de Jesús, que contemplaremos en los misterios de la Semana santa, nos dé la fuerza para no asustarnos ante las exigencias del seguimiento de Cristo.
(En español)
Con la celebración del domingo de Ramos, la Iglesia conmemora la entrada triunfal del Señor en Jerusalén, iniciándose así esta Semana grande y santa, donde celebraremos los misterios de la pasión, muerte y resurrección de nuestro Señor. Os invito, queridos hermanos, a participar con especial fervor en las celebraciones litúrgicas de los próximos días, para experimentar y gozar de la infinita misericordia de Dios, que por amor nos libra del pecado y de la muerte.
(En esloveno)
Os deseo que acojáis siempre con entusiasmo a Jesús como Salvador y que lo sigáis, si es necesario incluso con el sufrimiento, hasta la victoria de la resurrección.
(En polaco)
Preguntemos también nosotros a Jesús: “Maestro bueno, ¿qué he de hacer para tener en herencia la vida eterna?” (Mc 10, 17). Que los misterios de la Semana santa, que de modo especial nos muestran el gran amor de Dios al hombre, nos ayuden a encontrar la respuesta adecuada. A todos os deseo que meditéis a fondo la pasión, muerte y resurrección de Cristo.
(En italiano)
Queridos amigos, no temáis cuando seguir a Cristo conlleve incomprensiones y ofensas. Servidlo en las personas más frágiles y desfavorecidas, especialmente en vuestros coetáneos que atraviesan dificultades. A este propósito, deseo asegurar también una oración especial por la Jornada mundial de los portadores de autismo, promovida por la ONU, que se celebrará el próximo 2 de abril.
En este momento, nuestro pensamiento y nuestro corazón se dirigen de manera especial a Jerusalén, donde se realizó el misterio pascual. Me siento profundamente entristecido por los recientes conflictos y tensiones que se han producido una vez más en esa ciudad, que es patria espiritual de cristianos, judíos y musulmanes, profecía y promesa de la reconciliación universal que Dios desea para toda la familia humana. La paz es un don que Dios encomienda a la responsabilidad humana, para que lo cultive mediante el diálogo y el respeto de los derechos de todos, la reconciliación y el perdón. Oremos, por tanto, para que los responsables del destino de Jerusalén emprendan con valentía el camino de la paz y lo sigan con perseverancia.
Queridos hermanos y hermanas, como hizo Jesús con el discípulo Juan, también yo os encomiendo a María, diciéndoos: Ahí tienes a tu madre (cf. Jn 19, 27). A ella nos dirigimos todos con confianza filial, rezando juntos la oración del Ángelus.
Plaza de San Pedro
Domingo de Ramos 28 de marzo de 2010