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Criterios éticos para los trasplantes de órganos

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“Sólo se puede hacer una donación si no se pone en serio peligro la propia salud y la propia identidad y siempre por un motivo moralmente válido y proporcionado”. Discurso que dirigió S.S. Benedicto XVI a los participantes en el congreso internacional sobre el tema “Un don para la vida”.

La donación de órganos es una forma peculiar de testimonio de la caridad. En un período como el nuestro, con frecuencia marcado por diferentes formas de egoísmo, es cada vez más urgente comprender cómo es determinante para una correcta concepción de la vida entrar en la lógica de la gratuidad.

Existe, de hecho, una responsabilidad del amor y de la caridad que compromete a hacer de la propia vida un don para los demás, si se quiere verdaderamente la propia realización. Como nos enseñó el Señor Jesús, sólo quien da la propia vida podrá salvarla (Cf. Lucas 9, 24). Saludo a todos los presentes, en particular al senador Maurizio Sacconi, ministro de Trabajo, Salud y Políticas Sociales de Italia, junto a él, doy las gracias también al presidente de la Federación Internacional de las Asociaciones Médicas Católicas y al director del Centro Nacional de Trasplantes, subrayando con aprecio el valor de la colaboración de estos organismos en un ámbito como el del trasplante de órganos, que ha sido argumento de vuestras jornadas de estudio y de debate.

La historia de la medicina muestra con evidencia los grandes progresos que se han podido realizar para permitir una vida cada vez más digna a toda persona que sufre. Los trasplantes de tejidos de órganos representan una gran conquista de la ciencia médica y son ciertamente un signo de esperanza para muchas personas que atraviesan graves y a veces extremas situaciones clínicas.
Si nuestra mirada se amplía al mundo entero, es fácil constatar los numerosos y complejos casos en los que, gracias a la técnica del trasplante de órganos, muchas personas han superado fases sumamente críticas y se les ha restituido a la alegría de vivir. Esto nunca hubiera podido suceder si el compromiso de los médicos y la competencia de los investigadores no hubieran podido contar con la generosidad y el altruismo de quienes han donado sus órganos. El problema de la disponibilidad de órganos vitales, por desgracia, no es teórico, sino dramáticamente práctico; se puede constatar en la larga lista de espera de muchos enfermos cuyas únicas posibilidades de supervivencia están ligadas a las pocas donaciones que no corresponden a las necesidades objetivas.

Es útil, sobre todo en el contexto actual, volver a reflexionar en esta conquista de la ciencia para que la multiplicación de las peticiones de trasplantes no trastoque los principios éticos que constituyen su fundamento. Como dije en mi primera encíclica, el cuerpo nunca podrá ser considerado como un mero objeto (Cf. Deus caritas est, n. 5); de lo contrario se impondría la lógica del mercado. El cuerpo de toda persona, junto al espíritu que es dado a cada quien individualmente, constituye una unidad inseparable en la que está impresa la imagen del mismo Dios. Prescindir de esta dimensión lleva a caer perspectivas incapaces de comprender la totalidad del misterio presente en cada hombre. Es necesario, por tanto, que en primer lugar se ponga el respeto por la dignidad de la persona y la defensa de la tutela de su identidad personal.

Por lo que se refiere a la técnica del trasplante de órganos, esto significa que sólo se puede hacer una donación si no se pone en serio peligro la propia salud y la propia identidad y siempre por un motivo moralmente válido y proporcionado. Eventuales motivos de compraventa de órganos, así como la adopción de criterios discriminadores o utilitaristas, desentonarían hasta tal punto con el mismo significado de la donación de que por sí mismos se pondrían fuera de juego, calificándose como actos moralmente ilícitos. Los abusos en los trasplantes y su tráfico, que con frecuencia afectan a personas inocentes, como los niños, tienen que encontrar el rechazo unido de la comunidad científica y médica por ser prácticas inaceptables. Por tanto, deben ser condenadas con decisión como abominables. El mismo principio ético debe ser subrayado cuando se quiere llegar a la creación y destrucción de embriones humanos destinados a objetivos terapéuticos. La misma idea de considerar el embrión como “material terapéutico” contradice los fundamentos culturales, civiles y éticos sobre los que se basa la dignidad de la persona.

Con frecuencia, el trasplante de órganos tiene lugar como un gesto de total gratuidad por parte de los familiares de una persona a quien se ha certificado la muerte. En estos casos, el consentimiento informado es una condición de la libertad para que el trasplante se caracterice por ser un don y no se interprete como un acto coercitivo o de abuso. De todos modos, es útil recordar que los diferentes órganos vitales sólo pueden extraerse ex cadavere [del cadáver, ndt.], que posee una dignidad propia que debe ser respetada. La ciencia, en estos años, ha hecho progresos ulteriores para constatar la muerte del paciente. Es bueno, por tanto, que los resultados alcanzados reciban el consenso de toda la comunidad científica para favorecer la búsqueda de soluciones que den certeza a todos. En un ámbito como éste no se puede dar la mínima sospecha de arbitrio y, cuando no se haya alcanzado todavía la certeza, debe prevalecer el principio de precaución. Para esto es útil incrementar la búsqueda y la reflexión interdisciplinar de manera que se presente a la opinión pública la verdad más trasparente sobre las implicaciones antropológicas, sociales, éticas y jurídicas de la práctica del trasplante. En estos casos, de todos modos, debe asumirse como criterio principal el respeto por la vida del donante de manera que la extracción de órganos sólo tenga lugar tras haber constatado su muerte real (Cf.Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica, n. 476). El acto de amor, que se expresa con el don de los propios órganos vitales, es un testimonio genuino de caridad que sabe ver más allá de la muerte para que siempre venza la vida. Debe ser consciente del valor de este gesto quien lo recibe, quien es destinatario de un don que va más allá del beneficio terapéutico. Antes que un órgano recibe un testimonio de amor que debe suscitar una respuesta igualmente generosa, de manera que se incremente la cultura del don y de la gratuidad.

La senda que hay que seguir, hasta que la ciencia descubra nuevas formas posibles y más avanzadas de terapia, tendrá que ser la de la formación y difusión de una cultura de la solidaridad que se abra a todos sin excluir a nadie. Una medicina de los trasplantes coherente con una ética de la donación exige el compromiso de todos por invertir todo esfuerzo posible en la formación y en la información para sensibilizar cada vez más a las conciencias en un problema que afecta diariamente a la vida de muchas personas. Será necesario, por tanto, superar prejuicios y malentendidos, disipar desconfianzas y miedos para sustituirlos con certezas y garantías, permitiendo que crezca en todos una conciencia cada vez más difundida del gran don de la vida.
Deseando que cada uno de vosotros continúe su propio compromiso con la debida competencia y profesionalidad, invoco la ayuda de Dios sobre las sesiones de trabajo del Congreso e imparto a todos de corazón mi bendición.

 

suef1o1¿Cuándo establecer el momento de la muerte?


Para responder a este interrogante, hemos recogido declaraciones de la doctora Chiara Mantovani, presidenta de la Asociación de Médicos Católicos Italianos (AMCI) de Ferrara, Italia.

En primer lugar, la doctora Mantovani afirma la necesidad de aclarar los términos usados. Según la experta italiana, el término “muerte cerebral” es “una expresión errada, dañina, desviada” pero lamentablemente demasiado usada como sinónimo de “muerte encefálica” que es otra cuestión. “Para dar una idea aproximada, es como si dijéramos que dormir profundamente es como estar muerto”, explica.

En cambio, por “muerte encefálica” se entiende “el silencio eléctrico (la ausencia total, repetidamente registrada, de toda actividad en la corteza cerebral, en el puente y en el bulbo: todo el encéfalo) de toda estructura encargada de generar y coordinar cualquier otra actividad del cuerpo”.

Ya de esta definición genérica, explica la doctora Mantovani, se puede comprender que “alguien que parece muerto pero respira por sí solo y su corazón palpita con autonomía no está muerto”. Lo que sucede, añade, “es que una parte del encéfalo está dañada pero no todo: lo que regula el corazón y los pulmones funciona”.

La doctora prefiere no entrar en el argumento de si la vida de esta persona sea o no digna, inútil, insoportable. “Estas son valoraciones diversas de la simple constatación de que la vida no ha abandonado ese cuerpo”, afirma.

¿Cómo establecer la muerte?, se pregunta. “Detectando el cese de las funciones que conocemos necesarias para la vida: respiración y circulación”, responde. Y aclara que debe ser un cese, no una interrupción temporal y breve. Esta interrupción puede ser de un cuarto de hora en un adulto y de media hora en un niño. Sin oxígeno, el corazón deja de funcionar y el cerebro (todo el cerebro) se daña y no puede cumplir su función de coordinación de las funciones vitales.

La doctora aclara que los términos “coma” y “estado vegetativo” no son equivalentes a la muerte encefálica, es decir “el estado en el que, por lo que sabemos hasta ahora, la capacidad de realizar los procesos vitales ha desaparecido”.

Muerte cerebral y muerte encefálica


Y afirma que hoy en Italia la ley permite la extracción de órganos sólo en el caso de muerte confirmada con criterios neurológicos que definan un cuadro de muerte encefálica y no cerebral. Es decir, “el electroencefalograma plano no es todavía muerte encefálica, no se extirpan los órganos si los centros profundos bulbares dan aún signo de actividad eléctrica”.

En este sentido explica que los cuidados médicos de ayuda a la circulación y respiración para mantener el necesario aporte de oxígeno se hace durante el tiempo necesario “para la constatación rigurosa de los criterios de muerte encefálica. Habría que hacer entender que es precisamente un mecanismo de seguridad para constatar que no nos hemos equivocado, que no ha habido un fallo en un registro dando resultados erróneos”.

La experta afirma que no se trata de un problema “católico”: “Los teólogos católicos expresan posturas coherentes con la teología partiendo de los datos de razón proporcionados por otras disciplinas”. En el caso de un paciente anencefálico, aclara, “debería ser controlado en aquella parte de encéfalo que conserva y sólo ser declarado muerto cuando llega el silencio eléctrico”. Justo en este caso-límite, se aplica toda la prudencia señalada anteriormente.

La doctora comenta otra afirmación muy extendida que califica de “sorprendente”, según la cual, el problema de los trasplantes no se resuelve con una definición médico-científica de la muerte sino a través de la elaboración de criterios ética y jurídicamente sostenibles y compartidos.

Una tal afirmación, según la doctora Mantovani, es “una invitación a prescindir de los hechos”. Y se pregunta: “¿Qué puede apoyar legítimamente el juicio sino el conocimiento del hecho, en la medida en que es posible a la razón y a la experiencia?”.

Dispone del cadáver


Si se prescinde de los hechos, se pregunta la experta, “¿la verdad donde apoyar el juicio debería derivar del acuerdo sobre lo que es justo? ¿Sometemos a votación los criterios de constatación de la muerte?”.

Tratar de elaborar criterios ética y jurídicamente compartidos es especialmente complicado, explica la doctora Mantovani.
“El problema ético -afirma- tiene una (aparente) simple solución: se dispone con respeto del cadáver, se trata con respeto al viviente. Me parece superfluo detenerme en la diferencia entre ‘disponer’ y ‘tratar'”.

“La naturaleza de cosa, aunque noble, del cuerpo muerto corresponde a la sustancia cadavérica; la naturaleza de persona del cuerpo viviente corresponde a la sustancia del ser. La ética respecto a la una y la otra se aplica cuando reciben un tratamiento adecuado a su respectiva naturaleza”, puntualiza.

En cambio el problema jurídico -indica- es más complejo porque se trata de traducir a la práctica normas válidas para cada situación: “En un panorama ético y social dividido, y más todavía, fragmentado, como el moderno, ésta es una operación cada vez más compleja. Pero si también la legislación se aleja de la concreción del dato conocido y honestamente reconocido, y se cae en la trampa de la concertación, entonces no sé imaginar qué posibilidad puede tener la ética de encontrar un fundamento común”, concluye.

En la atencion  a los enfermos en “estado vegetativo”:
¿Hasta cuándo se les debe alimentar?


¿Es moralmente obligatorio suministrar alimento y agua (por vías naturales o artificiales) al paciente en “estado vegetativo”, a menos que estos alimentos no puedan ser asimilados por el cuerpo del paciente o no se le puedan suministrar sin causar una notable molestia física?

Respuesta: Sí. Suministrar alimento y agua, incluso por vía artificial, es, en principio, un medio ordinario y proporcionado para la conservación de la vida. Por lo tanto es obligatorio en la medida y mientras se demuestre que cumple su propia finalidad, que consiste en procurar la hidratación y la nutrición del paciente. De ese modo se evita el sufrimiento y la muerte derivados de la inanición y la deshidratación.

Si la nutrición y la hidratación se suministran por vías artificiales a un paciente en “estado vegetativo permanente”, ¿pueden ser interrumpidos cuando los médicos competentes juzgan con certeza moral que el paciente jamás recuperará la consciencia?

Respuesta: No. Un paciente en “estado vegetativo permanente” es una persona, con su dignidad humana fundamental, por lo cual se le deben los cuidados ordinarios y proporcionados que incluyen, en principio, la suministración de agua y alimentos, incluso por vías artificiales.*

*Congregación para la Doctrina de la Fe, agosto 2007