“Es necesario “volver a abrir nuestra racionalidad a las grandes cuestiones de la verdad y del bien” proceso que se ve dificultado seriamente cuando no somos capaces de descubrir que en toda realidad hay envueltas verdades objetivas, asequibles a la razón y posibles de conocer. Si cada uno alega su propia verdad o si se quiere hacer depender esta de los consensos democráticos, entonces estamos proclamando que no creemos en el hombre, en su capacidad de descubrir la verdad, la belleza, el bien y en definitiva que nuestra realidad de criaturas llama por sí mismo a aceptar la trascendencia… Entonces la sociedad va como un barco sin timón, llevada por cualquier viento de doctrinas”.
“En efecto, implica que el universo mismo está estructurado de manera inteligente, de modo que existe una correspondencia profunda entre nuestra razón subjetiva y la razón objetiva de la naturaleza. Así resulta inevitable preguntarse si no debe existir una única inteligencia originaria, que sea la fuente común de una y de otra. De este modo, precisamente la reflexión sobre el desarrollo de las ciencias nos remite al Logos creador. Cambia radicalmente la tendencia a dar primacía a lo irracional, a la casualidad y a la necesidad, a reconducir a lo irracional también nuestra inteligencia y nuestra libertad. Sobre estas bases resulta de nuevo posible ensanchar los espacios de nuestra racionalidad, volver a abrirla a las grandes cuestiones de la verdad y del bien, conjugar entre sí la teología, la filosofía y las ciencias, respetando plenamente sus métodos propios y su recíproca autonomía, pero siendo también conscientes de su unidad intrínseca. Se trata de una tarea que tenemos por delante, una aventura fascinante en la que vale la pena embarcarse, para dar nuevo impulso a la cultura de nuestro tiempo y para hacer que en ella la fe cristiana tenga de nuevo plena ciudadanía”.
Estas palabras del Papa Benedicto dirigidas a los católicos italianos, son también para nosotros un desafío de proporciones. En efecto, parte de las graves dificultades que encontramos para enfocar y resolver los grandes problemas de nuestra sociedad –como el Sida, la falta de equidad en las relaciones económicas, la pobreza de amplios sectores sociales, la educación, etc.– nacen de esta separación que hemos introducido entre teología, filosofía y ciencia, como si se tratara de realidades incomunicables entre sí.
En estos días hemos visto como nuevamente se argumenta que las medidas para resolver la trasmisión del Sida, por ejemplo, son un ámbito que está encapsulado en lo que se llama una “política de salud”, objetando y desconociendo su enfoque moral e incluso científico. Pero toda política, es decir la acción necesaria para conducir a una sociedad al bien común, encuentra a la persona humana como su centro y ésta es una unidad. Se trata de poder observar al ser humano entero sin establecer separaciones que destruye esa unidad. Nuestros jóvenes no pueden ser el objeto de políticas de salud que olvidan los valores morales y éticos universales. Sus dificultades y problemas requieren un enfoque interdisciplinario. Si separamos la ética de la ciencia, estamos ignorando que existe la capacidad de descubrir que las relaciones sexuales tiene una finalidad y entonces se aplican políticas que parten del desconocimiento de esa finalidad y a la postre la autoridad se hace incapaz de dar verdaderas soluciones a sus problemas y termina aumentado las dificultades que pretende solucionar.
Hay algo de esquizofrenia en todo esta forma de proceder y también bastante de autoritarismo en imponer las propias visiones sin respetar la verdad intrínseca de las cosas. Hay también en esta manera de actuar una renuncia a la búsqueda de soluciones verdaderas. Apliquemos, por ejemplo, este razonamiento a la educación y sus dificultades. No se puede partir diciendo que no es posible que alguien pueda lucrar con ella, dando por sentado que el que se gana la vida educando esta actuado mal. No se puede afirmar que la educación estatal es mala y por tanto es necesario reformarla completamente desde sus cimientos. Algo raro nos pasa como sociedad cuando no somos capaces de ver la realidad del ser humano desde todas las perspectivas que ella tiene y que el Papa sintetiza en la separación entre teología, filosofía y ciencia, es decir entre el reconocimiento de que todo ser humano es capaz de conocer a Dios, capaz de conocerse a si mismo y es capaz de conocer la verdad sobre las cosas.
Es necesario “volver a abrir nuestra racionalidad a las grandes cuestiones de la verdad y del bien” proceso que se ve dificultado seriamente cuando no somos capaces de descubrir que en toda realidad hay envueltas verdades objetivas, asequibles a la razón y posibles de conocer. Si cada uno alega su propia verdad o si se quiere hacer depender esta de los consensos democráticos, entonces estamos proclamando que no creemos en el hombre, en su capacidad de descubrir la verdad, la belleza, el bien y en definitiva que nuestra realidad de criaturas llama por sí mismo a aceptar la trascendencia.
Entonces la sociedad va como un barco sin timón, llevada por cualquier viento de doctrinas y los hombres y las sociedades a merced de pilotos que no saben conducir la nave y por tanto no conocen cómo se debe llegar a un buen puerto. Dominan unos, dominan los otros, imponen una política en un sentido y luego otra en sentido contrario, sin tener en cuenta de que en la nave van los que buscan la seguridad de un viaje en manos de buenos navegantes, conocedores de todos los mares y arrecifes, donde la barca puede encallar. En resumen, esta separación entre la razón, la ciencia y la trascendencia, nos tiene encallados, detenidos, merced del oleaje de las ideologías que nos quieren imponer “verdades” sin abrirse a conocer la verdad. Por aquí hemos de buscar los caminos de reencuentro, de solución de las dificultades y de comprensión profunda de nuestra propia realidad de personas humanas.
(*) Obispo de San Bernardo