El año que ha comenzado será un tiempo especial. Es posible que la situación de inestabilidad social que hemos vivido se mantenga e incluso pueda verse incrementada en razón de los acontecimientos políticos que vienen, en especial la consulta plebiscitaria del mes de abril. Para quienes creen en la Providencia de Dios y en el cuidado que tiene sobre sus hijos, todos los tiempos son buenos y ocasión de servir al Señor y al prójimo.
Todos los acontecimientos de nuestra vida, si los apreciamos con sentido sobrenatural, son parte del camino que nos lleva al Señor. En todos los tiempos que nos toca vivir hemos de anunciar el Evangelio de Cristo, con nuestra palabra y con nuestro ejemplo, iluminando las realidades terrenas con la luz que viene de Dios. No se trata de una visión idealista, sino de reconocer que el Dios de la historia dirige el destino del mundo y de cada uno de nosotros, incluso cuando nos oponemos a sus planes. El Apóstol Santiago nos enseña: “Tened, hermanos míos, por sumo gozo veros rodeados de diversas pruebas”. (St 1, 2) Ellas pueden referirse a aspectos personales o también a las dificultades que como nación podemos enfrentar. Muchas personas en estos meses han sufrido en razón de la inseguridad, la violencia, la odiosidad que se ha levantado y sin embargo esos temores y dolores, del alma y del cuerpo, son parte de un camino de purificación, de servicio a los más débiles y de vivir una fraternidad más fuerte entre nosotros.
San Agustín escribió que “todos los tiempos son de martirio. No se diga que los cristianos no sufren persecución; no puede fallar la sentencia del Apóstol: Todos los que quieran vivir piadosamente en Cristo Jesús, padecerán persecución (2Tm 3, 12). Todos, dice, a nadie excluye, a nadie exceptúa. Si quieres probar ser cierto ese dicho, empieza tu a vivir piadosamente y veras cuánta razón tuvo para decirlo”. Por ello, el tiempo que viene es también un tiempo de esperanza, de no dejarse abatir por la desolación – como nos ha advertido en varias ocasiones el Papa Francisco –porque nuestra confianza no está puesta en los hombres, en las estructuras, en las decisiones políticas, sino en Dios, que es Padre amoroso de todos y a todos cuida y a nadie desprecia. En el tiempo presente lo que la Iglesia espera de sus hijos es el testimonio de cada uno en la vivencia de las enseñanzas del Evangelio. Meditar la vida de Jesús, conocer sus pasos, sus alegrías y los dolores que hubo de padecer por nosotros, son un camino necesario para enfrentar con sentido cristiano todos los acontecimientos.
Cada uno ha de formarse e informarse adecuadamente sobre las diversas propuestas que se hacen para mejorar la vida social, para que haya más justicia en la relaciones entre las personas, para que nadie quede excluido de un verdadero desarrollo, no solo material, sino especialmente moral. Las crisis que vivimos se nos aparecen como políticas, pero son crisis éticas, es decir, sus verdaderas causas están en nuestros comportamientos alejados del orden moral, sea personal o social. En definitiva, en que como sociedad nos hemos ido apartando de los mandamientos que nos dejó el Señor y de la vivencia de las bienaventuranzas, que resumen el comportamiento y orientación de toda nuestra vida.
Como enseña el Concilio Vaticano II: “las cosas creadas y la sociedad misma gozan de propias leyes y valores, que el hombre ha de descubrir, emplear y ordenar poco a poco”. La misión de la Iglesia es contribuir a encarnar en las realidades políticas, económicas, sociales y culturales, un mensaje de responsabilidad, fraternidad, humanidad y esperanza, para la construcción de una sociedad más justa y solidaria, fundada en el Evangelio y en la centralidad del mensaje de Cristo. Las decisiones que como ciudadanos deberemos adoptar en este año se refieren a asuntos sobre los cuales existen legítimas diferencias y a la Iglesia le corresponde reafirmar que todos los ciudadanos tienen libertad para discernir lo que consideran de mayor bien para el país. Este discernimiento lleva consigo, sin embargo, la obligación de todos de participar, con sus ideas y con su voto, en las decisiones a las que hemos sido convocados.
Al empezar el tiempo de Cuaresma, con la celebración del Miércoles de Cenizas, debemos aprovechar para meditar en la finitud de nuestra vida, en la necesidad de trabajar arduamente para que las enseñanzas del Señor estén al centro de la vida de nuestra Patria, a llevar con empeño y dedicación las tareas de servicio a los demás, a encauzar los procesos que vivimos con los valores de la Doctrina Social de la Iglesia.
+ Juan Ignacio