Benedicto XVI visitó la parroquia romana de San Maximiliano Kolbe, en la periferia de la capital, donde celebró la Santa Misa. La comunidad parroquial posee desde 2009 una nueva iglesia, dedicada a este santo mártir franciscano polaco.
En la homilía, el Papa subrayó que “el Adviento es una fuerte invitación a dejar entrar cada vez más a Dios en nuestras vidas, en nuestras casas, en nuestros barrios, en nuestras comunidades, para tener una luz en medio de tantas sombras y en las dificultades de cada día”.
Tras poner de relieve que “con el paso del tiempo, la parroquia ha crecido y se ha transformado con la llegada de numerosas personas de los países del Este de Europa y de otros países”, dijo: “Es importante favorecer el diálogo y promover el entendimiento mutuo entre personas procedentes de diferentes culturas, modelos de vida y condiciones sociales”.
“Aquí, como en todas las parroquias -continuó-, hay que partir de los “más cercanos” para llegar a los “más lejanos”, para traer una presencia evangélica en los ambientes de vida y de trabajo. Todos deben encontrar en la parroquia caminos adecuados de formación y experimentar la dimensión comunitaria, que es una característica fundamental de la vida cristiana, (…) haciendo comunidad con todos, unidos en la escucha de la Palabra de Dios y en la celebración de los Sacramentos, en especial de la Eucaristía”.
Comentando el Evangelio de hoy, en el que Juan el Bautista pregunta si es Jesús el Juez que cambiará el mundo o hay que esperar a otro, Benedicto XVI afirmó que “han venido muchos profetas, ideólogos y dictadores que han dicho: “¡No es El! ¡No ha cambiado el mundo! ¡Somos nosotros!”. Y han creado sus imperios, sus dictaduras, su totalitarismo que habría cambiado el mundo. Y lo ha cambiado, pero destruyéndolo. Sabemos que de estas grandes promesas no ha quedado más que un gran vacío y una gran destrucción”.
“El Señor, en el modo silencioso que le es propio, responde: “Mirad lo que he hecho. No he hecho una revolución cruenta, no he cambiado el mundo con la fuerza, sino que he encendido muchas luces que forman, en el tiempo, un gran camino de luz a lo largo de los milenios”.
Refiriéndose posteriormente a San Maximiliano Kolbe, el Papa recordó que “se ofreció a morir de hambre para salvar a un padre de familia”; de Damián de Veuster, dijo que “vivió y murió con y para los leprosos”; y la Madre Teresa De Calcuta, “dio tanta luz a las personas que, después de una vida sin luz, murieron con una sonrisa, porque fueron tocadas por la luz del amor de Dios”.
“De esta manera -añadió- podemos ver cómo el Señor, en la respuesta a Juan, ha dicho que no es la violenta revolución, no son las grandes promesas las que cambian el mundo, sino la luz silenciosa de la verdad, de la bondad de Dios, que es el signo de Su presencia y nos da la certeza de que somos amados hasta el final, y que no somos olvidados, que no somos un producto de la casualidad, sino de una voluntad de amor”.
El Papa concluyó haciendo hincapié en que “Dios está cerca”, (…) pero nosotros, a menudo estamos lejos. Acerquémonos, vayamos a la presencia de su luz, roguemos al Señor y en contacto con la oración nos convertiremos en luz para los demás”.