HOMILIA EN EL DOMINGO DE RAMOS 2007

1 DE ABRIL DE 2007

1. Acabamos de recorrer las calles de nuestra ciudad, como se ha hecho en todas las parroquias de otras localidades, acompañando a Jesús en su entrada triunfal a Jerusalén, en los inicios de la Semana que llamamos Santa. Como los habitantes de Jerusalén hemos queridos expresar públicamente nuestro amor y agradecimiento a Jesús siguiendo simbólicamente su caminar. En un tiempo en que muchos esconden su condición de cristianos y católicos y no la reflejan en su vida ordinaria, este pequeño gesto nuestro es especialmente amado por nuestro Señor. Como aquellos israelitas que habían visto los milagros y la vida del Señor, nosotros también cantamos Hosanna al Hijo de David, bendito en que viene en el nombre del Señor. Así hemos llegado hasta nuestra Iglesia Catedral, para celebrar aquí la Eucaristía y comenzar esto días alegres y tristes, de la pasión, muerte y resurrección de nuestro Señor.

“Como toda fiesta cristiana, ésta que celebramos es especialmente una fiesta de paz. Los ramos, con su antiguo simbolismo, evocan aquella escena del Génesis: esperó Noé otros siete días y, al cabo de ellos, soltó otra vez la paloma, que volvió a él a la tarde, trayendo en el pico una ramita verde de olivo. Conoció, por esto, Noé que las aguas no cubrían ya la tierra . Ahora recordamos que la alianza entre Dios y su pueblo es confirmada y establecida en Cristo, porque El es nuestra paz . En esa maravillosa unidad y recapitulación de lo viejo en lo nuevo, que caracteriza la liturgia de nuestra Santa Iglesia Católica, leemos en el día de hoy estas palabras de profunda alegría: los hijos de los hebreos, llevando ramos de olivo salieron al encuentro del Señor, clamando y diciendo: Gloria en las alturas” .

“La aclamación a Jesucristo se enlaza en nuestra alma con la que saludó su nacimiento en Belén. Mientras Jesús pasaba, cuenta San Lucas, las gentes tendían sus vestidos por el camino. Y estando ya cercano a la bajada del monte de los Olivos, los discípulos en gran número, transportados de gozo, comenzaron a alabar a Dios en alta voz por todos los prodigios que habían visto: bendito sea el Rey que viene en nombre del Señor, paz en el cielo y gloria en las alturas .

2. Meditemos un momento en este bien de la paz que todos queremos para nuestro mundo, para nuestra patria y para nuestras familias. Con la definición clásica podemos decir que la paz es la tranquilidad en el orden, que hace que todos vivamos en concordia y armonía. Pax in cœlo, paz en el cielo. “Pero miremos también el mundo: ¿por qué no hay paz en la tierra? No; no hay paz; hay sólo apariencia de paz, equilibrio de miedo, compromisos precarios. No hay paz tampoco en la Iglesia, surcada por tensiones que desgarran la blanca túnica de la Esposa de Cristo. No hay paz en muchos corazones, que intentan vanamente compensar la intranquilidad del alma con el ajetreo continuo, con la pequeña satisfacción de bienes que no sacian, porque dejan siempre el amargo regusto de la tristeza” .

Las hojas de palma, escribe San Agustín, son símbolo de homenaje, porque significan victoria. El Señor estaba a punto de vencer, muriendo en la Cruz. Iba a triunfar, en el signo de la Cruz, sobre el Diablo, príncipe de la muerte . Cristo es nuestra paz porque ha vencido; y ha vencido porque ha luchado, en el duro combate contra la acumulada maldad de los corazones humanos.

3. Pero Cristo también es nuestro Camino: quien lo sigue encuentra la paz, pero quien sigue de cerca al Señor debe saber que pisar en sus pisadas exige ir sacando de la vida de cada uno aquello que no está de acuerdo con la enseñanza de Jesús. Hemos de luchar personalmente contra la soberbia, la sensualidad, el egoísmo, la superficialidad, la estrechez de corazón. Si queremos saber porque muchas veces no hay paz exterior, no hay paz en el mundo, en las familias o en el corazón, la respuesta es que no siempre dejamos que Cristo reina en nuestras almas y en nuestro corazón. Por esta razón Jesús nos advierte que si falta tranquilidad en las conciencias, en el fondo del alma, es porque del corazón es de donde salen los malos pensamientos, los homicidios, los adulterios, las fornicaciones, los hurtos, los falsos testimonios, las blasfemias .

“La guerra del cristiano es incesante, porque en la vida interior se da un perpetuo comenzar y recomenzar, que impide que, con soberbia, nos imaginemos ya perfectos. Es inevitable que haya muchas dificultades en nuestro camino; si no encontrásemos obstáculos, no seríamos criaturas de carne y hueso. Siempre tendremos pasiones que nos tiren para abajo, y siempre tendremos que defendernos contra esos delirios más o menos vehementes” .

“Advertir en el cuerpo y en el alma el aguijón de la soberbia, de la sensualidad, de la envidia, de la pereza, del deseo de sojuzgar a los demás, no debería significar un descubrimiento. Es un mal antiguo, sistemáticamente confirmado por nuestra personal experiencia; es el punto de partida y el ambiente habitual para ganar en nuestra carrera hacia la casa del Padre, en este íntimo deporte. Por eso enseña San Pablo: yo voy corriendo, no como quien corre a la ventura, no como quien da golpes al aire, sino que castigo mi cuerpo y lo esclavizo, no sea que habiendo predicado a los otros, venga yo a ser reprobado .”
“El cristiano no debe esperar, para iniciar o sostener esta contienda, manifestaciones exteriores o sentimientos favorables. La vida interior no es cosa de sentimientos, sino de gracia divina y de voluntad, de amor. Todos los discípulos fueron capaces de seguir a Cristo en su día de triunfo en Jerusalén, pero casi todos le abandonaron a la hora del oprobio de la Cruz”
“Para amar de verdad es preciso ser fuerte, leal, con el corazón firmemente anclado en la fe, en la esperanza y en la caridad. Sólo la ligereza insubstancial cambia caprichosamente el objeto de sus amores, que no son amores sino compensaciones egoístas. Cuando hay amor, hay entereza: capacidad de entrega, de sacrificio. de renuncia. Y, en medio de la entrega, del sacrificio y de la renuncia, con el suplicio de la contradicción, la felicidad y la alegría. Una alegría que nada ni nadie podrá quitarnos” .

“En este torneo de amor no deben entristecernos las caídas, ni aun las caídas graves, si acudimos a Dios con dolor y buen propósito en el sacramento de la Penitencia. El cristiano no es un maníaco coleccionista de una hoja de servicios inmaculada.

Jesucristo Nuestro Señor se conmueve tanto con la inocencia y la fidelidad de Juan y, después de la caída de Pedro, se enternece con su arrepentimiento. Comprende Jesús nuestra debilidad y nos atrae hacia sí, como a través de un plano inclinado, deseando que sepamos insistir en el esfuerzo de subir un poco, día a día. Nos busca, como buscó a los dos discípulos de Emaús, saliéndoles al encuentro; como buscó a Tomás y le enseñó, e hizo que las tocara con sus dedos, las llagas abiertas en las manos y en el costado.

Jesucristo siempre está esperando que volvamos a El, precisamente porque conoce nuestra debilidad” .

4. La fiesta de los Ramos que hoy estamos celebrando no pone en el inicio del camino de nuestra propia liberación del pecado que Cristo obró en su Pasión. Pero exige de todos una respuesta al don de la salvación. Una respuesta, queridos hermanos y hermanas, que parte de la humildad de reconocer que todos necesitamos ser salvados. Jesús hace su entrada en Jerusalén como Mesías en un borrico, como había sido profetizado muchos siglos antes . Y los cantos del pueblo son claramente mesiánicos Por eso cuando algunos quieren desconocerlo el Señor les dice: Os digo que si éstos callan gritarán las piedras .

En nuestra época Jesús quiere también entrar hoy triunfante en la vida de los hombres sobre una cabalgadura humilde: quiere que demos testimonio de Él, en la sencillez de nuestro trabajo bien hecho, con nuestra alegría, con nuestra serenidad, con nuestra sincera preocupación por los demás. Quiere hacerse presente en nosotros a través de las circunstancias del vivir humano. También nosotros podemos decirle en el día de hoy: «Como un borriquito estoy delante de Ti. Pero Tú estás siempre conmigo, me has tomado por las riendas, me has hecho cumplir tu voluntad y después me darás un abrazo muy fuerte» como un borrico soy ante Ti, Señor…, como un borrico de carga, y siempre estaré contigo.

Imaginemos el cortejo triunfal de Jesús que pasando por la cima del monte de los Olivos y cayó por la vertiente occidental dirigiéndose al Templo, que desde allí se dominaba. La ciudad Santa de Jerusalén aparece ante los ojos del Señor y Jesús sabe que en ella El cumplirá su sacrificio por todos. Jesús, dice la escritura, lloró . Y su llanto no es por lo dolores que les esperan sino al conocer con su ciencia divina que aquellos mismos que hoy le aclaman, serán luego lo que pedirán su vida. Lo que hace llorar a Jesús es la traición de los hombres, de cada uno de nosotros a su amor. Por eso ese llanto es un llamado a cada uno de nosotros, para que en la hora difícil que en los próximos días se aproxima no estemos entre lo que piden que el Señor sea crucificado, llevando una vida lejana a sus enseñanzas, contradiciendo su amor a cada uno.

5. Jesús mira desde esa colina elevada nuestra propia vida, nuestras luchas por vivir conforme al Evangelio, pero también nuestras renuncias y nuestra indecisión para responder a su amor y arrancar con su gracia lo que nos aparta del pecado. Por eso dice ¡Ay si conocieras, por lo menos en este día que se te ha dado, lo que puede traerte la paz! Pero ahora todo está oculto a tus ojos . Ve el Señor cómo sobre Jerusalén caerán otros días que ya no serán como éste, día de alegría y de salvación, sino de desdicha y de ruina. Pocos años más tarde, como nos cuenta la historia, la ciudad sería arrasada. Jesús llora la impenitencia de Jerusalén. ¡Qué elocuentes son estas lágrimas de Cristo! Lleno de misericordia, se compadece de esta ciudad que le rechaza y se compadece de cada uno de nosotros que habiendo conocido el día del Señor tantas veces no lo reconocemos ante los hombres, lo negamos con nuestra vida o vivimos de espaldas a sus enseñanzas.

“En nuestra vida, tampoco ha quedado (a Jesús) nada por intentar, ningún remedio por poner. ¡Tantas veces Jesús se ha hecho el encontradizo con nosotros! ¡Tantas gracias ordinarias y extraordinarias ha derramado sobre nuestra vida! Como enseña el Concilio: «El mismo Hijo de Dios se unió, en cierto modo, con cada hombre por su encarnación. Con manos humanas trabajó, con mente humana pensó, con voluntad humana obró, con corazón de hombre amó. Nacido de María Virgen se hizo de verdad uno de nosotros, igual que nosotros en todo menos en el pecado. Cordero inocente, mereció para nosotros la vida derramando libremente su sangre, y en Él el mismo Dios nos reconcilió consigo y entre nosotros mismos y nos arrancó de la esclavitud del diablo y del pecado, y así cada uno de nosotros puede decir con el Apóstol: el Hijo de Dios me amó y se entregó por mí (Gal 2, 20)» .

Queridos hermano, la historia de cada hombre es la historia de Dios que sale a nuestro personal encuentro porque quiere salvarnos. Cada hombre es objeto del amor del Señor. Jesús lo intentó todo con Jerusalén, y la ciudad no quiso abrir las puertas a la misericordia. Es el misterio profundo de la libertad humana, que tiene la triste posibilidad de rechazar la gracia divina. «Hombre libre, sujétate a voluntaria servidumbre para que Jesús no tenga que decir por ti aquello que cuentan que dijo por otros a la Madre Teresa: “Teresa, yo quise… Pero los hombres no han querido”» .

6. Preguntémonos en esta solemne ocasión ¿Cómo estamos respondiendo nosotros a los llamados del Espíritu Santo para que seamos santos en medio de nuestra vida, en nuestro ambiente, en la familia, en el estudio, en el matrimonio y en tantas realidades que vivimos día a día?

Aquella entrada triunfal fue, para muchos, muy efímera. Los ramos verdes se marchitaron pronto. El hosanna entusiasta se transformó cinco días más tarde en un grito enfurecido: ¡Crucifícale! ¿Por qué tan brusca mudanza, por qué tanta inconsistencia? Para entender algo quizá tengamos que consultar nuestro propio corazón.

Dice San Bernardo «¡Qué diferentes voces eran aquel quita, quita, crucifícale y bendito sea el que viene en nombre del Señor, hosanna en las alturas! ¡Qué diferentes voces son llamarle ahora Rey de Israel, y de ahí a pocos días: no tenemos más rey que el César! ¡Qué diferentes son los ramos verdes y la cruz, las flores y las espinas! A quien antes tendían por alfombra los vestidos propios, de allí a poco le desnudan de los suyos y echan suertes sobre ellos» .

La entrada triunfal de Jesús en Jerusalén pide a cada uno de nosotros coherencia y perseverancia, ahondar en nuestra fidelidad, para que nuestros propósitos no sean luces que brillan momentáneamente y pronto se apagan. En el fondo de nuestros corazones hay profundos contrastes: somos capaces de lo mejor y de lo peor. Si queremos tener la vida divina, triunfar con Cristo, hemos de ser constantes y hacer morir por la penitencia lo que nos aparta de Dios y nos impide acompañar al Señor hasta la Cruz.

«La liturgia del Domingo de Ramos pone en boca de los cristianos este cántico: levantad, puertas, vuestros dinteles; levantaos, puertas antiguas, para que entre el Rey de la gloria (Antífona de la distribución de los ramos). El que se queda recluido en la ciudadela del propio egoísmo no descenderá al campo de batalla. Sin embargo, si levanta las puertas de la fortaleza y permite que entre el Rey de la paz, saldrá con Él a combatir contra toda esa miseria que empaña los ojos e insensibiliza la conciencia» .

María también está en Jerusalén, cerca de su Hijo, para celebrar la Pascua. La última Pascua judía y la primera Pascua en la que su Hijo es el Sacerdote y la Víctima. No nos separemos de Ella. Nuestra Señora nos enseñará a ser constantes, a luchar en lo pequeño, a crecer continuamente en el amor a Jesús. Contemplemos la Pasión, la Muerte y la Resurrección de su Hijo junto a Ella. No encontraremos un lugar más privilegiado.
Asi sea.