¿Tú conoces y tratas al Espíritu Santo?

En el Credo confesamos al Espíritu Santo, tercera Persona de la Santísima Trinidad. Se le llama así porque procede del amor del Padre y del Hijo. Es Don, Defensor de nuestras almas. Así como la Palabra de Dios es el Hijo, llamamos Amor al Espíritu Santo.  El Espíritu Santo habita en las almas en gracia y nos santifica.

Los frutos principales que produce en el alma son: el perdón de los pecados, luz en la inteligencia para conocer los misterios divinos, ayuda para cumplir los mandamientos y asegura la esperanza de la vida eterna. El Espíritu Santo se manifestó de modo más pleno en Pentecostés. En ese día mostró con signos externos su presencia en la Iglesia. Desde entonces permanece en Ella y garantiza que se conserven las verdades de la Revelación para que pueda cumplir con fidelidad su misión de llevar las almas a Dios. Además, cuida a la Iglesia conservando la fe, el carisma de la infalibilidad y su santidad.

“Dios nos ha dado -comenta San Cirilo- un gran auxiliador y protector. Permanezcamos vigilantes para abrirle las puertas de nuestro corazón. Él no se cansa de buscar a cuantos son dignos de Él y derrama sobre ellos sus dones”. Si fuéramos más dóciles al Espíritu Santo, nuestra vida sería distinta. ¿Por qué sentirnos solos, si Él nos acompaña? ¿Por qué sentirnos inseguros o angustiados, si está pendiente de nosotros y de nuestras cosas? ¿Por qué ir alocadamente detrás de la felicidad, si no hay mayor gozo que el trato con este Dulce Huésped que habita en nosotros?

Jesús, al partir, insistió de nuevo sobre esta gozosa y misteriosa realidad: “Yo rogaré al Padre y les enviará otro Defensor, para que esté con ustedes eternamente, a saber, el Espíritu de verdad, a quien el mundo no puede recibir, porque no le ve ni le conoce; pero ustedes le conocen porque vive en ustedes y está siempre con ustedes (Jn 14, 16-17). San Pablo recuerda a los primeros cristianos que han sido sellados con el sello del Espíritu Santo prometido (Ef 1, 13).

Los cristianos constituimos “un pueblo marcado con un sello resplandeciente”, y estar sellados en el Espíritu Santo significa que somos propiedad de Dios, algo valioso para Él y que custodia con esmero. Cuídense de no entristecer al Espíritu Santo, en el cual han sido sellados para el día de la redención, escribe San Pablo a los primeros cristianos (Ef 4, 30). Otras veces recuerda que son templos del Espíritu Santo: “¿No saben que son templo del Espíritu Santo que habita en ustedes y han recibido de Dios, y que ya no nos pertenecemos a nosotros mismos?”(1Co 6, 10).

Los primeros seguidores de Jesús eran, sin duda, muy conscientes de su altísima dignidad de cristianos. En aquellos tiempos difíciles en que habían de ir “contracorriente”, en un ambiente pagano y muchas veces perseguidos, el Espíritu Santo, “dulce huésped” del alma, era para ellos una verdad consoladora que vivían con confianza y alegría. El cristiano necesita tratar con sencillez y confianza a este Defensor, sentirle cerca de él y pedirle constantemente su ayuda. Solo así seremos fuertes y podremos ser testigos del Señor.  Y así hablaremos de Dios, sin temor ni falsos complejos, en todas las situaciones en que nos encontremos. ¿Tú conoces y tratas al Espíritu Santo?

 

                                                                                                +Juan Ignacio