Sin ttulo-1

Carta Pastoral al inicio del año 2018

Sin ttulo-1Publicamos a continuación la misiva que Mons. Juan Ignacio González envía a los sacerdotes de la Diócesis de San Bernardo con motivo del inicio del año pastoral 2018.

Queridos sacerdotes

Iniciamos una vez más los trabajos pastorales propios de la vida diocesana. Lo hacemos en medio del tiempo de Cuaresma, durante el cual vamos preparando nuestra vida y las de nuestras comunidades al momento culminante del año litúrgico, cuando acompañamos al Señor en su camino hacia Pasión, Muerte y Resurrección gloriosa.

Frente al abatimiento, la fuerza del Buen Pastor

Durante este año hemos tenido la visita a nuestra tierra del Papa Francisco, que con sus palabras, actitudes y ejemplos nos ha confirmado en el camino a seguir. La lectura atenta y meditada de las enseñanzas que nos dejó el Papa es un camino necesario para orientar nuestra vida y nuestro trabajo con las comunidades. Especialmente en un tiempo de confusiones en el ámbito doctrinal y disciplinar, es muy necesario profundizar en la capacidad propia de un pastor de aproximarse a las realidades nuevas y observarlas desde la fe en Jesucristo y las enseñanzas de la Iglesia, para poder discernir qué es lo más conveniente para el pueblo de Dios que nos ha sido encomendado. Como nos enseñó el Papa Francisco en sus palabras en la Catedral de Santiago, nuestro mundo y quizá nosotros mismos, estamos rodeados de un cierto sentimiento de orfandad, de sentirse solos, de no tener las respuestas adecuadas a los desafíos que se nos presentan. “Están naciendo nuevas y diversas formas culturales que no se ajustan a los márgenes conocidos. Y tenemos que reconocer que, muchas veces, no sabemos cómo insertarnos en estas nuevas circunstancias. A menudo soñamos con las «cebollas de Egipto» y nos olvidamos que la tierra prometida está delante, no atrás. Que la promesa es de ayer, pero para mañana. Y entonces podemos caer en la tentación de recluirnos y aislarnos para defender nuestros planteos que terminan siendo no más que buenos monólogos. Podemos tener la tentación de pensar que todo está mal, y en lugar de profesar una «buena nueva», lo único que profesamos es apatía y desilusión. Así cerramos los ojos ante los desafíos pastorales creyendo que el Espíritu no tendría nada que decir. Así nos olvidamos que el Evangelio es un camino de conversión, pero no sólo de «los otros», sino también de nosotros”.

Somos los buenos pastores – a semejanza del único Buen Pastor de nuestra almas, Jesucristo, el Señor – y nuestras comunidades y lo que Dios y el santo pueblo cristiano espera, es que hagamos con amor y dedicación aquello a lo que hemos sido llamados y cumplamos fielmente con nuestro testimonio. Predicar la Palabra de Dios a tiempo y a destiempo y llevar la gracia de los sacramentos a todos los que buscan en medio de la oscuridad a nuestro Dios, guiar con nuestras palabras y con nuestro ejemplo a todos. ¡Esa es nuestra gran misión! Como enseñó un Padre de los primeros siglos: “que los presbíteros tengan entrañas de misericordia y se muestren compasivos para con todos, tratando de traer al buen camino a los que se han extraviado; que visiten a los enfermos […], que procuren el bien no sólo ante Dios, sino también ante los hombres; que se abstengan de toda ira, de toda acepción de personas, de todo juicio injusto; que vivan alejados del amor al dinero, que no se precipiten creyendo fácilmente que los otros han obrado mal, no sean severos en sus juicios, teniendo presente que todos estamos inclinados al pecado”. (S. Policarpo, Carta a los Filipenses, 6, 1-6).

Seguir anclados en la Eucaristía

Durante el mes de marzo iniciaremos en todas las diócesis del país el Congreso Eucarístico Nacional, que en cada una tendrá sus propias características y que busca poner al centro de la vida de la Iglesia al Señor, presente en la Sagrada Eucaristía y, desde el descubrimiento y la adoración de su real presencia, nos impulsa a vivir una vida de servicio a los demás, especialmente a los más descartados, los pobres del alma y del cuerpo, los que están – en palabras del Papa – en las periferias de la vida y que por ello se sienten solos, están solos o experimentan el abandono. Sin desfallecer, pongamos al Señor en la Santa Eucaristía en el corazón de nuestra vida y en la vida de nuestras comunidades, confiando plenamente en su acción y su gracia, que a nadie falta si somos fieles y humildes. Las palabras del Señor son siempre nuestro fundamento y nuestra fuerza: “Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo. Quien comiere de este pan, vivirá eternamente, y el pan que yo daré es mi misma carne para la vida del mundo”. (Jn 6, 51-52), porque “Mi carne verdaderamente es comida, y mi sangre verdaderamente es bebida. Quien come mi carne y bebe mi sangre en mi mora y yo en el”. (Jn 6, 56-57). Nunca hay orfandad si estamos tomados de la mano del Señor y vivimos en su presencia, aunque el mundo – incluso la Iglesia – se tambalee a nuestro alrededor.

Trabajar siempre unidos, en comunidad

Nuestra vida como Iglesia que camina en el seguimiento del Señor, no puede desarrollarse sin esta doble dimensión: la búsqueda de la santidad de cada uno en sus propias realidades sacerdotales y del trabajo pastoral de todos los días, y el servicio – yo estoy entre ustedes como el que sirve, dice el Señor – a los demás. No nos santificamos solos, sino en comunidad, como ha resaltado el Papa, durante sus catequesis entre nosotros. A los Obispos de Chile el Papa Francisco nos ha pedido tener claridad acerca de la misión de la Iglesia. “La falta de conciencia de que la misión es de toda la Iglesia y no del cura o del obispo limita el horizonte, y lo que es peor, coarta todas las iniciativas que el Espíritu puede estar impulsando en medio nuestro. Digámoslo claro, los laicos no son nuestros peones, ni nuestros empleados. No tienen que repetir como «loros» lo que le decimos. El clericalismo, lejos de impulsar los distintos aportes y propuestas, poco a poco va apagando el fuego profético que la Iglesia toda está llamada a testimoniar en el corazón de sus pueblos. El clericalismo se olvida de que la visibilidad y la sacramentalidad de la Iglesia pertenece a todo el Pueblo fiel de Dios (cf. Lumen Gentium, 9-14) y no sólo a unos pocos elegidos e iluminados (Ibíd.).”

Llevar adelante la misión evangelizadora es tarea común de todos nosotros, cada una en la función en que ha sido llamado y la nuestra, como ministros del Señor, es ser luz y guía. Ninguno puede mirar como desde lejos lo que hace la Iglesia, como el que mira desde un balcón el paso de las personas y los acontecimiento, sino que es necesario bajar e integrarse y caminar juntos a los demás hermanos sacerdotes y a los laicos de nuestras comunidades, trabajar juntos y discernir junto con ellos que es más oportuno para la comunidad que se te ha encomendado en cada momento de su itinerario. En esto consiste, esencialmente, una Iglesia sinodal, como nos pide el Papa Francisco. Expresemos esta realidad sinodal con nuestra constante presencia y aporte en las diversas instancia de participación del presbiterio: reuniones de zona o decanales, de presbiterio, jornadas, etc, y también en el ámbito parroquial, mediante el Consejo Pastoral y el Consejo Económico que debe estar constituido formalmente y tener sus encuentros regulares.

Un camino señalado por nuestras orientaciones

Para iluminar nuestro camino diocesano tenemos las Orientaciones Pastorales 2017-2022, que son el fruto maduro de un trabajo conjunto y donde se expresan las prioridades pastorales específicas, entre las que destacan la pastoral familiar, la pastoral vocacional, la pastoral de los presbíteros y diáconos, la pastoral juvenil, la pastoral social y la pastoral de las comunicaciones, cada una de ellas con un breve diagnóstico y concretas propuestas para ser llevadas adelante en cada comunidad. Cada uno de ustedes, buenos pastores del pueblo de Dios, ha de descubrir cómo hacer realidad esas prioridades en la vida de sus fieles y en las comunidades parroquiales donde son servidores. Un primer paso, del todo necesario, es compartir con los agentes pastorales estas orientaciones en un jornada o de otra manera, para que sean conocidas y el Espíritu Santo pueda suscitar en ellas iniciativas para hacerlas realidad.

Pastoral juvenil y vocaciones al sacerdocio

Entre esas prioridades ocupa un lugar esencial la pastoral juvenil y vocacional, que requiere de todos y de cada uno un empeño personal, que busque dedicar mayor tiempo – quizá dejando otras cosas – al trabajo con jóvenes. Como todos saben, se ha nombrado un encargado de dicha pastoral a nivel diocesano, cuyo fin el promover el trabajo apostólico con ellos, buscando hacerlos protagonistas de un nuevo impulso evangelizador. La forma y estilo con que el Papa Francisco se aproximó a los jóvenes, los atrajo y movió a la acción en Maipú es un ideario o camino para todos nosotros. Repasar y meditar esas palabras de tanto en tanto será un buen incentivo para descubrir maneras nuevas de acercarse a los jóvenes. Pero ello requiere audacia e innovación, meterles las cabeza y el corazón en el Corazón de Jesús y desde él llevarlo por caminos de compromiso, especialmente con los más necesitados. También nosotros debemos descubrir como bajar a los jóvenes del sillón, que se pongan los zapatos y caminen junto a la Iglesia. Pido a todos apoyar seriamente este nuevo empeño en que estamos embarcados, integrándose con sus jóvenes en las actividades que se vaya desarrollando.

Ese trabajo con los jóvenes será el que luego de lugar a posibles llamados de muchos de ellos a la vida sacerdotal o religiosa. Recordemos el método vocacional que nos trasmite el santo Evangelio: “Andrés encontró a su hermano Simón y le dijo: Hemos hallado al Mesías, que quiere decir el Cristo. Le condujo a Jesús, que, fijando en él la vista, dijo: Tú eres Simón, el hijo de Jonás; tú serás llamado Cefas, que quiere decir Pedro.” (Jn 1, 41-42). Como nos dijo el Papa: “No existe el selfie vocacional, no existe. La vocación exige que la foto te la saque otro, y ¡qué le vamos a hacer! Así son las cosas”. Somos nosotros los “fotógrafos” y para ello es necesario sacar a cada uno su foto, es decir, tratar personalmente – con la compañía y el consejo espiritual y humano – a cada joven.

Queridos hermanos, estamos llamados – tenemos la gracia de Dios para ello – a descubrir a muchos jóvenes el llamado a la vocación sacerdotal. Para ello es necesario que cada uno de nosotros procuré una mayor comunión y trabajo conjunto con el equipo vocacional del Seminario, estando presente en sus actividades, secundado los encuentros, llevando personalmente a los jóvenes que sientan una posible llamada. “Todo sacerdote tiene necesidad – signo inequívoco de amor a su misión – de promover vocaciones al sacerdocio. Esta exigencia, que afecta a todo el Pueblo de Dios, recae especialmente sobre el sacerdote, que ha de sentir el anhelo de dar un testimonio constante de servicio y de la alegría de su vida de entrega, y de emplear todos los medios, en primer lugar los sobrenaturales, para que sean muchos quienes, sintiendo las necesidades de la Iglesia y la grandeza de la vocación sacerdotal, sepan hacer de su vida un servicio ministerial a Dios y a los hombres. El sacerdote ha de tener el corazón puesto en el seminario, sabiendo que los nuevos presbíteros serán continuadores de su misión y corona de su vida de entrega” (Beato A. Del Portillo, Escritos sobre el sacerdocio, p. 49)
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Queridos hermanos sacerdotes, tenemos, como toda la Iglesia, un camino que seguir, que nos es mostrado por Aquel que es el Camino, la Verdad y la Vida, Jesús, el Señor; hemos recibido las palabras precisas de su Vicario en la tierra el Papa Francisco, y como diócesis contamos con las Orientaciones Pastorales. ¿Qué queda entonces? Caminar juntos, meditando los caminos que el Señor nos propone y llevar adelante nuestra vocación de discípulos y misioneros, que forma parte de nuestra identidad, comprometidos con el ministerio sacerdotal. María, Reina de la Iglesia y Madre de los sacerdotes es la antorcha que nos alumbra el camino de Jesús.

+ Juan Ignacio

19 de marzo de 2018, Solemnidad de San José, esposo de la Sma. Virgen María