Benedicto XVI se asomó a por la ventana de su estudio para rezar el Ángelus con los fieles reunidos en la Plaza de San Pedro.
“El Evangelio de este domingo -dijo- presenta la conclusión del “Sermón de la montaña”, en que el Señor Jesús, mediante la parábola de las dos casas construidas una sobre la roca y otra sobre la arena, invita a sus discípulos a escuchar sus palabras y a ponerlas en práctica”
“Jesús es la Palabra viviente de Dios. (…) En toda época y en todo lugar, quien tiene la gracia de conocer a Jesús, especialmente mediante la lectura del santo Evangelio, queda fascinado reconociendo que El (…) nos revela el verdadero rostro de Dios, y al mismo tiempo nos revela como somos, (…) indicándonos la base sólida sobre la que edificar nuestra vida”
Pero a menudo, prosiguió el Santo Padre, “el ser humano no basa ni sus actos ni su existencia sobre esta identidad, y prefiere las arenas del poder, del éxito y del dinero, creyendo que encontrará allí la estabilidad y la respuesta a la perenne demanda de felicidad y de plenitud que lleva en su alma. Y nosotros, ¿sobre qué queremos construir nuestra vida? ¿Quién puede responder verdaderamente a la inquietud de nuestro corazón? ¡Cristo es la roca de nuestra vida! Él es la Palabra eterna y definitiva que libera de toda adversidad, dificultad y malestar”.
“Que la Palabra de Dios inspire toda nuestra vida, pensamiento y acción”, concluyó el Papa exhortando a todos a “reservar un lugar, cada día, a la Palabra de Dios” porque “es también una ayuda inapreciable para protegerse de un activismo superficial, que puede satisfacer momentáneamente el orgullo, pero que al final deja vacíos e insatisfechos”.