Se cuenta que el evangelista San Juan acariciaba apaciblemente una perdiz. De pronto ve venir hacia él a cierto filósofo con los instrumentos de un cazador. Este se maravilla de que un varón que gozaba de tanta reputación se entretuviera en cosas insignificantes y de tan poco relieve. ¿Eres tú –le dice– ese Juan cuya insigne fama y celebridad había suscitado en mi tan gran deseo de conocerte? ¿Por qué, pues, te entretienes en tan insignificantes diversiones? Por toda respuesta le dijo San Juan: ¿Qué es esto que llevas en la mano? Un arco –respondió el otro–. Y ¿por qué no lo llevas siempre tenso? No conviene –replicó el filósofo–, porque a fuerza de estar curvado la tensión le debilitaría y se echaría a perder. Así, cuando fuera necesario lanzar un disparo más potente contra alguna fiera, por haber perdido su fuerza debido a la continua tensión, el tiro no partiría ya con la violencia necesaria. Pues bien –concluyó el Apóstol–, no te admire tampoco, joven, que yo conceda a mi espíritu este inocente y breve esparcimiento. Si de vez en cuando no le permitiese descansar de su tensión concediéndole algún solaz, la misma continuidad del esfuerzo le ablandaría, y no podría obedecer cuando fuera necesario a las solicitudes del espíritu” (CASIANO, Colaciones, 24).
Este padre de la Iglesia nos da una buena descripción de lo que debe ser nuestro descanso, el propio de los meses de verano. Bajar la tensión de lo habitual, cambiar de ocupación y quehacer, dedicarse más a un sano esparcimiento – muchas veces en un lugar diverso del habitual- y sobre todo estar con los más cercanos, la familia, los hijos y amigos, en un tiempo de convivencia sana.
“El tiempo libre se debe emplear rectamente para descanso del espíritu y para cuidar la salud de la mente y del cuerpo, por medio de ocupaciones y estudios libres, por medio de viajes a otras regiones, que enriquecen el espíritu y que, además, enriquecen a los hombres con un conocimiento mutuo; por medio también de ejercicios y manifestaciones deportivas, que son una ayuda para conservar el equilibrio psíquico, incluso colectivamente, así como para establecer relaciones fraternas entre los hombres de toda condición, de todas las naciones o de razas diferentes”. (GS 61).
Un peligro de nuestro descanso es olvidarse de Dios, de su presencia amorosa en nuestra vida y pasar los días y las horas de descanso sin casi ninguna referencia a su cercanía y compañía. También el descanso nos debe permitir un tiempo de contemplación, dedicarse a la oración, leer algún buen libro espiritual y no olvidar la asistencia a la Eucaristía dominical. Así como Dios “cesó el día séptimo de toda la tarea que había hecho” (Gn 2, 2), así también la vida humana sigue un ritmo de trabajo y descanso. La institución del día del Señor contribuye a que todos disfruten del tiempo de descanso y de solaz suficiente que les permita cultivar su vida familiar, cultural, social y religiosa (cfr. GS 67). El tiempo que ahora recorremos es, por regla general un tiempo de cierto reposo necesario para el bien del cuerpo y del alma. Que al descansar no te olvides de Dios, que es quien nos regala este tiempo de descanso, para reponer la fuerzas y volver de nuevo a servir a Dios y a los demás.
+Juan Ignacio