El Papa recibió a los participantes en la sesión plenaria de la Pontificia Academia de las Ciencias, que están reflexionando sobre el tema: “El legado científico del siglo XX”.
El Santo Padre afirmó que “por un lado, algunos plantean la ciencia como una panacea, dados sus logros notables en el siglo pasado. Sus avances innumerables” podrían dar a entender que “la ciencia puede contestar a todas las cuestiones relacionadas con la existencia del ser humano, e incluso a sus más altas aspiraciones. Por otro lado, hay quienes temen la ciencia y quienes se distancian de ella debido a su evolución preocupante, como la construcción y el uso terrible de las armas nucleares”.
“La ciencia, por supuesto -continuó-, no se define por ninguno de estos dos extremos. Su tarea era y sigue siendo una paciente y apasionada búsqueda de la verdad sobre el cosmos, la naturaleza y sobre la constitución del ser humano. En esta búsqueda, ha habido muchos éxitos y fracasos, triunfos y reveses”.
Benedicto XVI puso de relieve que “incluso los resultados provisionales constituyen una contribución real para revelar la correspondencia entre el intelecto y las realidades naturales, sobre las que las generaciones posteriores pueden seguir progresando”.
El encuentro de hoy, continuó, “es una prueba de la estima de la Iglesia por la investigación científica y de su gratitud por los esfuerzos científicos, que alienta y de los que se beneficia. En nuestros días, los científicos aprecian cada vez más la necesidad de estar abiertos a la filosofía si quieren descubrir el fundamento lógico y epistemológico de su metodología y sus conclusiones. Por su parte, la Iglesia está convencida de que la actividad científica, en última instancia, se beneficia del reconocimiento de la dimensión espiritual del hombre y de su búsqueda de las respuestas definitivas que permiten el reconocimiento de un mundo que existe independientemente de nosotros, que no entendemos completamente y que sólo podemos comprender en la medida en que entendemos su lógica inherente”.
“Los científicos no crean el mundo; aprenden algo de él e intentan imitarlo, siguiendo las leyes y la inteligibilidad que la naturaleza nos manifiesta. La experiencia del científico como ser humano es, pues, la de percibir una constante, una ley, un logos que no ha creado, pero que, en cambio, ha observado: de hecho, esto nos lleva a admitir la existencia de una Razón todopoderosa, que es distinta de la del hombre, y que sostiene el mundo. Este es el punto de encuentro entre las ciencias naturales y la religión. Como consecuencia, la ciencia se convierte en un lugar de diálogo, en un encuentro entre el hombre y la naturaleza y, potencialmente, entre el hombre y su Creador”.
Al final de su discurso, el Papa propuso dos ideas “para una reflexión más profunda. En primer lugar -dijo-, ya que el aumento de los logros de las ciencias hacen más profunda nuestra maravilla acerca de la complejidad de la naturaleza, es necesario un enfoque interdisciplinar ligado con la reflexión filosófica que conduce a una síntesis. En segundo lugar, los logros científicos en este nuevo siglo deberían ser siempre guiados por el sentido de la fraternidad y la paz, ayudando a resolver los grandes problemas de la humanidad, y dirigiendo los esfuerzos de todos al verdadero bien del hombre y al desarrollo integral de los pueblos del mundo. El resultado positivo de la ciencia del siglo XXI seguramente dependerá en gran medida de la capacidad del científico para buscar la verdad y aplicar los descubrimientos de manera que vayan de la mano con la búsqueda de lo que es justo y bueno”.