Es posible que ninguna época cercana a la nuestra haya experimentado el desarrollo de la sociedad y el progreso humano como la que vivimos. Pero también lo es que ese mismo progreso no ha ido siempre acompañado por una expansión de la solidaridad, como parte integrante de la virtud de la caridad, del amor a Dios y al prójimo. Cuando más bienes materiales se han hecho accesibles al ser humano, cuando las conquistas sociales y científicas más han beneficiado a tantas personas, familias y naciones, sigue, sin embargo, habiendo gravísimas carencias en muchos hermanos nuestros –en Chile y en tantas naciones– que viven procesos casi inhumanos, en los cuales su dignidad como personas está mancillada o destruida. Desde la persecución religiosa que muchos sufren en razón de sus creencias, hasta un cierto desprecio y lejanía hacia el migrante, que llega de lugares conflictivos buscando entre nosotros nuevos horizontes. Desde aquellos que no tienen acceso a un pasar digno, por falta de atención adecuada y oportuna en su salud o tener que subsistir con una pensión de vejez o enfermedad que no les permita vivir con dignidad, hasta cientos de personas que viven en situación de calle.
El Papa Francisco junto con toda la Iglesia no deja de insistir y mostrar esta realidad y ha llegado a instituir una Jornada Mundial del Pobre, que ya se va arraigando en toda la Iglesia, para crear conciencia de estos problemas y poner soluciones adecuadas. Hace un tiempo escribió: “¡Cuántas veces vemos a los pobres en los basureros recogiendo el fruto del descarte y de lo superfluo, para encontrar algo para alimentarse o vestirse! Al convertirse en parte de un vertedero humano, son tratados como basura, sin que ningún sentimiento de culpa se advierta en aquellos que son cómplices de este escándalo. Considerados a menudo parásitos de la sociedad, a los pobres no se les perdona ni siquiera su pobreza. El juicio está siempre en alerta. No pueden darse el lujo de ser tímidos o desanimados, son percibidos como amenazantes o incapaces, simplemente porque son pobres”. Son palabras duras, pero verdaderas. Pero son palabras que sólo pueden comprenderse en su verdadera profundidad desde una visión cristiana de la persona y la sociedad. “Jesús está presente aquí, Jesús está presente donde están los pobres, los enfermos, encarcelados y en los que sufren. Jesús está presente”, escribe el Papa.
Es lo que vivieron los grandes santos de todas las épocas, dedicados al servicio de los más descartados de la sociedad como: San Camilo de Lelis, Juan de Dios, San Vicente de Paúl, San Alberto Hurtado y tantos otros, que por inspiración de Dios, comprendieron esta verdad esencial del mensaje de Jesús y se dispusieron a vivirlo heroicamente.
Es quizá lo que en este mes, llamado tradicionalmente de la solidaridad, debemos pedir nosotros al Señor: que toque con fuerza nuestros corazones y nuestras mentes y nos permita ver el rostro de Jesús en el pobre, el agobiado, el descartado, en el que está sólo. “La solidaridad es también una verdadera y propia virtud moral, no un sentimiento superficial por los males de tantas personas, cercanas o lejanas. Al contrario, es la determinación firme y perseverante de empeñarse por el bien común; es decir, por el bien de todos y cada uno, para que todos seamos verdaderamente responsables de todos” enseña la Doctrina Social de la Iglesia.
Pidamos durante el mes y siempre, que el Señor y Su Madre del Cielo nos permitan salir de nuestros egoísmos, de nuestras avaricias, de nuestra codicia, para ver en el que sufre a Jesús y así cumplir de verdad el mandamiento del Amor, que nos exige amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a nosotros mismos.