“El Señor hace descansar a sus discípulos para enseñar a los que gobiernan que quienes trabajan de obra o de palabra no pueden trabajar sin interrupción” (San Beda). Esta
breve frase de un padre de la Iglesia puede servirnos de guía para el tiempo que rodea
los primeros meses del año. Todas las personas necesitan un tiempo de descanso, es
decir, dejar de hacer lo que es habitual y dedicarse a estar con la familia, en un lugar
distinto, sin las premuras del lo que es habitual. Por desgracia no siempre todos pueden descansar, pero es necesario hacer un esfuerzo para lograrlo, porque la misma naturaleza así lo exige. Enseñó San Juan Pablo II que “es importante que el descanso no sea andar en vacío, que no sea solamente un vacío. Es importante que el descanso se llene con el encuentro. Pienso en el encuentro con la naturaleza, con las montañas, con el mar y con el arbolado. El hombre, en sabio contacto con la naturaleza, recobra la quietud y se calma interiormente. Hace falta que el descanso se llene de un contenido nuevo, con ese contenido que se expresa en el símbolo de “María”. “María” significa el encuentro con Cristo, el encuentro con Dios. Significa abrir la vista interior del alma a su presencia en el mundo, abrir el oído interior a la Palabra de su verdad”.
Por esta razón, el descanso propio de un tiempo de vacaciones debe tener un sentido. El primero es la conciencia de que somos servidores del Señor y Él mismo quiere que nuestro servicio se renueve poniendo los medios para que el alma y el cuerpo sigan siempre dispuestos al servicio a Dios y a los hermanos. Muchas veces ese descanso se logra en la pasividad de un lugar apartado o dejando de hacer lo habitual. Pero siempre este tiempo de buen ocio debe tener como centro al Señor. El descanso permite elevar con mayor tranquilidad el alma a Dios, mediante la oración y la contemplación. También conviene que nuestro descanso esté lleno de pequeños actos de servicio con los demás, especialmente los familiares y amigos que, junto a nosotros pasan un tiempo de vacaciones.
Lo que no puede suceder, y que por desgracia acaece, es que ese tiempo sea para un ocio
malo, como dejarse llevar por la excesiva comida y bebida, afrontar ejercicios físicos que
no son aptos para la realidad de cada uno o dedicarse a “no hacer nada”. Una buena
lectura, ver algunas películas que nos dejen algo bueno, viajar a lugares desconocidos,
especialmente en contacto con la naturaleza, etc., serán siempre medios adecuados para nuestro descanso.
Podríamos sintetizar este tiempo, como un espacio de particular cercanía a Dios. Que al final de esos días no nos quede la sensación de haber pasado el tiempo en vano. La persona siempre crece, aprende y descubre la acción de Dios en todo. Una buena conclusión al final de las vacaciones sería: descansé, pero lo hice junto a Dios, que es mi Padre y quien siempre
me cuida.
Que todos tengan unas santas y reponedoras vacaciones.
+ Juan Ignacio González Errázuriz
Obispo de San Bernardo