Mensaje al inicio del Mes del Sagrado Corazón de Jesús

 

Monseñor Juan Ignacio González ha querido compartir el siguiente mensaje en este mes del Sagrado Corazón:

Nos enseña el Catecismo de la Iglesia que “Jesús, durante su vida, su agonía y su pasión nos ha conocido y amado a todos y a cada uno de nosotros y se ha entregado por cada uno de nosotros: “El Hijo de Dios me amó y se entregó a sí mismo por mí” (Ga 2, 20). Nos ha amado a todos con un corazón humano. Por esta razón, el sagrado Corazón de Jesús, traspasado por nuestros pecados y para nuestra salvación (cf. Jn 19, 34), “es considerado como el principal indicador y símbolo… del amor con que el divino Redentor ama continuamente al eterno Padre y a todos los hombres” (Pio XII, Enc. “Haurietis aquas”: DS 3924; cf. DS 3812)”.

En este mes dedicado al Sagrado Corazón de Jesús es bueno detenerse en la consideración y meditación de Jesucristo en su humanidad, igual a la nuestra en todo menos en el pecado. Toda la vida de Jesús es un camino – Yo soy el camino – que nos muestra nuestra propia vida en cada una de sus facetas. San Agustín enseña que debemos “ir por medio del Verbo hecho carne al Verbo que era en el principio con Dios” (Trat. Evang. S. Juan, 13, 14). Por la consideración de la humanidad del Hijo, llegamos al Padre y a la misma Santísima Trinidad, misterio central de la enseñanza cristiana. San Pablo nos enseña que hemos de seguir las huellas de Señor, que nos dejó marcadas en su paso por esta tierra.

¿Cómo haremos para seguir el camino de Jesús? Primero conocerlo, que no es otra cosa que meditar diariamente la vida del Señor en el Evangelio o en otros libros espirituales y, especialmente, en lo que sobre la vida y obras de Nuestro Señor han escrito los Santos y Padres de la Iglesia. “Muchas veces he ido a buscar la definición, la biografía de Jesús en la Escritura. La encontré leyendo que, con dos palabras, la hace el Espíritu Santo: “Paso haciendo el bien” (Hch 10, 38). Todos los días de Jesucristo en la tierra, desde su nacimiento hasta su muerte, fueron así: pertransit benefaciendo, los llenó haciendo el bien. Y en otro lugar recoge la Escritura: bene omnia fecit (Mc 7, 37): todo lo acabó bien, terminó todas las cosas bien, no hizo más que el bien (J. Escrivá, Es Cristo que pasa, 16).

Para amar a Dios, imitando a Jesucristo, debemos ser hombres y mujeres que siempre desean, buscan y aman el bien del prójimo. Pasar por esta tierra, en medios de nuestras familias, en el trabajo y en la vida social, en los negocios y en la diversión, etc, haciendo el bien, requiere de cada uno de nosotros que habitualmente nos preguntemos si buscamos ese bien. Descubriremos que muchas veces nos embarga el desamor al prójimo, la odiosidad, los juicios negativos, el mal deseo o la mentira. Es una manifestación de aquella realidad presente en todos, nosotros, consecuencia del pecado original, que nos dejó inclinados al mal y que sólo se cura cuando acudimos con humildad a la gracias que Cristo nos ganó con su vida y muerte. Y esa gracia se consigue de Dios por la humilde petición, porque es un regalo gratuito, que nadie merece, que nadie puede adquirir por si solo.
Enseña Santa Rosa de Lima: “¡Oh, si conociesen los mortales qué gran cosa es la gracia, qué hermosa, qué noble, qué preciosa, cuántas riquezas esconde en si, cuántos tesoros, cuántos júbilos y delicias! Sin duda emplearían toda su diligencia, afanes y desvelos en buscar penas y aflicciones; andarían todos por el mundo en busca de molestias, enfermedades y tormentos, en vez de aventuras, para conseguir el tesoro inestimable de la gracia. Esta es la mercancía y logro último de la paciencia. Nadie se quejaría de la cruz ni de los trabajos que le caen en suerte, si conociera las balanzas donde se pesan para repartirlos entre los hombres” ( Escritos. Al médico Castillo, l.c., pp., 54 – 55)

El Corazón de Jesús, su amor por cada uno de nosotros, sus dolores, su paciencia, sus sufrimientos por los pecados del mundo y sobre todo su dolorosa pasión, es la fuente de la gracia que nos hace poder vivir como hijos de Dios y nos promete la vida eterna, porque nos eleva a una vida sobrenatural. Pero es necesario en cada uno de nosotros una disposición, un ponerse en la condiciones de recibirla y el camino es el de la humildad, “pedid y se os dará”, nos dice el Señor. El Corazón de Jesús quiere que cada uno de nosotros ore con muchas mayor intensidad, que sobre todo ante el Señor en el Santísimo Sacramento del Altar tengamos actitud de adoración y veneración. De aquí la decisiva importancia que tienen las capillas de Adoración al Santísimo Sacramento y la presencia de muchas personas en ellas, orando y adorando a Jesús.

Caminemos de la mano del Sagrado Corazón, especialmente durante este mes, pidámosles con humildad por la salvación del mundo, por nuestra propia vida de servicio a los demás, por la paz del mundo, por la Iglesia perseguida, por nuestra propia realidad diocesana, y sobre todo, que nos conceda el don inmenso de enviar muchas vocaciones a la vida sacerdotal y religiosa. Recordemos la promesa de Jesús “Todo lo que pidan orando con fe, lo recibirán” (Mt 21,22) y acerquemos nuestra peticiones a su Corazón Divino, pero también humano como el nuestro, comprensivo, amante y paciente. El nos concederá lo que cada uno necesita y lo que el mundo y nuestra Iglesia requiere en cada momento.

ISagrado Corazón de Jesús en vos confío¡ digamos muchas veces con fe y devoción.

1 de Junio de 2017, memoria de San Justino Mártir

 

+Juan Ignacio González Errázuriz
Obispo de San Bernardo