Nos encontramos en un momento único de la vida personal y comunitaria. Algo impensado ha llegado, y de un día para otro todas las diferencias, opiniones, discusiones e ideologías han quedado silenciadas. Experimentamos que todos somos iguales. Pero también casi todos, con más o menos fuerza, en silencio o públicamente, volvemos la mirada a Dios. Es contrario a su Bondad, pensar que es un castigo divino, pero sí se puede decir que el Señor de la Historia, puede permitir males para de ellos sacar bienes. “La fe en Dios Padre Todopoderoso puede ser puesta a prueba por la experiencia del mal y del sufrimiento. A veces Dios puede parecer ausente e incapaz de impedir el mal. Ahora bien, Dios Padre ha revelado su omnipotencia de la manera más misteriosa en el anonadamiento voluntario y en la Resurrección de su Hijo, por los cuales ha vencido el mal. Así, Cristo crucificado es “poder de Dios y sabiduría de Dios.” (CEC 272). “La permisión divina del mal físico y del mal moral es misterio que Dios esclarece por su Hijo, Jesucristo, muerto y resucitado para vencer el mal. La fe nos da la certeza de que Dios no permitiría el mal si no hiciera salir el bien del mal mismo, por caminos que nosotros sólo conoceremos plenamente en la vida eterna” (CEC 324).
Muchas personas, quizá con una fe débil y algunas veces una mirada demasiado apegada a esta tierra, se preguntan cómo es posible que Dios permita el mal. “Pero ¿por qué Dios no creó un mundo tan perfecto que en él no pudiera existir ningún mal? En su poder Infinito, Dios podría siempre crear algo mejor. Sin embargo, en su sabiduría y bondad Infinita, Dios quiso libremente crear un mundo “en estado de vía” hacia su perfección última. Este devenir trae consigo en el designio de Dios, junto con la aparición de ciertos seres, la desaparición de otros; junto con lo más perfecto lo menos perfecto; junto con las construcciones de la naturaleza también las destrucciones. Por tanto, con el bien físico existe también el mal físico, mientras la creación no haya alcanzado su perfección”. (CEC 310) Todo el mensaje cristiano es una respuesta de Dios a nuestra pregunta sobre el porqué de la existencia del mal: “la bondad de la creación, el drama del pecado, el amor paciente de Dios que sale al encuentro del hombre con sus Alianzas, con la Encarnación redentora de su Hijo, con el don del Espíritu, con la congregación de la Iglesia, con la fuerza de los sacramentos, con la llamada a una vida bienaventurada que las criaturas son invitadas a aceptar libremente, pero a la cual, también libremente, por un misterio terrible, pueden negarse o rechazar. No hay un rasgo del mensaje cristiano que no sea en parte una respuesta a la cuestión del mal” (CEC 309).
Para quien ha puesto su esperanza en Cristo y vive de ella hay siempre un gozo que prepara el cielo y es fuente de alegría y permite soportar con paciencia los sufrimientos (Col 1, 11-24); Hoy el Señor nos pide poner nuestra confianza en Él; soportar con alegría las dificultades, ser pacientes en la tentación, las tribulaciones y el dolor; trabajar esforzadamente por el reino de Dios, y emplear nuestras fuerzas para lograr la vida eterna. La esperanza nos lleva al abandono en Dios, pues sabe el cristiano que Él cuenta con todas las situaciones por las que ha de pasar nuestra vida: edad, enfermedad, etc., y otorga las ayudas necesarias para salir adelante.
En estos tiempos hemos de renovar la fe, la esperanza y el amor a Dios y al prójimo. Volvamos con humildad los ojos al Señor y oremos constantemente, descubramos el sentido profundo de todo lo que ocurre, también de este tiempo de tragedia, del cual surgirá la luz verdadera. Volvamos nuestra vida al Señor, regresemos como el hijo pródigo a pedir perdón a Dios y a los hermanos, sigamos el camino cuaresmal hasta la Resurrección del Señor, sabiendo que siempre nos acompaña la Madre de Dios, atenta a los dolores y angustias de su hijo.
´ + Juan Ignacio