Revista Omnes conversó con el Cardenal Péter Erdő, arzobispo de Esztergom-Budapest y Primado de Hungría, con motivo del Congreso Eucarístico Internacional y la visita que realizó el Papa Francisco a Budapest, en septiembre de este año.
¿Qué dificultades se plantean a la Iglesia en el contexto que ha descrito?
Un gran desafío en Hungría ha sido la red de las escuelas católicas. Hoy la Iglesia -las diócesis, las órdenes religiosas, etc.- tiene unas 770 escuelas, que van desde jardines de infancias hasta universidades. Tenemos que trabajar de manera muy intensa para que estas escuelas puedan transmitir algo de la visión católica del mundo. Hay normas estatales muy precisas sobre lo que debe enseñarse en cada curso, etc., y también indicaciones sobre la acción social de las escuelas. Por ejemplo: en todas las escuelas se debe dar comida caliente a los niños. Por un lado, esto es muy importante, puesto que hay zonas, grupos y clases que realmente lo necesitan; pero hemos de dárselo a todos prácticamente gratis. Es un hecho estructural, pero que ha requerido ampliar los edificios escolares. Otro ejemplo: hemos tenido que ampliar los polideportivos y ofrecer más posibilidades para la educación física, y eso cuesta mucho dinero. Necesitábamos el apoyo del gobierno para poder hacerlo, porque la Iglesia no tiene dinero para tantas inversiones. Algo semejante sucede con las residencias sociales que hemos recibido del Estado tanto las órdenes religiosas como las diócesis. La mayoría de las edificaciones no eran suficientemente modernas ni bien dotadas, la gestión de las relaciones laborales es compleja, la financiación es difícil.
Todo eso obliga a ocuparse de muchas cosas, y uno puede terminar preguntándose: ¿cómo avanza del Reino de Dios? Lo oigo decir a los sacerdotes. Gracias a Dios, las parroquias son personas jurídicas reconocidas por el Estado; pero las personas jurídicas tienen diversas obligaciones administrativas de las que han de ocuparse los párrocos, y algunos dicen: yo intento ocuparme, pero no me hice sacerdote para esto. Es también un reto.
Asimismo, puede recordarse que en los últimos treinta años ha cambiado una o dos veces el estatuto de la clase de religión en las escuelas públicas. Hemos tenido que formar una nueva generación de profesores y catequistas. Gracias a Dios, tenemos universidades y escuelas propias donde podemos formarlos. Pero no se trata simplemente de que tengan un diploma, sino que hemos de valorar mucho la tarea docente y eclesial de los profesores de religión. La suya es una función muy importante. Si nos preguntamos quién transmite hoy la fe de la iglesia, hemos de responder que en un 80 % son las mujeres, sobre todo las profesoras de religión en las escuelas. Es muy bonito, es una posibilidad nueva que no existía hace treinta años.
Por lo que se refiere a la financiación de las escuelas católicas, en realidad está regulada con bastante claridad en la ley 4/1990, que prevé la misma financiación que en las escuelas estatales. Esa previsión sería luego concretada en el Acuerdo entre Hungría y la Santa Sede de 1997, que firmó un gobierno socialista. Por consiguiente, la financiación se rige por el principio de igualdad. Es obvio que a partir de ahí pueden debatirse varias cuestiones. A veces se debate sobre cuánto paga el Estado a las escuelas estatales, para determinar si ayuda en la misma forma a la financiación de las escuelas de la Iglesia; pero ese debate puede ser eterno, porque los datos exactos sólo los tiene el Ministerio, y nosotros sólo conocemos lo que el Ministerio nos proporciona.
Podríamos continuar y mencionar otros ámbitos en los que hay que seguir trabajando. Las órdenes religiosas y los movimientos espirituales pueden hoy actuar con libertad en Hungría, y a veces encuentran en las diócesis buenas relaciones pastorales, pero no siempre es así. En cuanto a la cooperación ecuménica, tenemos buenas relaciones con las demás iglesias cristianas, e incluso con las comunidades religiosas judías, y no solo durante la semana ecuménica anual de oración por la unidad: hay conferencias conjuntas, se convocan diversas actividades. A la vez, en ese ámbito somos conscientes de nuestros límites: sobre la fe no puede tomar decisiones la Iglesia local, sino que se debe respetar la competencia de los órganos correspondientes en la Santa Sede. Pero, en posesión de los documentos de la Santa Sede, a nivel de cooperación práctica estamos también bastante cerca en muchas cuestiones sociales.
En el Congreso Eucarístico de septiembre dará un testimonio personal el presidente de la República, János Áder, que es católico. ¿Es esta una participación formal, responde a algún protocolo tradicional?
Cuando una persona profesa su propia religiosidad públicamente, no puede ser sólo por una tradición. Debe ser una convicción personal.
El actual gobierno húngaro subraya su compromiso con los valores cristianos. ¿Le parece adecuado?
Este es un tema interesante. Valdría la pena dedicar toda una conversación a examinar qué son los valores cristianos. Con toda seguridad, si hablamos de la libertad de las personas, de la igual dignidad de todos los hombres, de la vida, de la familia, de la alta valoración de los pueblos y de su cultura, entonces desde luego hay valores humanos, que resaltan más a la luz de los valores cristianos.
Además, existen contenidos que están relacionados con la persona de Jesucristo. Hemos sido salvados, el mundo ha sido redimido. El sentido de la existencia no nos viene sólo de la creación, sino que hay mucho más… Dios no está lejano, sino que nos habla, hay una Revelación. Se dirige a nosotros con palabras humanas, y a través de la vida de una Persona que es Hombre y Dios. La persona de Cristo es para nosotros la gran esperanza, una fuente de fuerza y de luz. Por eso, el cristiano no puede ser pesimista, no puede desesperar. Es importante precisamente hoy, cuando hay muchas señales de desilusión y de miedo en el mundo. Ante todo, se tiene miedo del futuro.
Se habla mucho sobre el cuidado de la naturaleza, pero ¿no son las leyes de la naturaleza las que hacen posible la destrucción de las plantas, los animales y los hombres? Por eso hablamos más bien del “cuidado de la creación”. Si el mundo ha sido pensado por Dios, si tiene una meta, tiene también un sentido. No está ahí sólo para que podamos vivir bien mañana, sino que hay mucho más. Y es mayor nuestra responsabilidad, porque no hemos recibido la tierra como propietarios, sino que hemos de cuidarla y protegerla como buenos administradores. Si no se contemplan la vida y la existencia humana en esta perspectiva del sentido y de lo valioso -eso son los valores cristianos-, entonces lo más valioso será que uno se encuentre bien en este momento, se diga o no abiertamente; como el “carpe diem” en tiempos de los romanos. Entonces se tiene miedo del futuro, porque puede ser que mañana no me sienta bien; se tiene miedo de los demás, porque quizá por su culpa yo tenga que negarme algo, y empezaría a verlos como una amenaza.
El individualismo y el aislamiento son también una consecuencia de la falta de sentido. Si eso es así, tampoco la lengua, la cultura, la historia, ni el pasado y el futuro, tienen ningún sentido. No es un sentimiento bueno. ¿Cómo se puede sentir la propia responsabilidad, si nada tiene un sentido? Démonos cuenta de que la responsabilidad por la creación en realidad solo está bien fundada en el marco de ese sistema. Cuando no hay una medida, uno se puede dudar qué vale más, si una piedra o un hombre.
Y lo mismo vale también para la secularización si queremos volver a ese tema. Hubo una forma temprana de la secularización, cuando se ponía alguna otra cosa en el lugar de Dios; por ejemplo, el progreso: no hay Dios o no conocemos sus planes, pero tenemos el progreso. Sí, pero… progreso ¿hacia adónde? ¿Dónde está el objetivo? Hoy se ve una segunda forma de secularización, la secularización de la secularización, que es el planteamiento antes mencionado, que hace muy difícil vivir y trabajar juntos de manera responsable.
Por tanto, hace falta un cambio, una conversión, como dice el Papa Francisco. Así, hemos vuelto al comienzo, cuando Juan el Bautista comenzó a predicar, y al inicio del anuncio de Jesucristo, que como leemos en el Evangelio decía al principio: “Convertíos y creed en el Evangelio”. Este es nuestro mensaje.
¿Cuál es el sentido del debate entre los líderes europeos sobre los valores? Usted conoce bien Europa, porque presidió el Consejo de las Conferencias Episcopales Europeas entre 2006 y 2016.
Los valores expresan siempre una relación. Algo vale más o menos, en comparación con alguna otra cosa. En la vida diaria lo expresamos de manera muy primitiva en términos monetarios.
Está bien comparar una cosa con otra, pero ¿es valioso el mundo como tal? Sólo lo es si también hay otra realidad con la que el mundo pueda compararse, con la que pueda estar en relación. Entonces estarán fundamentados los valores. Y los valores no puede uno inventárselos o crearlos por sí mismo, sino que están dados en la estructura de la realidad, y hay que descubrirlos. Luego, hay que orientar el propio comportamiento conforme a ellos.
Una figura emblemática en Hungría es el cardenal József Mindszenty, defensor de la libertad frente al comunismo. ¿Está avanzando su proceso de canonización?
Aunque las vicisitudes históricas impidieron que yo conociera personalmente al cardenal Mindszenty, él era mi obispo cuando fui admitido como candidato al sacerdocio. Como vivía en la embajada americana, no podía mantener el contacto con la diócesis.
József Mindszenty era una voz católica que fue reprimida con violencia. Eso hizo que fuera muy respetado, también por los no católicos. Es una personalidad que ofreció toda su vida por la Iglesia, por la fe y también por Hungría. Exiliado, visitó con mucho afecto a la diáspora húngara en todo el mundo, y la fortaleció moralmente. Hoy sigue siendo muy estimado. Han muchas calles, plazas, escuelas, etc., que llevan su nombre, y se ha publicado una rica literatura sobre él.
Creo sinceramente que no sólo fue un héroe nacional, sino también un hombre santo. Por eso, mi alegría fue muy grande cuando el Papa Francisco publicó el decreto sobre sus virtudes heroicas en 2019. Es un paso importante hacia la beatificación. Ahora estamos rezando para que haya un milagro. Ya hay curaciones atribuidas a su intercesión, pero los criterios para que se pueda hablar de un milagro son muy estrictos. Esperamos que algún día nuestras muchas oraciones sean escuchadas.
¿Qué otros temas le ocupan?
Aparte de los grandes temas de interés en la vida de la Iglesia de hoy, y asimismo en relación con ellos, como historiador del Derecho Canónico estoy estudiando cuestiones como la sinodalidad en la Iglesia primitiva, o la necesidad de un discernimiento antes de la adopción de decisiones como una sentencia o la promulgación de una ley. Me interesa analizar la estructura de todas esas decisiones, y los criterios que deben seguirse en ese discernimiento, desde el punto de vista católico.
Estas y otras cuestiones son siempre importantes en la vida de la Iglesia. Esperamos que encontrar respuestas también sobre la base de la historia, respuestas que sean una ayuda para la vida de la Iglesia hoy. Ahora se va a publicar en Italia un libro mío donde ofrezco textos reunidos, también sobre estos temas.
Esta cuestión tiene mucho que ver con el Espíritu Santo. La Iglesia primitiva estaba convencida de que los apóstoles, los presbíteros en la Iglesia de Jerusalén, como se ve ya en los Hechos de los Apóstoles, cuando tenían que decidir en común una cuestión necesitaban la ayuda del Espíritu Santo, que ciertamente no les faltaba Ya en el siglo II las Iglesias locales tenían un presbiterio; y a partir de textos y fragmentos litúrgicos se ve con claridad (esto se recoge ahora en la oración de la ordenación sacerdotal) que tenían en consideración un espíritu colectivo del presbiterado, antes de que surgieran los concilios en sentido estricto. Éstos aparecieron quizá hacia la mitad del siglo II o más tarde, cuando se extendió el episcopado monárquico. Pero antes estaba ya el presbiterio de la Iglesia local. Más adelante, cuando los obispos se reunían, tenían también la convicción de que ellos, igual que los presbíteros de la Iglesia local, eran de algún modo sucesores de los apóstoles, y de que juntos tenían la asistencia del Espíritu Santo. Por tanto, es una cuestión muy antigua.
¿Desea añadir alguna cosa?
Sí. Deseo volver a insistir en la alegría que supone para nosotros la próxima visita del Papa Francisco. Le esperamos con gran cariño, y agradecemos mucho sus oraciones por nosotros. Los católicos de Hungría rezamos mucho por su persona y por su ministerio apostólico. Para nosotros, el hecho de que venga a nuestro país es un signo de misericordia. Y su presencia personal en nuestro país es una gran expresión de unidad con toda la Iglesia.