San Bernardo, 1 de abril de 2009
Queridos sacerdotes y diáconos recientemente ordenados
No puedo ocultarles que una de las preocupaciones más profundas que están en el corazón del obispo y son motivo de mi oración, es el tiempo de inicio del ministerio sacerdotal o presbiteral de cada uno de ustedes. Regularmente, tanto en las reuniones semanales con los Vicarios de zona, como en el Consejo de Gobierno nos preguntamos acerca de la mejor manera de ayudarlos, de la forma en que podemos manifestar nuestra cercanía, etc. En el próximo mes iniciaremos esos breves encuentros con el obispo que están siendo coordinados por el Padre Ernesto y a los cuales pido a todos asistan siempre.
Todos debemos saber que para custodiar el don del sacerdocio que hemos recibido es necesario llevar una vida plenamente congruente con nuestra misión. En un ambiente difícil, donde la mezcla de hedonismo y el relativismo provoca estragos, debemos cuidar particularmente nuestro recogimiento interior y los ambientes que frecuentamos, que siendo en general buenos, no dejan algunas veces de tener sus peligros.
La vida de un sacerdote diocesano no es una vida de monje, pero hemos de saber recogernos para no ser llevados por la corriente. Vida de oración diaria, rezo delicado del oficio, celebración de la Santa Misa sin apuros, dirección espiritual regular – por lo menos una vez al mes – confesión regular, no sólo cuando es necesario, devoción a María mediante el rezo del Santo Rosario y otras formas de piedad son siempre el camino seguro. Si somos sinceros y humildes en la dirección espiritual con el sacerdote que hemos escogido, nunca nos desviaremos del camino que lleva a la santidad. Pero en cuanto empezamos a tener secretos, ocultar los hechos que nos pueden avergonzar o ves-tirlos con ropajes falsos, ya hemos iniciado un camino doloroso y de muchos peligros.
El que, por el contrario, va abandonando, quizá por el activismo, la vida de piedad, lleva al camino de perder o diluir el don recibido y no será extraño que a poco andar extravíe y pierda la senda que lleva a la santidad.
Junto a la vida interior personal está la necesaria vida comunitaria con los hermanos mayores en el ministerio, que, como es lógico, alguna vez puede ser más difícil. Pero no deben olvidar que son ustedes los que aprenden de los mayores y hemos de aceptar en ellos formas de ser, acciones y maneras per-sonales, etc., que puede que nos parezcan poco oportunas. Cuando llegue el momento será conveniente, fraternalmente, tener una conversación franca, desde la humildad de quien inicia su camino ministerial. Vida comunitaria significa alguna vida en común; se come juntos, se almuerza, se reza un poco juntos, se sirven mutuamente, aprendemos a distraernos sanamente juntos, etc. En esto pido a todos mucha docilidad y saber descubrir al orfebre divino que mediante ese trato con los mayores va puliendo y haciendo más eficaz nuestro servicio sacerdotal.
La vida de todo sacerdote, especialmente al inicio de su ministerio, requiere de un modo particular ser muy ordenados. Hay que luchar para que el activismo pastoral – como nos advirtió el Papa Juan Pablo – no mate lo esencial: la vida interior personal. Lo más importante que hay que hacer, de lo cual depende todo los demás, es orar, mantener encendida la vida espiritual y el trato permanente con el Señor mediante la presencia de Dios. Sacerdote que dedica algo de su tiempo a la TV, distrayendo los ojos y la imaginación en ca-ras y cuerpos, diálogos y temas distantes totalmente de lo central de nuestra vida; mal camino en que la acción de Dios queda inhibida por nuestra culpa, cuando no nos conduce a la ofensas a Jesús. Recordemos frecuentemente este proverbio: “No se cansan los ojos de ver ni se hartan los oídos de oír” (Ecl 1,8).Esfuérzate por desviar tu corazón de las tentaciones presentes y dirigirlo a los valores perennes porque los que siguen sus deseos desordenados manchan su conciencia y pierden la gracia de Dios”(Imitación, I, 4)
Sacerdote que no sabe recogerse a hora normal a su casa, que sale y sale, visita familias en horas impropias, se acostumbra a ir creando amistades particulares, organiza las reuniones en horario inadecuados; mal camino, que nos impide ser buenos instrumentos y pone en riesgo nuestra vida de servicio. Sacerdote que deja que el corazón se contente con el diálogo y el trato con mu-jeres, aunque ya sean mayores, manteniendo conversaciones banales e inútiles o expresando sentimientos o pesares acerca del servicio sacerdotal, mal camino, porque ese corazón en vez de estar llenándose del amor de Dios y de sus cosas, ya ha dejado un espacio – al principio pequeño, luego más grande – a compensaciones que lo pueden llevar a dejar el amor al Creador para amar más a las creaturas. “No le abras tu corazón a cualquiera” (Eclo 8,22) sino comunícate con los sabios y respetuosos de Dios. Con los inexpertos y extra-ños procura estar poco, con los ricos no seas adulón ni goces presentándote con los magnates; con los piadosos y equilibrados procura conversar y trata con ellos de lo que contribuya a tu edificación. No tengas intimidad con muje-res desconocidas pero ruega a Dios que las haga buenas. Vive íntimamente con Dios y sus amigos y evita las novedades”. (Imitación). Es cierto que el corazón tiene razones que la razón no conoce y lo que alguna vez puede ser algo aparentemente limpio y ajeno a toda malicia, luego comienza a enredarse y puede terminar poniendo en jaque nuestra propia vocación.
Por eso queridos sacerdotes jóvenes, recomiendo como padre y pastor, que todas las confesiones de mujeres se hagan siempre en el confesionario y cuando no lo halla debe habilitarse cuanto antes y si es una misión en otro lugar donde no hay confesionario, se lleva el confesionario portátil. Son medidas elementales de prudencia que se han vivido por siglos en la vida de la Iglesia y su abandono tiene resultados que están a la vista.
No esperemos ver desastres e infidelidades para estudiar sus causas y aprender. Las causas son siempre las mismas: los descuidos habituales en la vida espiritual, el trato inadecuado con las personas, las distracciones impropias de quien es otro Cristo, el aislarse de sus hermanos sacerdotes que se manifiesta en la ausencia más o menos habitual de encuentros y reuniones, etc. la falta de sinceridad en la dirección espiritual o simplemente el no tenerla y contentarse con un que otra confesión de tiempo en tiempo.
Quisiera que todos leyeran con calma de nuevo el Directorio para el Ministerio y la vida de los Presbíteros, de la Congregación para el Clero del año 1994. Meditarlo con atención nos puede ser muy útil para descubrir la manera en que hemos de actuar en las situaciones pastorales que nos corresponde vivir.
Es muy importante que nos demos cuenta que al lado del gozo del ser-vicio y de ser otro Cristo, el mismo Cristo en medio de los hombres, siempre esta la cruz que va unida a la entrega, una cruz que se expresa en pequeños y grandes detalles, en la entrega de nuestra vida, nuestro tiempo, nuestras posibilidades futuras, etc. y también en tener el corazón unido a Cristo en la cruz, sin dejar que entren otros amoríos.
Esperando el inicio de nuestros encuentros periódicos, les mando mi afectuosa bendición de padre y hermano mayor
+ Juan Ignacio