En la Solemnidad de la Inmaculada Concepción, el Papa se asomó a la ventana de su estudio para rezar el Ángelus junto a miles de peregrinos congregados en la Plaza de San Pedro.
Benedicto XVI explicó que el misterio de la Inmaculada Concepción es “fuente de luz interior, de esperanza y de consuelo. En medio de las pruebas de la vida, y especialmente de las contradicciones que el ser humano experimenta dentro de sí y a su alrededor, María, Madre de Cristo nos dice que la Gracia es más grande que el pecado, que la misericordia de Dios es más potente que el mal y sabe transformarlo en bien. Desgraciadamente cada día sentimos el mal, que se manifiesta de muchas maneras en las relaciones y en los acontecimientos, pero que tiene su raíz en el corazón del ser humano, un corazón herido, enfermo e incapaz de curarse por sí solo”.
“La Sagrada Escritura nos revela que el origen de todo mal se encuentra en la desobediencia a la voluntad de Dios, y que la muerte se enseñoreó porque la libertad humana cedió a la tentación del Maligno. Pero Dios no abandona su designio de amor y de vida”, subrayó el Santo Padre. “A través de un largo y paciente camino de reconciliación, ha preparado la alianza nueva y eterna, sellada con la sangre de su Hijo, que para ofrecerse en expiación “nació de mujer”. Esta mujer, la Virgen María, se benefició de manera anticipada de la muerte redentora de su Hijo y desde la concepción fue preservada del contagio de la culpa. Por eso, (…) nos dice: confiad en Jesús, Él os salva”.
El Papa concluyó su breve meditación encomendando a la Virgen “las necesidades más urgentes de la Iglesia y del mundo. Que ella -dijo- nos ayude sobre todo a tener fe en Dios, a creer en su Palabra, a rechazar siempre el mal y a escoger el bien”.
Mensaje de María: apertura a la acción del espíritu santo
Como es tradicional en la solemnidad de la Inmaculada Concepción, el Santo Padre fue a las 16,15 a la romana Plaza de España para rendir homenaje a la estatua de María colocada sobre una columna enfrente de la Embajada de España ante la Santa Sede.
Antes de llegar a la Plaza, el Papa se detuvo en la iglesia de la Santísima Trinidad, donde saludó a los Padres Dominicos y a la Asociación de Comerciantes Romanos. Una vez ante la estatua bendijo una cesta de rosas que fue colocada en el pedestal de la columna de la Inmaculada, en presencia de miles de fieles.
“Estamos aquí reunidos en torno a este histórico monumento, que hoy está todo rodeado de flores, signo del amor y de la devoción del pueblo romano por la Madre de Jesús”, dijo el Papa. “Y el regalo más bello (…) que le ofrecemos es nuestra oración, la que llevamos en el corazón y que confiamos a su intercesión”.
“Pero cuando venimos aquí, especialmente en esta celebración del 8 de diciembre, es mucho más importante lo que recibimos de María, respecto a lo que le ofrecemos. Ella nos da un mensaje destinado a cada uno de nosotros, a la ciudad de Roma y al mundo entero. También yo, que soy el Obispo de esta Ciudad, vengo para escuchar ¿Y qué nos dice María? Nos habla con la Palabra de Dios, que se hizo carne en su seno. Su “mensaje” no es otro que Jesús. (…) María nos dice que todos estamos llamados a abrirnos a la acción del Espíritu Santo para poder llegar, en nuestro destino final, a ser inmaculados, plena y definitivamente libres del mal”.
“Este -subrayó el pontífice- es el mensaje de María, y cuando vengo aquí, en esta festividad, me conmueve, porque siento que está dirigido a toda la Ciudad, a todos los hombres y mujeres que viven en Roma: también (…) a quien hoy no se acuerda siquiera que es la Fiesta de la Inmaculada; a quien se siente solo y abandonado. La mirada de María es la mirada de Dios sobre cada uno de nosotros. Ella nos mira con el amor mismo del Padre y nos bendice.”
“La Madre nos mira como Dios la miró a ella, humilde muchacha de Nazaret, insignificante a los ojos del mundo pero elegida y preciosa para Dios. Reconoce en cada uno la semejanza con su Hijo Jesús, ¡aunque nosotros seamos tan diferentes! ¿Pero quién mejor que ella conoce el poder de la Gracia divina? ¿Quién mejor que ella sabe que para Dios nada es imposible?”.
“Este es, queridos hermanos y hermanas -concluyó Benedicto XVI- el mensaje que recibimos aquí, a los pies de María Inmaculada. Es un mensaje de confianza para cada persona de esta Ciudad y del mundo entero”.