Tiempos de caridad y solidaridad

Hay momentos en que las expresiones de la caridad y la solidaridad humana se hacen especialmente exigentes. El sufrimiento humano es una realidad siempre presente, pero en el
tiempo que vivimos este se ha hecho agobiante para millones de personas en diversas partes
del mundo. En basta regiones del planeta hay conflictos armados que han significado la
muerte de muchos inocentes, como sucede en Palestina e Israel y en la guerra de Ucrania. Se
ha abierto un campo de sufrimiento humano con los casos de los miles de personas que se
han debido desplazar de sus países y viven la frustración y dolor. Al mismo tiempo, la
realidad económica en muchos países y en Chile ha implicado el aumento del desempleo y,
como consecuencia el crecimiento de la necesidad de la caridad. Nuestros comedores sociales
han incrementado el número de personas atendidas y en muchas parroquias están ampliando sus instalaciones para poder atender a más personas carenciadas. No puede olvidarse el sufrimiento de tantas personas por los temores que provoca la inseguridad y la violencia, que está llegando a niveles nunca conocidos. Una consecuencia de todos estos desgraciados procesos es el aislamiento social, la segregación y, en definitiva, el crecimiento del individualismo y el egoísmo, que al mismo tiempo se pueden transformar en una “fuga del mundo”, impropio de la necesidad de poner a Cristo en medio de todas las encrucijadas de la vida humana.

La fe cristiana es por naturaleza una manifestación de la caridad. Primero del amor de Dios
por todos los hombres expresado en la Redención y luego en el mandamiento del amor al
prójimo, que está en el centro de la vida cristiana. Por estas razones siempre los tiempos de
la Iglesia son siempre de caridad y solidaridad. “El principio de solidaridad, expresado
también con el nombre de “amistad” o “caridad social”, es una exigencia directa de la fraternidad humana y cristiana” (Catecimo 1939). “La solidaridad se manifiesta en primer
lugar en la distribución de bienes y la remuneración del trabajo. Supone también el esfuerzo
en favor de un orden social más justo en el que las tensiones puedan ser mejor resueltas, y
donde los conflictos encuentren más fácilmente su solución negociada” (Ibid 1940).
Cada uno de nosotros debe ser capaz de examinarse acerca de cómo vive esa caridad y
solidaridad con el prójimo. “Los problemas socioeconómicos sólo pueden ser resueltos con
la ayuda de todas las formas de solidaridad: solidaridad de los pobres entre sí, de los ricos y
los pobres, de los trabajadores entre sí, de los empresarios y los empleados, solidaridad entre
las naciones y entre los pueblos. La solidaridad internacional es una exigencia del orden
moral. En buena medida, la paz del mundo depende de ella” (Catecismo 1941).

La solidaridad y el amor al prójimo tiene en cada Iglesia diocesana sus caminos para
expresarse. Cada parroquia es una comunidad de comunidades, donde la solidaridad tiene un lugar central. Es en ella donde, si hay autentica caridad, conocemos los sufrimientos de los demás, las personas que están sol as, las que sienten el abandono, las que están enfermas, etc. La parroquia es el lugar de la capilaridad de la caridad. Cada una de ellas debe tener las
estructuras esenciales necesarias para conocer con profundidad las necesidades de los fieles
más abandonados, tanto en el sentido espiritual como material. Para ello es necesario que
muchos laicos encuentren allí su lugar de aportar su visión y su energía y que los párrocos abran con audacia esos espacios, de manera que nadie que sufra sienta la indiferencia. Solo desde un profundo amor y trato con Jesucristo, podemos ver en los que sufren al Señor, como Él nos enseñó.

+Juan Ignacio