La familia es una vocación al amor

Domingo 27 de diciembre de 1992
Fiesta de la Sagrada Familia

 

Amadísimos hermanos y hermanas:

1. Hoy la liturgia nos invita a contemplar la Sagrada Familia de Jesús, María y José.

Familia muy singular, por la presencia en ella del Hijo de Dios hecho hombre.

Pero, precisamente por esto, familia-modelo, en la que todas las familias del mundo pueden encontrar su ideal seguro y el secreto de su vitalidad.
No es casualidad el hecho de que la fiesta de la Sagrada Familia caiga en un día tan cercano a la Navidad, pues se trata de su desarrollo natural.
Lo es, ante todo porque el Hijo de Dios quiso tener necesidad, como todos los niños, del calor de una familia.

Y lo es también porque, al venir a salvar al hombre, quiso asumir todas sus dimensiones: tanto la individual como la social. Es el Redentor del hombre, y también el Redentor de la familia. Viviendo con María y José devolvió a la familia el esplendor del designio originario de Dios.
2. La experiencia ejemplar de Nazaret nos invita, queridos hermanos y hermanas, a volver a descubrir el valor fundamental del núcleo familiar.
La familia es una vocación al amor, una comunidad de personas llamadas a vivir una experiencia específica de comunión (cf. Familiaris consortio, 21) dentro del vasto designio de unidad, que Dios estableció para la Iglesia y el mundo, y que tiene su modelo y su fuente en la comunión trinitaria.

Por desgracia, la unidad familiar hoy se halla a menudo amenazada por una cultura hedonista y relativista, que no favorece la indisolubilidad del matrimonio y la acogida de la vida. Quienes sufren las consecuencias son, sobre todo, los más pequeños, pero también se proyectan sus efectos negativos en todo el entramado social, pues se genera frustración, tensión, agresividad, deseos de evasión y, en ocasiones, violencia.
¿Cómo se podrá lograr una convivencia ordenada y pacífica, en una sociedad cada vez más compleja, si no se vuelve a descubrir el valor y la vocación de la familia?

3. A esa urgencia nos invita precisamente la fiesta de hoy, volviéndonos a presentar el ideal de la Sagrada Familia, donde no faltaba la cruz, pero se hacía oración; donde los afectos eran profundos y puros; donde la esperanza diaria de la vida se suavizaba con el acatamiento sereno de la voluntad de Dios; donde el amor no se cerraba, sino que se proyectaba lejos, en una solidaridad concreta y universal.

La Virgen santa, a quien ahora nos dirigimos con la oración del Ángelus, obtenga a las familias cristianas del mundo entero la gracia de ser cada vez más cautivadas por este ideal evangélico, a fin de que se conviertan en fermento auténtico de nueva humanidad.