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El Papa “replantea” el celibato del clero para reforzarlo

ordenacion1Es el signo, dice, de que Dios existe y se deja tomar por la pasión por Él. Por esto, es un gran escándalo y se le quiere eliminar. La trascripción completa de la última intervención de Benedicto XVI sobre el tema. Y de un sorprendente adelanto del 2006.

Benedicto XVI ha salido al encuentro de quien se esperaba un “replanteamiento” de la regla del celibato del clero latino. Pero lo ha hecho a su modo.

La tarde del jueves 10 de junio, en la plaza San Pedro, en la vigilia de clausura del Año Sacerdotal, respondiendo a cinco preguntas de sendos sacerdotes de los cinco continentes, el Papa Joseph Ratzinger ha dedicado una respuesta precisamente a ilustrar el significado de la castidad de los sacerdotes. Y lo ha hecho en forma original, separándose de la literatura histórica, teológica y espiritual corriente.

La trascripción completa y autenticada de la respuesta del Papa, difundida por el Vaticano dos días después y reproducida más abajo, permite entender en profundidad su razonamiento.

El celibato – ha dicho el Papa – es una anticipación “del modo de la resurrección”. Es el signo de “que Dios existe, que Dios entra en mi vida, que puedo fundar mi vida en Cristo, en la vida futura”.

Por esto – ha continuado – el celibato “es un gran escándalo”. No sólo para el mundo de hoy “en el cual Dios no tiene entrada”. Sino para la misma cristiandad, en la cual “ya no se piensa más en el futuro de Dios y parece suficiente sólo el presente de este mundo”.

Es suficiente esto para entender que un bastión de este pontificado no es el ablandamiento del celibato del clero sino su reforzamiento. Estrechamente conectado con la que Benedicto XVI ha señalado varias veces como la “prioridad” de su misión:

“En nuestro tiempo, en el que en amplias zonas de la tierra la fe está en peligro de apagarse como una llama que no encuentra ya su alimento, la prioridad que está por encima de todas es hacer presente a Dios en este mundo y abrir a los hombres el acceso a Dios. No a un dios cualquiera, sino al Dios que habló en el Sinaí; al Dios cuyo rostro reconocemos […] en Jesucristo crucificado y resucitado”.

Lo afirmó el Papa en la memorable carta abierta escrita por él a los obispos de todo el mundo el 10 de marzo del 2009.

Pero antes, hubo otro importante discurso en el cual Benedicto XVI explícitamente vinculó el celibato del clero a la “prioridad” de conducir a los hombres hacia Dios, y explicó el por qué de este vínculo.

Es el discurso que dirigió a la curia romana el 22 de diciembre del 2006, comentando sus viajes fuera de Italia de aquel año.

misa2A propósito de su viaje a Alemania de tres meses atrás, el de la célebre lección de Ratisbona, el Papa inició de la siguiente manera:

“El gran tema de mi viaje a Alemania fue Dios. La Iglesia debe hablar de muchas cosas: de todas las cuestiones relacionadas con el ser del hombre, con su estructura y su ordenamiento, etc. Pero su tema verdadero, y en varios aspectos único, es ‘Dios’. Y el gran problema de Occidente es el olvido de Dios: es un olvido que se difunde. Estoy convencido de que todos los problemas particulares pueden remitirse, en última instancia, a esta pregunta. Por eso, en ese viaje mi intención principal era poner de relieve el tema de ‘Dios’, consciente de que en algunas partes de Alemania la mayoría de los habitantes no son bautizados y para ellos el cristianismo y el Dios de la fe parecen algo del pasado.

“Al hablar de Dios, también tocamos precisamente el tema que constituyó el interés central de la predicación terrena de Jesús. El tema fundamental de esa predicación es el dominio de Dios, el ‘reino de Dios’. Esas palabras no aluden a algo que vendrá más tarde o más temprano en un futuro indeterminado. Tampoco se refieren al mundo mejor que tratamos de crear paso a paso con nuestras fuerzas. En la expresión ‘reino de Dios’ la palabra ‘Dios’ es un genitivo subjetivo, lo cual significa que Dios no es una añadidura al ‘reino’, de la que se podría prescindir. Dios es el sujeto. Reino de Dios quiere decir, en realidad ‘Dios reina’. Él mismo está presente y es decisivo para los hombres en el mundo. Él es el sujeto y donde falta este sujeto no queda nada del mensaje de Jesús. Por eso Jesús dice: el reino de Dios no viene de tal manera que podamos -por decirlo así- situarnos al borde del camino y contemplar su llegada. ‘Está en medio de vosotros’ (cf. Lc 17, 20 s). Este reino se desarrolla donde se realiza la voluntad de Dios. Está presente donde hay personas que se abren a su llegada y así dejan que Dios entre en el mundo. Por eso Jesús es el reino de Dios en persona: el hombre en el cual Dios está en medio de nosotros y a través del cual podemos tocar a Dios, acercarnos a Dios. Donde esto acontece, el mundo se salva”.

Dicho esto, Benedicto XVI prosiguió vinculando a la cuestión de Dios precisamente la del sacerdocio y del celibato sacerdotal:

“San Pablo llama a Timoteo -y en él al obispo, y en general al sacerdote- ‘hombre de Dios’ (1 Tm 6, 11). La misión fundamental del sacerdote consiste en llevar a Dios a los hombres. Ciertamente, sólo puede hacerlo si él mismo viene de Dios, si vive con Dios y de Dios. Eso lo expresa admirablemente un versículo de un Salmo sacerdotal que nosotros -la generación antigua- rezamos cuando fuimos admitidos al estado clerical: ‘El Señor es el lote de mi heredad y mi copa: mi suerte está en tu mano’ (Sal 15, 5). El orante-sacerdote de este Salmo interpreta su vida partiendo de la forma de distribuir el territorio establecida en el Deuteronomio (cf. Dt 10, 9). Después de tomar posesión de la Tierra, cada tribu obtiene por sorteo su lote de la Tierra santa y así participa en el gran don prometido al patriarca Abraham. Sólo la tribu de Leví no recibe ningún lote: su tierra es Dios mismo. Esta afirmación tenía, ciertamente, un sentido muy práctico. Los sacerdotes no vivían, como las demás tribus, del trabajo de la tierra, sino de las ofertas. Sin embargo, la afirmación es aún más profunda: Dios mismo es el verdadero fundamento de la vida del sacerdote, la base de su existencia, la tierra de su vida. La Iglesia, en esta interpretación veterotestamentaria de la vida sacerdotal -una interpretación que se repite varias veces también en el Salmo 118- ha visto con razón la explicación de lo que significa la misión sacerdotal siguiendo a los Apóstoles, en comunión con Jesús mismo. El sacerdote puede y debe decir también hoy con el levita: ‘Dominus pars hereditatis meae et calicis mei’. Dios mismo es mi lote de tierra, el fundamento externo e interno de mi existencia. Esta visión teocéntrica de la vida sacerdotal es necesaria precisamente en nuestro mundo totalmente funcionalista, en el que todo se basa en realizaciones calculables y comprobables. El sacerdote debe conocer realmente a Dios desde su interior y así llevarlo a los hombres: este es el servicio principal que la humanidad necesita hoy. Si en una vida sacerdotal se pierde esta centralidad de Dios, se vacía progresivamente también el celo de la actividad. En el exceso de las cosas externas, falta el centro que da sentido a todo y lo conduce a la unidad. Falta allí el fundamento de la vida, la ‘tierra’ sobre la que todo esto puede estar y prosperar.

“El celibato, vigente para los obispos en toda la Iglesia oriental y occidental, y, según una tradición que se remonta a una época cercana a la de los Apóstoles, en la Iglesia latina para los sacerdotes en general, sólo se puede comprender y vivir, en definitiva, sobre la base de este planteamiento de fondo. Las razones puramente pragmáticas, la referencia a la mayor disponibilidad, no bastan. Esa mayor disponibilidad de tiempo fácilmente podría llegar a ser también una forma de egoísmo, que se ahorra los sacrificios y las molestias necesarias para aceptarse y soportarse mutuamente en el matrimonio; de esta forma, podría llevar a un empobrecimiento espiritual o a una dureza de corazón. El verdadero fundamento del celibato sólo puede quedar expresado en la frase: ‘Dominus pars’, Tú eres el lote de mi heredad. Sólo puede ser teocéntrico. No puede significar quedar privados de amor; debe significar dejarse arrastrar por el amor a Dios y luego, a través de una relación más íntima con él, aprender a servir también a los hombres.

“El celibato debe ser un testimonio de fe: la fe en Dios se hace concreta en esa forma de vida, que sólo puede tener sentido a partir de Dios. Fundar la vida en él, renunciando al matrimonio y a la familia, significa acoger y experimentar a Dios como realidad, para así poderlo llevar a los hombres. Nuestro mundo, que se ha vuelto totalmente positivista, en el cual Dios sólo encuentra lugar como hipótesis, pero no como realidad concreta, necesita apoyarse en Dios del modo más concreto y radical posible. Necesita el testimonio que da de Dios quien decide acogerlo como tierra en la que se funda su propia vida.

“Por eso precisamente hoy, en nuestro mundo actual, el celibato es tan importante, aunque su cumplimiento en nuestra época se vea continuamente amenazado y puesto en tela de juicio. Hace falta una preparación esmerada durante el camino hacia este objetivo; un acompañamiento continuo por parte del obispo, de amigos sacerdotes y de laicos, que sostengan juntos este testimonio sacerdotal. Hace falta la oración que invoque sin cesar a Dios como el Dios vivo y se apoye en él tanto en los momentos de confusión como en los de alegría. De este modo, contrariamente a la tendencia cultural que trata de convencernos de que no somos capaces de tomar esas decisiones, este testimonio se puede vivir y así puede volver a introducir a Dios en nuestro mundo como realidad”.

Volviendo a leer este discurso de diciembre del 2006, no sorprende que Benedicto XVI sigue todavía dedicando tantas energías al clero.

El lanzamiento del Año Sacerdotal, proponer figuras ejemplares como el santo Cura de Ars, el reforzamiento del celibato hacen parte – en la visión del Papa – de un plan muy coherente, que hace unidad con la “prioridad suprema y fundamental de la Iglesia y del sucesor de Pedro en este tiempo”, es decir, con el “conducir a los hombres a Dios”.

Del diálogo de Benedicto XVI con los sacerdotes
La noche del 10 de junio del 2010 en la plaza San Pedro, en esta misma vigilia de cierre del Año Sacerdotal, Benedicto XVI respondió preguntas realizadas por sacerdotes de los 5 continentes.

Sobre el “escándalo” del celibato

Sobre la teología “científica”

Sobre la caída de las vocaciones

 Fuente: http://chiesa.espresso.repubblica.it