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Al final, cada uno estará solo

obispoMensaje de Monseñor Juan Ignacio González publicado en El Mercurio sobre el tema de la legalización del aborto en 3 causales.

“En lo más profundo de su conciencia el hombre descubre una ley que él no se da a sí mismo, sino a la que debe obedecer y cuya voz resuena, cuando es necesario, en los oídos de su corazón, llamándole siempre a amar y a hacer el bien y a evitar el mal. La conciencia es el núcleo más secreto y el sagrario del hombre, en él está solo con Dios, cuya voz resuena en lo más íntimo de ella” (GS 16).

Al final, cada uno de los parlamentarios deberá decidir conforme a su conciencia si es lícito en alguna circunstancia poner fin a la vida de otro ser vivo, inocente, de su misma especie, que ya está en nuestro mundo. Por eso “es preciso que cada uno preste mucha atención a sí mismo para oír y seguir la voz de su conciencia”. No es posible actuar en bloque, partidariamente o por razones políticas. “Retorna a tu conciencia, interrógala… retornad, hermanos, al interior, y en todo lo que hagáis mirad al Testigo, Dios”, dice San Agustín.

Hay un grupo de chilenos y chilenas, elegidos por sus compatriotas, que responden de sus decisiones políticas ante nosotros, pero también ante Dios. La conciencia propia debe hablar a cada uno. Es necesario que cada uno la interrogue. Es un proceso difícil que obliga en la interioridad. Se trata de un juicio personal al que se llega como conclusión de un razonamiento que consiste en “aplicar a una situación concreta la convicción racional de que se debe amar, hacer el bien y evitar el mal” (VS 59). Tal discernimiento puede tener lugar con la luz que arrojan los primeros principios, que son auténticos criterios de valoración y juicio. Uno de ellos: una cosa y su contraria no pueden ser simultáneamente ciertas. No puede ser aceptable en un caso quitar la vida a un inocente y en otro estar prohibido. Siempre está prohibido. Nadie está exceptuado de este proceso. Menos los que han sido elegidos para regir la sociedad hacia el bien común. No basta decir yo no soy creyente, porque este proceso no tiene que ver con concepciones espirituales o religiosas.

En este razonar de cada uno cabe siempre la posibilidad del error de conciencia, de un dictamen no conforme a la verdad. El error de conciencia puede ser resultado de la ignorancia invencible sobre algunas verdades morales y, por tanto, quedar exento de culpa el que en él incurre. Quedará a salvo la dignidad de la persona, pues aunque las acciones que la conciencia prescribe no son rectas en sí mismas, por no ser conformes con la verdad objetiva de la norma moral, son realizadas precisamente porque se juzga erróneamente que son conforme al bien del hombre. Pero eso no significa que el error de conciencia sea algo inocuo y sin consecuencias sociales y personales. Las acciones fruto de una conciencia invenciblemente errónea son acciones malas en sí mismas, por más que no hagan injusto a quien las realiza: “…el mal cometido a causa de una ignorancia invencible, o de un error de juicio no culpable, puede no ser imputable a la persona que lo hace; pero tampoco en ese caso deja de ser un mal” (VS 62).

Pero hay también una conciencia que es venciblemente errónea. Puede que un error no sea completamente advertido, pero no se puede declarar por ello exento de culpa sin más a quien actúa según dicha conciencia. Es el error que no se aprecia como tal, pero que es fruto de una incapacidad que uno voluntariamente se ha causado, un error resultado de acciones u omisiones culpables. Es muy difícil que en el nivel intelectual de los parlamentarios, personas capaces de informarse, estudiar, escuchar y reflexionar, se pueda alegar una conciencia que es incapaz de conocer el bien en una materia tan decisiva como es la salvaguarda de la vida humana concebida, sobre todo después del proceso legislativo recorrido.

Puede acaecer también que alguien actúe con una conciencia dudosa respecto de que su decisión sea verdaderamente lo mejor para el ser humano y la sociedad. Quien se encuentre en esa situación de conciencia dudosa -en materias discutidas casi siempre se da esta posibilidad- debe tratar de salir de ella, aunque ello comporte incomodidad y esfuerzo, y mientras no adquiera certeza de que lo que hará es bueno -votar por una ley que permite en ciertos casos poner fin a la vida humana-, debe abstenerse de actuar. Está en juego la obediencia a la propia conciencia y la dignidad personal. Se está obligado, entonces, a realizar un examen más a fondo de la situación, al estudio y a la reflexión personal, que certifique la recta intención y que la decisión es un bien.

Al final, cada diputado y senador estará solo frente a su conciencia y su decisión afectará a muchas personas, pero en el caso concreto, afectará a la vida de otro ser de su misma especie y adquirirá la responsabilidad moral ante la sociedad y ante el Creador de haber sido instrumento esencial para impedirle ver la luz del sol que a todos alumbra por igual.

Juan Ignacio González E.
Obispo de San Bernardo