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Una vivienda digna que ayude a la vida familiar

poblaArtículo escrito por Monseñor Juan Ignacio González para la sección Enfoques de la Fe, de la Revista Iglesia en San Bernardo.

“Las casas que se construyan se arrendarán a los obreros por un precio que siempre será inferior, en igualdad de condiciones, al que pagan de ordinario”. “Todos los vicios y delitos a que el hombre puede llegar: la embriaguez, la imprevisión, la inmoralidad, el juego (…) son el resultado fatal a que llega aquel que, falto de un hogar en que albergarse, ocurre a la taberna a buscar la distracción de su espíritu en las malas compañías que lo arrojan en la pendiente”

Estas palabras, escritas a finales del siglo XIX por un político católico que promovía la construcción de habitaciones dignas para las familias de menores recursos, siguen hoy sonando en nuestra realidad poblacional. Un obispo no es experto en políticas habitacionales ni es su competencia juzgarlas. Pero si debe ser, como la Iglesia, experto en humanidad y, desde la enseñanza de la Doctrinal Social de la Iglesia, enfocar todas las realidades que se le presentan, orientando y dando luces desde el Evangelio. Enseña la Iglesia que “Las exigencias del bien común derivan de las condiciones sociales de cada época y están estrechamente vinculadas al respeto y a la promoción integral de la persona y de sus derechos fundamentales. Tales exigencias atañen, ante todo, al compromiso por la paz, a la correcta organización de los poderes del Estado, a un sólido ordenamiento jurídico, a la salvaguardia del ambiente, a la prestación de los servicios esenciales para las personas, algunos de los cuales son, al mismo tiempo, derechos del hombre: alimentación, habitación, trabajo, educación y acceso a la cultura, transporte, salud, libre circulación de las informaciones y tutela de la libertad religiosa”.(CDSI, 166).

Más allá de las “políticas” de un gobierno o de otro, algo anda mal en la manera como hemos concebido el desarrollo de las casas o poblaciones a las que acceden nuestros hermanos más necesitados. Eso lo vemos con claridad al observar el desarrollo de nuestros barrios periféricos. Aglomeraciones increíbles de casas y departamentos, unas pegadas a las otras, calles mínimas, espacios interiores reducidos que obligan a una promiscuidad dañina para la familia y destructora de la moralidad de nuestros jóvenes. Una de las causas más importantes de la destrucción de la familia esta aquí. Al volver, tarde, de la atención pastoral habitual, asombra ver cientos -no exagero- de jóvenes en la calle, en las esquinas, tomando un cerveza o quizá algo mucho más fuerte, que los lleva a perder el sentido y luego a tantas otras cosas que todos lamentamos. ¡Es que no pueden estar dentro de sus minúsculas casas y por eso viven en la calle! Agreguemos a eso un alumbrado público deficiente, muchas veces destruido para así ocultar los comportamientos errados y tenemos en nuestras mismas calles los focos de destrucción moral y física de nuestra juventud.

¿Qué se debe hacer frente a estas realidades? Es una respuesta difícil, sin duda, pero en un país que dice ir caminando hacia el desarrollo, es un freno evidente a que se produzca y muchas veces, sobre todo, un atentado a la dignidad de las personas, aunque ellas mismas, casi sin opción, la hayan escogido. Algunos, a veces dicen, pero estas “soluciones” son mejor que nada. No es una respuesta correcta ni moralmente aceptable. Es necesario que quienes hayan decidido tomar el servicio público como su vocación den respuestas adecuadas y estoy seguro que pueden darse y que lo intentan. Pero me parece que falta audacia, quizá priorizar las necesidades y el uso de las políticas publicas correctamente. No es lo mismo una familia con dos hijos que una con cuatro, ni es el mismo su aporte a la nación. Y que decir del desarraigo que en muchas partes se ha provocado al trasladarse masivamente de una parte a otra de la ciudad una gran cantidad de personas a sus nuevas casa….En fin, son las observaciones de un pastor que mira y escucha y debe saber también hacer un juicio moral acerca de la realidad que vive.

+ Juan Ignacio, Obispo de San Bernardo