Vuelve septiembre con sus acentos primaverales, sus cantos y fiestas y el recuerdo de la Patria y sus próceres, que son motivo de acciones de gracias al Creador. La costumbre de los Te Deum es una expresión del agradecimiento a Dios por la tierra en que vivimos y los valores y principios con los que nos hemos desarrollado. Pero todo este ánimo festivo y alegre no puede hacernos olvidar que hay muchos nubarrones que amenazan a Chile. Sigue existiendo, en una parte muy extendida de sus habitantes, un ambiente tenso y temeroso del futuro.
En efecto, pese a los esfuerzos que se despliegan, la violencia toma cada día mayor fuerza, no solo en lugares que por años han sido azotadas por ella, como la llamada macro zona sur, sino en todo el país, incluso en las localidades distantes, en las ciudades y en los campos. El tema de la delincuencia – asociada cada día más a los carteles extranjeros – se ha tomado las agendas, porque los hechos sangrientos nos golpean todos los días, de manera y en cantidades nunca vistas. Las expectativas económicas son muy mediocres y en el mundo popular se expresa, entre otras cosas, en la falta de empleo. En la salud, las deficiencias del sistema para asistir a quienes enferman es muy evidente, contándose por cientos de miles quienes esperan en la cola. En la educación se ha hecho cada vez más evidente la conflictividad que se vive en las aulas y la mala calidad de la enseñanza, que tiene atrapadas a muchas familias en un sistema donde no hay solución. Seguimos entrampados en una eterna discusión sobre cómo mejorar las pensiones, mientras miles de adultos mayores reciben mensualmente míseras jubilaciones. La corrupción – en los diversos niveles, tanto públicos como privados, está a la orden del día y resulta bastante evidente que los sistemas de fiscalización y judiciales no son capaces de perseguirla con efectividad. Frente a estas y otras dificultades, la guinda de la torta, patente a todo el país, viene a ser la incapacidad del sistema político y sus representantes, para conducir estos procesos a mejores puertos. Las expectativas de otrora se han ido esfumando y la capacidad para reaccionar acabándose, hasta llegar a un cierto quietismo, que afecta a todas las clases sociales e impone en la mayoría de las personas un compás de espera. Como si aquel dicho antiguo de que los problemas o no tiene solución o se solucionan solos, tuviera algo de verdad.
Una de las más grandes cosas que recibimos de los Padres Fundadores, especialmente del Libertador Bernardo O´Higgins fue el sentido de pertenencia a una nación. Dispuso que todos los habitantes de la Patria debían ser llamados chilenos, por decreto de 4 de marzo de 1819, dejando de lado odiosas distinciones anteriores. Esa realidad esencial, en la que hemos vivido desde tiempos inmemoriales, es la que ahora se está corroyendo. Contribuyen a ello muchos elementos, pero entre los más importantes está el extendido sentimiento de que aquí cada uno se salva solo, se las arregla por su cuenta y la pérdida del sentido comunitario, de un ideario común, de un camino compartido, y en el fondo la paulatina desaparición de la llamada caridad social o solidaridad.
Pero más allá todavía, el proceso que vivimos tiene causas muy profundas. La principal de ella es la paulatina pérdida de Dios en nuestras vidas personales y en la vida cívica, en las leyes y en la ética colectiva y personal. Al amparo de teorías antiguas – que vienen desde la Ilustración – hemos ido construyendo una sociedad donde cada uno hace lo que le viene en gana, donde se nos enseña que el centro de la vida es uno mismo, donde incluso se nos permite – como si fuera posible – cambiar nuestra propia naturaleza y elegir ser lo que cada uno quiera ser. Es el resultado de la soberbia humana queriendo gobernar la historia, incluido también su Autor. Y los frutos son amargos aquí y en todo el mundo. ¿Que son las guerras, la violencia inhumana y la injusticia? sino la expresión del rechazo de Dios y su suave y amable ley, expresada en las enseñanzas de Jesucristo, el Hijo de Dios. Volver a Dios es la única consigna que puede darnos una salida honrosa a las dificultades evidentes que vivimos. Pero se vuelve por la humildad del hombre y la mujer que reconocen la soberanía de Dios sobre cada uno y sobre nuestra historia. Septiembre es un mes para comenzar a volver.
+Juan Ignacio