Monseñor Juan Ignacio González Errázuriz
Algunas personas se han preguntado cuál debe ser la actitud de un cristiano frente a las diversas expresiones –libro, cine, etc.- que tergiversan y confunden elementos centrales de la fe cristiana. Otras demandan más directamente una respuesta acerca de si un católico –o un hombre o una mujer de bien– puede leer esos libros o ver esas películas, como es el caso del Código Da Vinci, que se presenta en algunos días más en nuestro país. Intentaré dar ciertos elementos de juicio para el discernimiento de cada uno.
Desde las más variadas tribunas, algunas de ellas escritas por personas que no son cristianas, se afirma que el Código Da Vinci es una obra de ficción en que todos los personajes relacionados con la Iglesia Católica son presentados de manera odiosa, pese a que el autor en la presentación del libro afirma que “todos las descripciones de obras de arte, arquitectura, documentos y ritos secretos en esta novela son verdaderos”
Hasta aquí alguien podría considerarla una buena y atrayente película para pasar un momento agradable. Sin embargo, el problema más serio es que hay elementos en el film –como en el libro– que hieren y ofenden el corazón mismo de la fe cristiana: la persona de Jesús y de la Virgen María, la Iglesia y sus instituciones. Las interpretaciones históricas pueden ser motivos de legítimas deducciones, pero cuando hay tergiversaciones manifiestas como hacer aparecer a Jesús unido a una mujer y negar la virginidad de su Madre, mostrar a la Iglesia en turbios manejos y enlodar instituciones respetables, esas expresiones del arte afectan el núcleo central de la fe, ante lo cual un cristiano debe asumir una actitud clara. Se trata de ofensas a aspectos centrales de nuestras creencias.
Me parece que la primera actitud es saber dar a conocer la verdad sobre Jesús, María y la Iglesia a muchos hombres y mujeres que sentirán curiosidad o quizás duda ante los argumentos de la película: es decir se nos presenta la posibilidad de una evangelización atractiva y cercana. Lo segundo es que tanto el libro como la próxima película, llaman a un examen personal acerca de nuestra propia fe en el Señor Jesús y en la Iglesia por El fundada y nuestra capacidad cristiana para discernir entre lo verdadero y lo falso en estos ámbitos. Es posible que nos demos cuenta que nosotros mismos no sabemos responder a preguntas básicas que nos pueden hacer: ¿Quién es Jesús? ¿Qué significa que sea el Hijo de Dios? ¿Cuál fue su enseñanza y cómo fue su vida? Y también nos debemos interrogar acerca de ¿qué es la Iglesia?, ¿cuál es su fin?, ¿por qué se la ataca de manera tan virulenta? El Código da Vinci viene a remover nuestras conciencias y nos pone ante estas preguntas fundamentales que exigen de nosotros adecuadas respuestas y un testimonio de vida coherente.
Finalmente, quizás alguien repare en que no se nos ha dicho si se debe o no ir a ver la película. Cada uno ha de decidirlo a partir de los elementos de juicio que tenga y de tanta información que circula en los medios de comunicación. Yo, personalmente no iré, sencillamente porque en ella se ofende gravemente los dos amores más grandes que tiene un cristiano: Jesús, mi Señor, a quien he comprometido mi vida, y a mi Madre del cielo, María, la Madre de Jesús. Pero en su caso, usted sabrá qué hacer.
Monseñor Juan Ignacio González Errázuriz
Obispo de San bernardo
Artículo publicado en el diario digital La Segunda
Conflicto estudiantil y olvido de algo esencial
Una de las causas fundamentales de las dificultades en la educación de nuestros jóvenes es la ausencia de una formación ética y valórica.
Artículo publicado por El Mercurio el día jueves 8 de junio
Monseñor Juan Ignacio González Errázuriz
Las violentas protestas de estudiantes secundarios y los paros realizados hacen meditar, buscar causas y proponer caminos, quizás largos, pero necesarios para mejorar diversos aspectos de nuestra educación. Hay muchas personas conocedoras de estos temas y que pueden aportar soluciones. Pero no se puede negar que una de las causas fundamentales de las dificultades en la educación de nuestros jóvenes es la ausencia de una formación ética y valórica. Este es uno de los males que han corroído nuestro sistema hasta transformarlo en una mediana herramienta de entrega de conocimientos, como muchos expertos señalan.
Formación valórica y ética no es lo mismo que formación religiosa, pero ésta ha sido siempre la mejor formadora en los valores espirituales y sociales de una sociedad pluralista. ¿Qué valores? Los que son propios de una sociedad que es y ha sido siempre cristiana. Los sueños utópicos de una educación centrada sólo en el amor a sí mismo, en una filantropía cerrada a toda trascendencia, se muestran cada día más insostenibles, como se manifiesta en el recorrido de muchas naciones occidentales que hoy tienden a volver sobre los valores perennes.
¿Pero qué tenemos en nuestras manos hoy y ahora para reemprender con claridad el camino de la formación ética de nuestros niños y jóvenes? Tenemos la posibilidad de formar en los valores morales mediante las clases de religión que las diversas confesiones reconocidas por nuestro ordenamiento jurídico pueden impartir y que constituyen un derecho para los padres y apoderados al que pueden optar. ¿Pero qué sucede hoy en día con esta posibilidad real? 1) Esas clases no reciben ningún apoyo pedagógico del sistema estatal, pese a contar con programas oficiales reconocidos por el Ministerio de Educación, lo que es un signo muy positivo y que se reconoce; 2) Por no tener validez en la evaluación y promedio final de los educandos se han transformado en clases prescindibles, de segundo orden, que desaparecen del currículo escolar con mucha facilidad ante cualquier dificultad o apretura económica del establecimiento; 3) Mientras hay cientos de miles de textos escolares gratuitos para los niños y jóvenes de menores recursos de nuestra educación subvencionada, no hay un solo texto de religión o de apoyo a la enseñanza religiosa proveído por el sistema estatal para los cientos de miles de alumnos que tienen estas clases, porque así lo han pedido ellos o sus padres; 4) En muchos casos los padres y apoderados son burlados en su derecho a exigir las clases de religión porque en algunos establecimientos no se les pregunta o se evita preguntar si desean clases de religión -y así entonces se produce un “ahorro” en la planilla de profesores.
Se han hecho grandes esfuerzos en la educación en los últimos años. Los resultados los deben evaluar los que conocen estos temas; pero vistas las graves deficiencias en la formación en los valores, no es aventurado señalar que nuestro sistema educativo continuará padeciendo de una enfermedad grave y en aumento. Es posible que ante estas observaciones surja el clásico argumento de que el Estado de Chile no es confesional, cosa que todos sabemos, y que no se le puede exigir una atención específica en la formación religiosa de los educandos. Nadie pretendería transformar nuestra educación en confesional. Pero si se consideran bien las cosas -sobre todo frente a las dificultades actuales-, es evidente que la formación espiritual y valórica de nuestros alumnos es un factor social preponderante en el éxito de la misión educativa del Estado. Una educación que prescinde absolutamente de estos valores espirituales, o a lo más los tolera -con todas las cortapisas y otras anotadas-, no podrá nunca formar una juventud virtuosa y amante de los valores del humanismo cristiano, del cual hace sólo un tiempo tanto se escribió. Tenemos en la mano una herramienta formidable para revertir los efectos negativos de una formación escolar que ha prescindido de lo más esencial: educar a quienes son el futuro de nuestra patria y el sustento de nuestra sociedad en aquellos valores que la inmensa mayoría de los chilenos creemos y compartimos
Es el tiempo de dejar de lado ideologías y mitos preconcebidos y preguntarnos seriamente acerca de los abandonos esenciales de nuestra educación; uno de ellos, la formación religiosa, ética y valórica de nuestros niños y jóvenes. Se trata de dar esta oportunidad real a todas las confesiones reconocidas y que puedan cumplir con las exigencias que el sistema educativo requiere.