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Elecciones, voto en conciencia y mal menor

logo_obispadoPublicamos un texto escrito por Monseñor Juan Ignacio González, obispo de San Bernardo, junto al clero de su diócesis ,con ideas fundamentales para votar  en conciencia  en las próximas elecciones presidenciales y parlamentarias.

1. Recientemente el Comité Permanente de la Conferencia Episcopal ha hecho una declaración acerca del tiempo electoral que estamos viviendo. “En las semanas venideras, los actores políticos de nuestro país darán pasos significativos en camino hacia las elecciones presidenciales y parlamentarias de fin de año. Las personas que elegiremos serán las autoridades del país en un momento relevante de nuestra historia: la celebración del Bicentenario. Es preciso reflexionar y tomar posición ante grandes temas en esta hora de importantes decisiones”

Misión de la Iglesia frente a las elecciones

2. Diversas personas y comunidades se han acercado a los sacerdotes pidiendo algunas ideas fundamentales para ejercer el derecho a votar, con una conciencia bien formada y que nuestra opción sea a favor de quienes quieren buscar el Bien Común, conforme a nuestra identidad de nación cristiana y en su mayoría compuesta por fieles de la Iglesia Católica. Reiteramos lo señalado por el Comité Permanente: “La Iglesia Católica no se identifica con ningún partido político. Por eso, no tiene candidatos y no se hace representar a través de partido ni sector político alguno. Es legítimo que personas y conglomerados puedan o no compartir nuestra fe. Pero eso no impide que cada candidato y cada elector haga un profundo discernimiento en el ámbito de los proyectos de los candidatos, de manera de elegir a aquellos que mejor impulsen los valores que deben tener plena vigencia en nuestra convivencia, en nuestra cultura y en nuestra legislación. A los Obispos nos cabe colaborar en el discernimiento de los fieles, en el marco de su libertad de conciencia y de sus derechos y deberes ciudadanos, aportando la luz del Evangelio y de la Doctrina Social de la Iglesia”.

Tres elementos para el discernimiento: vida, familia y educación

3. Cada uno de nosotros al momento de votar lo debe hacer como un ejercicio de su libertad con plena responsabilidad. Son muchos los aspectos del desarrollo humano y social que cada persona puede apreciar y respecto de los cuales son lícitas diversas opciones. Respecto de ellas los católicos como todos los ciudadanos, oyendo las enseñanzas de la Iglesia y su propia conciencia alumbrada por ellas, ha de formarse un juicio propio y proceder conforme a él. Con este documento, que entrega el Obispo de San Bernardo luego de compartirlo con todo el clero diocesano, queremos dar esa ayuda a todos los ciudadanos de buena voluntad que ven en la Iglesia una fuerza moral por su enseñanza y su testimonio. En marzo del año 2006, el Papa Benedicto XVI señaló a un grupo de políticos, refiriéndose a la preocupación de la Iglesia católica por la dignidad de toda persona, que existen principios que «no pueden ser negociados» porque defienden y promueven la dignidad humana. Textualmente el Papa expreso entre ellos:

a) “La protección de la vida en todas sus etapas, desde el primer momento de la concepción hasta la muerte natural”

A este respecto, es necesario decir con claridad, que una persona que quiere ser fiel a la verdad sobre el hombre que profesa la Iglesia debe dar su apoyo a quienes están decididamente por el respeto a toda vida humana, particularmente a la que esta por nacer, sea cuales fueran las circunstancias por las cuales esa persona haya sido concebida. Luego no se debe dar el apoyo a candidatos que en forma abierta y manifiesta señalan que ellos propondrán o apoyarán normas legales que permitan el aborto. Tanto la esterilización como el aborto mal llamado terapéutico – es decir el que se realiza quitando directamente la vida del niño para salvaguardar la salud de la madre – son contrarios a la dignidad de la persona y se oponen gravemente a la visión del humanismo cristiano. La Iglesia no duda en llamar al aborto un delito abominable y lo califica como un desorden moral particularmente grave. (cfr. Compendio de Doctrina Social de la Iglesia, n. 233).

En cuanto a la distribución de la llamada píldora del día después, un católico debe tener en cuenta que como lo señaló la Comisión de Ética de la Conferencia Episcopal de Chile, “el uso de este fármaco merece varios reparos éticos. El más relevante es su eventual efecto abortivo. Para evitar ambigüedades del lenguaje, entendemos por aborto “la eliminación deliberada y directa, como quiera que se realice, de un ser humano en la fase inicial de la existencia, que va de la concepción al nacimiento” (S.S. Juan Pablo II, Evangelium Vitae nº 58) (Declaración del 16 IV-04, n.2) agregando luego que “la información científica puesta a nuestra disposición demuestra que el fármaco podría alterar o impedir la implantación, con lo que se produce la eliminación del embrión, es decir, un aborto. Así lo reconocen los propios laboratorios que distribuyen el producto, al advertir en su instructivo que “puede impedir la implantación”. Un mal probable no es un probable mal sino que un mal cierto. Vender y entregar esta píldora sabiendo que puede impedir la anidación es un atentado en contra de la vida de las personas”.(n.3)

b) El reconocimiento y la promoción de la estructura natural de la familia – entendida como unión entre un hombre y una mujer basada en el matrimonio – y su defensa ante los intentos de equipararla jurídicamente a formas radicalmente diferentes de unión, que en realidad dañan a la misma familia, contribuyendo a su desestabilización y obscureciendo su carácter particular y su papel social irreemplazable”.

A este respecto, una persona que quiera ser fiel a las enseñanzas de la Iglesia debe descubrir si los candidatos a los que desea apoyar promueven una sociedad fundada sobre el matrimonio y quieren fortalecer la institución matrimonial, fundamento de toda sociedad y, en consecuencia, no debería entregar su apoyo a quienes proponen normas legales para entregar estabilidad jurídica a las parejas de hecho, sean heterosexuales o del mismo sexo, equiparándolas en la práctica al matrimonio, en el sentido social y jurídico, pues ello constituye un intento abiertamente reñido con el humanismo cristiano que debe “inspirarse en los grandes proyectos de Dios Creador y de Jesucristo para toda persona humana y para la humanidad”. “La eventual equiparación legislativa entre la familia y las “uniones de hecho” se traduciría en un descrédito del modelo de familia”. Además de que resulta incongruente atribuir un sentido de conyugalidad a uniones de personas del mismo sexo (Cfr. Compendio de Doctrina social de la Iglesia, n. 228).

Asimismo, es necesario observar con atención las propuestas de los candidatos a las llamadas políticas de género, es decir, aquellas que promueven la libre determinación de cada personas respecto de su sexualidad, intentado dar reconocimiento legal a la homosexualidad, el lesbianismo, etc., de manera que todas esas conductas sean igualmente aceptables desde el punto de vista moral y jurídico, todo ello sin perjuicio del respeto irrestricto que siempre se debe a toda persona humana.

c) “Y la protección del derecho de los padres a educar a sus hijos”

Con relación a este derecho fundamental llamamos a los ciudadanos, a fijarse con detención, en las propuestas que hacen o a las que adhieren los candidatos, pues exagerar el control estatal sobre la educación o intentar establecer un apoyo mayor o exclusivo a la educación pública por sobre la que entregan instituciones educacionales privadas como colaboradoras del Estado en este proceso, es una injusta discriminación, que puede terminar haciendo de la escuela un lugar donde se suplanta en los jóvenes la enseñanza y orientación moral de sus padres. Los padres son los primeros educadores y la autoridad debe reconocer en los hechos y en el derecho tal verdad, aunque se le debe también reconocer al Estado un rol subsidiario en ciertos casos.

Los padres de familia en particular, deben detener su atención en la educación en las virtudes y valores fundamentales y en la afectividad, pues ellos tienen particular responsabilidad en la esfera de la educación sexual. A este respecto, es deber de los católicos conocer de qué manera los candidatos quieren llevar adelante sus políticas educativas en estas materias: si será el Estado por medio de sus políticas públicas quien asuma dicha educación o se entregará a los padres un rol esencial en ello, mediante verdaderas ayudas para cumplir su misión. Imponer en la escuela una sola visión de la sexualidad, como asimismo promover campañas públicas con fondos de todos los chilenos para el uso del preservativo u otros anticonceptivos, como única forma de lucha contra enfermedades de transmisión sexual y los embarazos no deseados, es otro aspecto que contradice la enseñanza del humanismo cristiano, como lo han resaltado los Obispo de Chile en su declaración de 10 de junio de 2005 porque “se prescinde de fundamentales consideraciones éticas, porque separa la sexualidad de su dimensión procreativa, (se) olvida el dominio sobre sí mismo y (se) reduce la solución del problema a una fórmula exclusiva -el preservativo- atentando así contra la libertad”.

Un desarrollo integral: “promover a todos los hombres y a todo el hombre”

4. Al reafirmar y desarrollar estas verdades que el Papa llama “no negociables”, lo hacemos teniendo en cuenta que la Iglesia cree firmemente que “el desarrollo humano integral como vocación exige también que se respete la verdad. La vocación al progreso impulsa a los hombres a «hacer, conocer y tener más para ser más». Pero la cuestión es: ¿qué significa «ser más»? A esta pregunta, Pablo VI responde indicando lo que comporta esencialmente el «auténtico desarrollo»: «debe ser integral, es decir, promover a todos los hombres y a todo el hombre». En la concurrencia entre las diferentes visiones del hombre que, más aún que en la sociedad de Pablo VI, se proponen también en la de hoy, la visión cristiana tiene la peculiaridad de afirmar y justificar el valor incondicional de la persona humana y el sentido de su crecimiento. La vocación cristiana al desarrollo ayuda a buscar la promoción de todos los hombres y de todo el hombre. Pablo VI escribe: «Lo que cuenta para nosotros es el hombre, cada hombre, cada agrupación de hombres, hasta la humanidad entera». La fe cristiana se ocupa del desarrollo, no apoyándose en privilegios o posiciones de poder, ni tampoco en los méritos de los cristianos, que ciertamente se han dado y también hoy se dan, junto con sus naturales limitaciones, sino sólo en Cristo, al cual debe remitirse toda vocación auténtica al desarrollo humano integral. El Evangelio es un elemento fundamental del desarrollo porque, en él, Cristo, «en la misma revelación del misterio del Padre y de su amor, manifiesta plenamente el hombre al propio hombre». Con las enseñanzas de su Señor, la Iglesia escruta los signos de los tiempos, los interpreta y ofrece al mundo «lo que ella posee como propio: una visión global del hombre y de la humanidad». Precisamente porque Dios pronuncia el «sí» más grande al hombre, el hombre no puede dejar de abrirse a la vocación divina para realizar el propio desarrollo. La verdad del desarrollo consiste en su totalidad: si no es de todo el hombre y de todos los hombres, no es verdadero desarrollo. (…) El desarrollo humano integral en el plano natural, al ser respuesta a una vocación de Dios creador, requiere su autentificación en «un humanismo trascendental, que da [al hombre] su mayor plenitud; ésta es la finalidad suprema del desarrollo personal». Por tanto, la vocación cristiana a dicho desarrollo abarca tanto el plano natural como el sobrenatural; éste es el motivo por el que, «cuando Dios queda eclipsado, nuestra capacidad de reconocer el orden natural, la finalidad y el “bien”, empieza a disiparse». (Benedicto XVI, Caritas in veritatis, n. 18)

No se trata de temas de fe: es la dignidad humana

5. El Papa, además de destacar que estos principios no son sólo verdades de fe – a pesar de que se iluminen y refuercen gracias a ella – nos dice que están inscritos en la misma naturaleza humana y, por lo tanto, son comunes a toda la humanidad, sin distinción de pertenencia religiosa. Benedicto XVI ha puesto de relieve que la acción de la Iglesia «es aún más necesaria» cuando la mayor parte de estos mismos principios es negada o menospreciada, «porque ello constituye una ofensa contra la verdad de la dignidad humana y una grave herida infligida contra la justicia misma». En nuestro caso ello resulta evidente en algunos casos.

Un discernimiento personal, familiar y comunitario

6. Teniendo en cuenta las enseñanzas antes citadas y siguiendo las orientaciones del Comité Permanente del Episcopado, es necesario conocer con particular claridad qué piensan, qué viven y qué proponen los candidatos a la Presidencia de la República y al Parlamento, acerca de estos temas esenciales. Ya los medios de comunicación, los mismos programas de los candidatos, su adhesión – en el caso de los candidatos a cargos parlamentarios – a cada candidatura presidencial nos entregan pistas claras acerca de su pensamiento y sus propuestas y por lo mismo elementos de juicio muy claros para una adecuada y personal decisión.

7. Asimismo, el juicio personal de conciencia debe tener en cuenta, particularmente en el caso de la elección para Presidente de la República y hasta donde sea posible, qué personas podrán acompañar al elegido en el desarrollo de sus propuestas. Un Presidente no gobierna solo, sino que forma un equipo y las ideas y orientaciones de quienes forman partes de ese grupo de colaboradores también deben ser objeto de nuestro análisis a la hora de emitir el voto. Afirma el Papa Benedicto XVI en su reciente encíclica social que “El desarrollo es imposible sin hombres rectos, sin operadores económicos y agentes políticos que sientan fuertemente en su conciencia la llamada al bien común” (n. 71).

Propuestas, opciones personales y mal menor

8. Es evidente que entre las propuestas de los programas presidenciales hoy en juego hay muchos elementos que pueden recogerse y que son positivos para el país, sobre todo en lo relativo a las políticas sociales. Aunque en todas esas opciones influyen las convicciones personales de los candidatos y de quienes los apoyan en sus pretensiones presidenciales, se trata, en muchos casos, de temas en los cuales la Iglesia y los pastores no tienen una enseñanza determinada y por tanto quedan a la libre determinación de los ciudadanos. Sobre ellas también cada uno debe juzgar teniendo en cuenta el bien común de Chile.

Atendiendo a todo lo anterior:

a) En la deliberación personal, que cada ciudadano debe hacer a la hora de elegir, es necesario un ejercicio que permita comparar los aspectos positivos con los negativos, de lo cual en una conciencia moral formada, pueden surgir perplejidades y dudas.

b) Como nunca se puede actuar con dudas morales, sino que es necesario salir de ellas, al tomar una decisión de voto se puede llegar a la opción moralmente lícita de no dar el voto a ningún candidato o bien, entregarlo a quien se considere que impulsará medidas políticas menos malas o menos nocivas para la vida moral personal y social del país.

c) Si el juicio moral conduce a no apoyar a ningún candidato, es necesario no olvidar que desde el punto de vista moral debe tenerse en cuenta el tema del mal menor.

d) Si existen fundadas razones para presumir que de no apoyar a un determinado candidato, podría salir elegido otro que abiertamente contradice elementos más graves de la moral natural y cristiana, es necesario reconsiderar el no dar el apoyo a ningún candidato y darlo a aquellos que propongan ideas y políticas que cada uno considere menos malos, pese a los reparos morales que se tengan.

Pedimos a Dios Nuestro Señor y a la Madre de Chile, la Virgen del Carmen, que nos ilumine en las decisiones que cada uno de nosotros debe asumir por el bien de nuestra amada Patria y la fe de sus hijos.

El Obispo de San Bernardo junto al clero de la diócesis.

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+ Juan Ignacio González Errázuriz
Obispo de San Bernardo

San Bernardo, 23 de octubre de 2009