En los próximos días llegará a nuestra Diócesis la Virgen del Rosario de Fátima, enviada desde Portugal. Estará con nosotros hasta los primeros días del mes de enero. Llega en medio de una convulsión y crisis en aspectos muy esenciales de la vida del país, cuando se discuten cambios fundamentales en las políticas sociales e incluso en la misma Carta Fundamental y cuando la violencia se ha extendido con destrucción masiva de bienes y, lo que es más grave, con la muerte de compatriotas y muchos heridos. Chile es hoy un país fracturado y en medio de la mayor crisis social y política desde la década de 1970. Como obispo diocesano, he enviado diversos mensajes y recorrido las comunidades de los lugares más complejos, estando junto al pueblo de Dios, animando y mostrando la esperanza cristiana. También la Conferencia Episcopal ha enviado ya cinco mensajes concretos acerca de la situación que estamos viviendo.
Conocer las causas de las dificultades que han sido el origen de estos problemas gravísimos en la convivencia nacional es complejo. Son las autoridades políticas y sociales las llamadas a buscar soluciones efectivas, en especial a los temas sociales que más amenazan la vida y el bienestar de las personas. La Iglesia y los pastores tenemos en esta hora la obligación de alumbrar a todos, especialmente a los católicos, con los principios esenciales que deben iluminar el orden social y político. Para ello tenemos la enseñanza de la Doctrina Social de la Iglesia (DSI) que permite a todos formarse su propia opinión sobre lo más conveniente para el país y también la manera en que cada uno debe expresar su opinión en las diversas instancias participativas. Estamos en un tiempo de reflexión que nos prepara para actuar. Hemos de comprender todos –como se ha resaltado en diversas instancias– que la violencia de cualquier tipo debe ser excluida y combatida con fuerza, porque la destrucción de vida y de bienes nunca es camino para solucionar los problemas.
Un análisis profundo nos debe llevar también a conclusiones que no pueden soslayarse: en el corazón de la crisis está la ausencia de Dios y de las enseñanzas del Evangelio en la vida social, política, económica y familiar. El Papa Francisco nos lo ha dicho con claridad. Cristo y su enseñanza han dejado de estar en el centro de la vida del país. El mandamiento del amor, que constituye el corazón de una sociedad cristiana, ha perdido su vigor y ha sido sustituido por otros bienes, como el afán y el abuso del poder, el éxito económico, el pensar cada uno en si mismo, el relativismo que no reconoce verdades perennes, las ideologías que nos prometen un mundo sin reglas y sin dificultades. Se trata de visiones globales que en diversas partes del mundo están también presentes.
Volver a centrar la vida personal y social en los principios y valores esenciales exige como condición indispensable reconocer que somos criaturas, que dependemos en nuestro ser y actuar de Dios y que los mandamientos son el camino para recuperar la paz y el orden social. “Para el cristiano, la libertad no proviene del mismo hombre: se manifiesta en la obediencia a la voluntad de Dios y en la fidelidad a su amor. Es entonces cuando el discípulo de Cristo encuentra la fuerza de luchar por la libertad en este mundo. Ante las dificultades de esta tarea, no se dejará llevar por la inercia ni el desaliento, ya que pone su esperanza en Dios, que sostiene y hace fructificar lo que se realiza en el espíritu” (San Juan Pablo). Orar personal y colectivamente se vuelve entonces un imperativo, porque la paz no viene desde fuera, no es solo el silencio de las armas, o la ausencia de violencia, sino que nace del corazón, como nos enseñó Jesús. “La paz os dejo, mi paz os doy; no como el mundo la da os la doy yo”. ( Jn 14, 27).
Ninguno debe dejar lugar al abatimiento, la desolación de aquel que mira el pasado y se lamenta, sino seguir llamado a una participación activa de los católicos, juntos a muchas personas de buena voluntad, para rehacer los fundamentos de una sociedad fundada en los valores cristianos. Participar es hoy otro imperativo del momento. Tenemos el auxilio de Dios y la fuerza de la gracia para ello. Pidamos a la Virgen del Rosario de Fátima, a punto de llegar a nosotros, que nos dé la fortaleza para restaurar los valores cristianos de nuestra sociedad. A ella nos consagraremos, para servir a su Hijo y a todos los hombres y mujeres, sin distinción.
+Juan Ignacio