Miércoles 9 de mayo de 2007
Papa: Buenos días. Estamos sobrevolando el Sahara y vamos hacia el “continente de la esperanza”. Yo voy con gran alegría, con muchas esperanzas, a este encuentro con América Latina. Tenemos varios momentos significativos: primero en São Paulo, el encuentro con la juventud; y luego, también en São Paulo, la canonización del primer santo nacido en Brasil, que también me parece una manifestación importante de lo que quiere significar este viaje. Se trata de un santo franciscano que encarnó en Brasil el carisma franciscano y es conocido como un santo de reconciliación y paz. Por tanto, es un signo importante de una personalidad que supo crear paz y así también coherencia social y humana.
Asimismo, otro encuentro importante, en la “Hacienda de la esperanza” (n.d.r., la comunidad de recuperación de drogadictos que el Papa visitaría el sábado por la mañana), un lugar donde se manifiesta la fuerza de curación que posee la fe y que ayuda a abrir los horizontes de la vida. Todos estos problemas de droga, etc., nacen precisamente de una falta de esperanza en el futuro. Es la fe la que abre el futuro y así también sabe curar. Por consiguiente, me parece que es muy importante esta fuerza de curar y de dar esperanza, abriendo un horizonte para el futuro.
Y, por último, el momento que constituye la finalidad principal de este viaje: el encuentro con los obispos que participan en la V Conferencia general del Episcopado latinoamericano y del Caribe. Es un encuentro que, de por sí, tiene un contenido específicamente religioso: dar la vida en Cristo y ser discípulos de Cristo, sabiendo que todos queremos tener la vida, pero la vida no es plena si no tiene un contenido en sí y además una dirección que seguir. En este sentido, responde a la misión religiosa de la Iglesia y también abre la mirada a las condiciones necesarias para las soluciones a los grandes problemas sociales y políticos de América Latina.
La Iglesia como tal no hace política —respetamos la laicidad—, pero ofrece las condiciones en las que puede madurar una sana política, con la consiguiente solución de los problemas sociales. Por tanto, queremos hacer que los cristianos tomen conciencia del don de la fe, de la alegría de la fe, gracias a la cual es posible conocer a Dios y así conocer también el porqué de nuestra vida. De este modo, los cristianos pueden ser testigos de Cristo y aprender tanto las virtudes personales necesarias como las grandes virtudes sociales: el sentido de la legalidad, que es decisivo para la formación de la sociedad. Conocemos los problemas de América Latina, pero precisamente queremos movilizar esas capacidades, esas fuerzas morales que existen, las fuerzas religiosas, para responder así a la misión específica de la Iglesia y a nuestra responsabilidad universal con respecto al hombre como tal y con respecto a la sociedad como tal.
Santidad, ¿la Iglesia puede hacer algo para superar la violencia, que en Brasil alcanza dimensiones inaceptables?
Papa: Quien tiene fe en Cristo, quien tiene la fe en este Dios que es reconciliación y que con la cruz ha puesto el signo más fuerte contra la violencia, no es violento y ayuda a los demás a superar la violencia. Por eso, lo mejor que podemos hacer es educar en la fe en Cristo, educar a asimilar el mensaje que brota de la persona de Cristo. Ser realmente hombre o mujer de fe significa automáticamente resistir a la violencia; y esto moviliza las fuerzas contra ella.
Santidad, en Brasil hay una propuesta de referéndum sobre el tema del aborto. En la ciudad de México hace dos semanas se despenalizó el aborto. ¿Qué puede hacer la Iglesia para frenar esta tendencia, para que no se extienda a otros países latinoamericanos, teniendo presente que en México incluso el Papa ha sido acusado de injerencia por haber apoyado a los obispos? ¿Está de acuerdo con la Iglesia mexicana en que los parlamentarios que aprueban estas leyes que van contra los valores de Dios deben ser excomulgados?
Papa: Hay una gran lucha de la Iglesia en favor de la vida. Vosotros sabéis que el Papa Juan Pablo II hizo de ella un punto fundamental de todo su pontificado. Escribió una gran encíclica sobre el evangelio de la vida. Naturalmente, seguimos difundiendo este mensaje según el cual la vida es un don y no una amenaza. Me parece que en la raíz de esas legislaciones está, por una parte, cierto egoísmo y, por otra, también una duda sobre el valor de la vida, sobre la belleza de la vida y también una duda sobre el futuro. Y a estas dudas la Iglesia responde sobre todo diciendo: la vida es hermosa, no es algo dudoso, sino un don; incluso en situaciones difíciles la vida sigue siendo siempre un don. Por tanto, es preciso volver a despertar esta conciencia de la belleza del don de la vida. Además, está la duda sobre el futuro: naturalmente, hay muchas amenazas en el mundo, pero la fe nos da la certeza de que Dios siempre es más fuerte y sigue estando presente en la historia, y de que, por consiguiente, también podemos dar con confianza la vida a nuevos seres humanos. Con la conciencia que la fe nos da sobre la belleza de la vida y sobre la presencia providente de Dios en nuestro futuro, podemos resistir a los miedos que están en la raíz de esas legislaciones.
Santidad, notamos que en sus discursos se hace referencia al relativismo de Europa, a la pobreza de África, pero se echa un poco de menos América Latina, ¿tal vez porque no es una preocupación? ¿o usted le dedicará en el futuro alguna palabra más específica? (televisión brasileña).
Papa: No, yo amo mucho a América Latina; he hecho muchas visitas a América Latina y tengo muchos amigos; conozco cuán grandes son sus problemas y, por otra parte, cuán grande es la riqueza de este continente. En este período son “predominantes” los problemas de Oriente Medio, de Tierra Santa, de Irak, etc. Por decirlo así, existe una prioridad inmediata, que es preciso tener en cuenta. Como sabemos, también son enormes los sufrimientos de África. Pero no me preocupan menos los problemas de América Latina, porque no amo menos a América Latina, el gran —más aún, el mayor— continente católico, que por eso también constituye la mayor responsabilidad para un Papa. Así pues, me alegra que haya llegado para mí el momento de ir a América Latina, de confirmar el compromiso asumido por Pablo VI y Juan Pablo II, y de seguir en la misma línea. Naturalmente, el Papa desea que, además de ser un continente católico, sea también un continente ejemplar, donde se resuelvan de modo adecuado los problemas humanos, que son grandes. Y se trabaja juntamente con los Episcopados, los sacerdotes, los religiosos y los laicos, para que este gran continente católico sea realmente también un continente de vida y de esperanza. Para mí esta es una prioridad de primer orden.
Santidad, en su discurso de llegada dice que se trata de formar cristianos dando indicaciones morales y que luego ellos deciden libre y conscientemente. ¿Comparte usted la excomunión que se ha dado a los diputados de la ciudad de México sobre la cuestión del aborto?
Papa: La excomunión no es algo arbitrario; está previsto en el Código (n.d.r., Código de derecho canónico). Por tanto, en el derecho canónico está claramente escrito que matar a un niño inocente es incompatible con ir a la Comunión, en la que se recibe el Cuerpo de Cristo. Por consiguiente, no se ha inventado algo nuevo, algo sorprendente o arbitrario. Sólo se ha recordado públicamente lo que está previsto en el derecho de la Iglesia, en un derecho que se basa en la doctrina y en la fe de la Iglesia, en nuestro aprecio por la vida y por la individualidad humana, desde el primer momento.
¿Se siente suficientemente apoyado por los alemanes? ¿No siente un poco de nostalgia de Alemania?
Papa: Me ha preguntado si me siento suficientemente apoyado por los alemanes y también si siento un poco de nostalgia de Alemania. Sí, me siento suficientemente apoyado; es normal que en un país mixto (protestante y católico), no todos los bautizados estén de acuerdo con el Papa; esto es totalmente normal. Pero me parece que existe un gran apoyo, también de personas que pertenecen a la parte no católica de Alemania. Por tanto, sí, existe el apoyo y me ayuda. Amo a mi patria, pero también amo a Roma, y ahora soy ciudadano del mundo. Así, en todas partes estoy en casa y me siento cercano a mi país, como a todos los demás.
Buenos días, Santidad. En su libro Jesús de Nazaret habla de una dramática crisis de fe. En América Latina tal vez no haya esta dramática crisis de fe, pero sí un debilitamiento. La teología de la liberación se ha sustituido con la teología de las sectas protestantes, que prometen paraísos baratos de la fe, y la Iglesia católica pierde fieles. ¿Cómo frenar esta hemorragia de fieles católicos?
Papa: Esta es nuestra preocupación común. Precisamente en esta V Conferencia general del Episcopado latinoamericano y del Caribe queremos encontrar respuestas convincentes y ya se trabaja con este fin. El éxito de las sectas demuestra, por una parte, que hay una sed generalizada de Dios, una sed de religión; las personas quieren estar cerca de Dios y buscan un contacto con él. Y, naturalmente, por otra, aceptan también a quien se presenta y promete soluciones a sus problemas de la vida diaria. Nosotros, como Iglesia católica, debemos hacer realidad precisamente lo que constituye la finalidad de esta V Conferencia, es decir, ser más misioneros y por tanto más dinámicos al ofrecer respuestas a la sed de Dios, ser conscientes de que la gente, y precisamente también los pobres, quieren estar cerca de Dios. Somos conscientes de que, juntamente con esta respuesta a la sed de Dios, debemos ayudarles a encontrar las condiciones de vida justas sea a nivel micro-económico, en las situaciones concretísimas, como hacen las sectas, sea a nivel macro-económico, pensando también en todas las exigencias de la justicia.
A propósito de la pregunta del colega. Hay todavía muchos exponentes de la teología de la liberación en diversos lugares de Brasil. ¿Cuál es el mensaje específico para estos exponentes de la teología de la liberación?
Papa: Yo diría que, al cambiar la situación política, también ha cambiado profundamente la situación de la teología de la liberación, y ahora es evidente que estaban equivocados esos milenarismos fáciles, que prometían inmediatamente, como consecuencia de la revolución, las condiciones completas de una vida justa. Esto hoy lo saben todos. Ahora la cuestión es cómo la Iglesia debe estar presente en la lucha por las reformas necesarias, en la lucha por condiciones de vida más justas. En esto se dividen los teólogos, en particular los exponentes de la teología política. Nosotros, con la Instrucción dada a su tiempo por la Congregación para la doctrina de la fe, tratamos de realizar una labor de discernimiento, es decir, tratamos de librarnos de falsos milenarismos, de librarnos también de una mezcla errónea de Iglesia y política, de fe y política; y de mostrar la parte específica de la misión de la Iglesia, que consiste precisamente en responder a la sed de Dios y por tanto también educar en las virtudes personales y sociales, que son condición necesaria para hacer que madure el sentido de la legalidad. Por otra parte, tratamos de indicar las líneas directrices para una política justa, una política que no hacemos nosotros, sino para la cual nosotros debemos indicar las grandes líneas y los grandes valores determinantes, y crear las condiciones humanas, sociales y psicológicas en las que puedan crecer esos valores. Por tanto, existe el espacio para un debate difícil, pero legítimo, sobre cómo llegar a esto y sobre cómo hacer eficaz del mejor modo posible la doctrina social de la Iglesia. En este sentido, también algunos teólogos de la liberación tratan de avanzar dentro de este camino; otros toman otras posiciones. En cualquier caso, la intervención del Magisterio no ha pretendido destruir el compromiso por la justicia, sino guiarlo por los caminos correctos y también en el respeto de la debida diferencia entre responsabilidad política y responsabilidad eclesial.
Sabemos que usted estuvo dos veces en Colombia, cuando era cardenal, y sabemos que Colombia ha quedado muy presente en su corazón. Quisiéramos saber qué puede hacer la Iglesia para que podamos salir adelante sobre todo en esta situación de conflicto interno colombiano.
Papa: Naturalmente, yo no soy un oráculo, que tiene automáticamente todas las respuestas adecuadas. Sabemos que los obispos ponen todo su empeño por encontrar esas respuestas. Yo sólo puedo confirmar la línea fundamental de los obispos, es decir, una fuerte indicación a poner el acento en la fe, que es la garantía más segura contra el aumento de la violencia y, al mismo tiempo, un compromiso decidido por la educación de una conciencia que salga de situaciones incompatibles con la fe. Naturalmente, están en juego condiciones económicas, donde algunos campesinos viven de cierto mercado que luego permite grandes ganancias en otros lugares. No se pueden resolver inmediatamente, de un momento a otro, estos diversos problemas económicos, políticos, ideológicos, pero es necesario seguir adelante con gran decisión, con la adhesión sincera a una fe que implica respeto a la legalidad y a la vez amor y responsabilidad con respecto a los demás. Me parece que la educación en la fe es la humanización más segura también para resolver, poco a poco, esos problemas tan concretos.
Santidad, llegamos al continente de monseñor Óscar Romero. Se ha hablado mucho de su proceso de santificación. ¿Tendría la amabilidad de decirnos en qué fase se encuentra, si está a punto de ser santificado y cómo ve usted esta figura?
Papa: Según las últimas informaciones sobre el trabajo de la Congregación competente, se están estudiando muchos casos y sé que siguen su curso. Su excelencia mons. Paglia me envió una biografía importante, que aclara muchos puntos de la cuestión. Ciertamente, monseñor Romero fue un gran testigo de la fe, un hombre de gran virtud cristiana, que se comprometió en favor de la paz y contra la dictadura, y que fue asesinado durante la celebración de la misa. Por tanto, una muerte verdaderamente “creíble”, de testimonio de la fe. Estaba el problema de que una parte política quería tomarlo injustamente para sí como bandera, como figura emblemática. ¿Cómo poner adecuadamente de manifiesto su figura, protegiéndola de esos intentos de instrumentalización? Este es el problema. Se está examinando y yo espero con confianza lo que diga al respecto la Congregación para las causas de los santos.
¿Cómo ve, la cuestión del impacto que tienen los regímenes políticos de izquierdas en América Latina en el proyecto de la Iglesia para el continente? Y ¿en qué medida la cultura brasileña ha entrado en su formación personal?
Papa: Bien, sobre los aspectos de la acción política de la izquierda no puedo hablar ahora, pues no estoy suficientemente informado. Además, como es obvio, no quisiera entrar en cuestiones que atañen directamente a la política. En cuanto a mi formación, a mi compromiso personal con Brasil, hay que tener presente que se trata del país más grande de América Latina, un país que se extiende desde Amazonia hasta Argentina. Brasil contiene en sí diversas culturas indígenas. Me han dicho que hay más de ochenta lenguas. Por otra parte, también está su gran pasado, en el que se registra la presencia de afro-americanos y de afro-brasileños. Es interesante cómo se ha formado este pueblo y cómo se ha desarrollado en él la fe católica: la fe se ha defendido en todos los tiempos y con numerosas dificultades. Como sabemos, en el siglo XIX la Iglesia fue perseguida por fuerzas neoliberales. Por tanto, en mi formación, un aspecto importante ha sido seguir el desarrollo de estos pueblos católicos de América Latina. No soy un especialista, pero estoy convencido de que aquí se decide, al menos en parte —en una parte fundamental—, el futuro de la Iglesia católica. Esto siempre ha sido evidente para mí. Como es obvio, siento la necesidad de profundizar aún más mi conocimiento de este mundo.
Los portugueses siguen y rezan por este viaje, y coincide que usted estará en Aparecida el 13 de mayo. Esta fecha es muy importante para nosotros, porque se cumplen noventa años de las apariciones en Fátima. Por eso, ¿quiere decirnos algo respecto de esta coincidencia para el pueblo portugués?
Papa: Para mí, realmente, es un don de la Providencia que mi misa en Aparecida, el gran santuario mariano de Brasil, coincida con los noventa años de la aparición de la Virgen en Fátima. Así vemos que la misma Madre de Dios, Madre de la Iglesia, Madre nuestra, está presente en los diversos continentes, y en los diversos continentes siempre se muestra del mismo modo como Madre, revelando una cercanía especial a todos los pueblos. Esto para mí es muy hermoso. Siempre es la Madre de Dios, siempre es María, pero, por decirlo así, está “inculturada”: tiene una cara, un rostro específico en Guadalupe, en Aparecida, en Fátima, en Lourdes, en todos los países del mundo. Por tanto, se muestra como Madre precisamente haciéndose cercana a todos. De este modo todos se acercan entre sí mediante este amor a la Virgen. Me parece importante esta unión que la Virgen crea entre los continentes, entre las culturas, al estar cerca de cada cultura específica y, al mismo tiempo, unificándolas a todas entre sí; precisamente esto me aprece importante: el conjunto de especificidades de las culturas —que tienen su riqueza propia— y la unidad en la comunión de la misma familia de Dios
En Brasil hay gente que no quiere escuchar el mensaje de la Iglesia…
Papa: Esto no sólo sucede en Brasil. En todas las partes del mundo son muchísimos los que no quieren escuchar lo que dice la Iglesia. Esperamos que al menos lo oigan; luego pueden disentir, pero es importante que al menos oigan lo que dice para poder responder. Tratamos de convencer también a los que disienten y no quieren escuchar. Por lo demás, no podemos olvidar que tampoco nuestro Señor logró que todos lo escucharan. No esperamos convencer a todos en un momento. Pero, con la ayuda de mis colaboradores, en este momento yo trato de hablar a Brasil con la esperanza de que muchísimos quieran escuchar y que muchísimos también se convenzan de que este es el camino que es preciso seguir, por lo demás un camino que está siempre abierto a muchas opciones y opiniones diversas.