Publicamos el Mensaje de Navidad, el Comité Permanente de la Conferencia Episcopal de Chile, en la cual expresa una especial cercanía al mundo del dolor y hace votos porque “la esperanza que nos da la Navidad, nos lleve a abrirnos cada vez más a Dios y a los hermanos”.
Hermanos y Hermanas en el Señor,
Al concluir un año particularmente intenso para nuestro pueblo, el Señor nos vuelve a sorprender con la gratuidad de su nacimiento entre nosotros. Es la Buena Noticia que queremos anunciarles.
1.- Este año, al cumplirse nuestro Bicentenario de vida como nación, hemos mirado la identidad de Chile y, en ella, hemos reconocido la presencia de Cristo y el decidido servicio de la Iglesia en la configuración de nuestra cultura. ¡Cómo no dar gracias a Dios por este inmenso privilegio!
Varios sucesos de este año nos han recordado también que nuestra sociedad sigue marcada por fuertes contrastes. El devastador terremoto y maremoto, el derrumbe en la mina San José, la situación de los comuneros mapuche, el incendio en la cárcel de San Miguel, han sido señales que nos han puesto al desnudo las grandes y graves fragilidades, que debemos abordar en diálogo generoso y con la buena voluntad de todos. Al mismo tiempo, estos episodios nos han hablado de la profunda vocación fraterna y solidaria de un pueblo que sabe sobreponerse a las tragedias y que es capaz de desplegar esfuerzos comunes para reconstruir y socorrer, para orar y celebrar.
Tampoco el caminar de la Iglesia ha estado libre de la cruz y de contradicciones. En este tiempo de Misión, hemos sentido la presencia del Espíritu y sus frutos de santidad, y la peregrinación de la Virgen del Carmen Misionera, junto al Evangelio de Chile, ha sido testimonio del sello cristiano que marca el “alma de Chile”. De todo ello estamos agradecidos. También hemos pedido perdón por nuestras fragilidades e infidelidades, y renovado el propósito de vivir más fielmente en nuestra vocación. Por sobre todo, hemos dado gracias a Dios por “las obras grandes” que no deja de realizar en medio nuestro y en nuestro favor.
2.- En este contexto de gracia y fragilidad, escuchamos el alegre anuncio de la Navidad: “No teman, les anuncio una gran alegría: les ha nacido hoy, en la ciudad de David, un salvador, que es Cristo Señor.” (Lc 2,11). Delante del pesebre, reconocemos que no somos capaces de conducir nuestra historia, pero, con gozo, experimentamos que el Señor no nos deja solos. Él mismo ha venido a formar parte de nuestro camino. No estamos solos: Dios se ha hecho uno de nosotros, participa de nuestra vida cotidiana y lo podemos reconocer en cada hermano, en los niños y en los pobres, en los ancianos y en los abandonados. Está presente en nuestra familia y en nuestra comunidad, en el estudio y en el trabajo, y su presencia es profecía de la verdadera grandeza de la dignidad humana. Lo sabemos: la venida del Hijo de Dios a nuestra vida no es un logro nuestro, sino un verdadero regalo del cielo: algo que no merecemos y que se nos concede gratuitamente. Un don, sin embargo, que requiere nuestra colaboración, como lo hizo María de Nazaret, Madre de Dios por su total disponibilidad a la Palabra del Señor. Ella, la bienaventurada por haber creído, representa lo mejor de la humanidad, en su total disponibilidad y acogida de la voluntad salvadora de Dios.
3.- Hoy, cuando esperamos su venida, le confiamos nuestra propia contradicción entre la grandeza de la vocación humana y nuestra incapacidad de alcanzarla en plenitud. Allí, en la pesebrera de Belén, descansa nuestra certeza: Dios no nos ha dejado solos, porque ha querido quedarse para siempre en nuestra vida, en nuestras familias y comunidades. En la humildad del pesebre, Dios Padre ha querido recostar a su Hijo. En esa cuna sencilla “nos ha nacido un Salvador, el Mesías, el Señor”.
4.- Celebrar la Navidad en este año tan intenso es un hermoso motivo de esperanza. El misterio de Belén nos enseña lo valiosos que somos a los ojos de Dios y, al mismo tiempo, nos estimula a comprometernos para que cada hermano y cada hermana puedan vivir de acuerdo a su dignidad de hijo de Dios. Jesús, don del Padre, nos invita a hacernos don para los demás y ser forjadores de una cultura del don.
Por eso, junto a la Sagrada Familia, con humildad y renovada esperanza, nos acercamos a los pobres y excluidos, a los que sufren la angustia y la soledad, a los enfermos, especialmente a quienes viven los últimos días de su vida. Nos acercamos a los internos e internas de todas las cárceles, especialmente los más olvidados; a quienes aún sufren los estragos sicológicos, espirituales y materiales del terremoto; a todos los trabajadores y trabajadoras del país, y entre ellos a quienes laboran en condiciones más precarias e inseguras, y a quienes han perdido o temen perder sus fuentes laborales.
Nos acercamos a los niños y jóvenes vulnerados, que sufren la incertidumbre de un futuro sin oportunidades y para quienes tampoco hay lugar en las posadas del estudio y del trabajo. A las familias en crisis, a las mujeres discriminadas y violentadas, a todos aquellos que han sido agredidos en su derecho a una vida digna. A todos ellos les decimos: Dios recostado en el establo de Belén, es la esperanza que no defrauda.
Y a quienes gozan un tiempo de paz y bienestar, que disfrutan y agradecen una Navidad feliz, especialmente a los niños para quienes este misterio de fe significa también alegría y encanto, les invitamos a compartir el gozo de Nochebuena con aquellos que sufren algún dolor. Que en nuestra cercanía y solidaridad, tantas personas que sufren, puedan reconocer a Jesús como su esperanza.
Queridas hermanas, queridos hermanos: al dar gracias por la mesa eucarística y por los dones que compartiremos en Navidad, renovemos nuestro anhelo de hacer de Chile una mesa para todos. Que cada abrazo, cada saludo, cada obsequio, sea el testimonio alegre de una vida renovada por el Señor. Que la esperanza que nos da la Navidad, nos lleve a abrirnos cada vez más a Dios y a los hermanos. A todos los habitantes de nuestra patria, les deseamos con afecto una muy Feliz Navidad.
EL COMITÉ PERMANENTE DE LA CONFERENCIA EPISCOPAL DE CHILE
† Ricardo Ezzati Andrello † Alejandro Goic Karmelic
Arzobispo Electo de Santiago Obispo de Rancagua
Presidente Vicepresidente
† Cardenal Francisco Javier Errázuriz Ossa † Gonzalo Duarte García de Cortázar
Administrador Apostólico de Santiago Obispo de Valparaíso
† Santiago Silva Retamales
Obispo Auxiliar de Valparaíso
Secretario General
Santiago, 22 de Diciembre de 2010