Las celebraciones de la Semana Santa y de la Fiesta de Cuasimodo sin las restricciones a las que hemos estado sujetos por la pandemia, han vuelto manifestar, de una manera patente, que la Iglesia está viva. Miles de fieles han llenado nuestros templos en estos días y cientos de ellos han acompañado al Señor Sacramentado por nuestras ciudades y campos, para permitir a los enfermos y adultos mayores cumplir el precepto de comulgar con ocasión de la Pascua de Resurrección. Al mismo tiempo que muchas personas han vuelto, también ha sido notorio que muchas otras, quizá hasta ahora un tanto alejadas, han comenzado también a volver a la vida de la Iglesia.
Esta realidad tiene varias lecturas. En algunos ambientes se estima que ello se produce frente al temor que han provocado la violencia desatada, la pandemia y sus graves consecuencias, la guerra en Ucrania, con sus peligros de expansión. La religión y la vinculación con Dios parece como más necesaria para explicarse los fenómenos que ocurren e incluso una defensa frente a ellos. Es una visión muy sociológica que no explica a fondo la realidad religiosa propia del ser humano y que apunta a un elemento espiritual de toda persona: “El deseo de Dios está inscrito en el corazón del hombre, porque el hombre ha sido creado por Dios y para Dios; y Dios no cesa de atraer al hombre hacia sí, y sólo en Dios encontrará el hombre la verdad y la dicha que no cesa de buscar: «La razón más alta de la dignidad humana consiste en la vocación del hombre a la comunión con Dios. El hombre es invitado al diálogo con Dios desde su nacimiento; pues no existe sino porque, creado por Dios por amor, es conservado siempre por amor; y no vive plenamente según la verdad si no reconoce libremente aquel amor y se entrega a su Creador» (GS 19,1).
La Iglesia al recoger este renacer de la fe que comienza a expresarse debe tener una respuesta adecuada. No hay duda de que el país se ha descristianizado, la visión antropológica propia del cristianismo ha perdido intensidad y en algunos ámbitos ha sido sustituido por el naturalismo, feminismo, el pensamiento de género, etc. Nosotros lo que hemos de hacer es mostrar nuevamente la atracción que provoca Jesucristo, el Mesías y Salvador. Debemos seguir buscando esa “opción misionera capaz de transformarlo todo, para que las costumbres, los estilos, los horarios, el lenguaje y toda estructura eclesial se conviertan en un cauce adecuado para la evangelización del mundo de hoy, más que para la autoconservación” (EG, 27). En este impulso para volver al espíritu misionero de los inicios, debemos volver a considerar que “la parroquia no es una estructura transitoria; precisamente porque tiene una gran plasticidad, puede adoptar formas muy diversas que exigen la docilidad y la creatividad misionera del pastor y de la comunidad. Aunque ciertamente no es la única institución evangelizadora, si es capaz de reformarse y adaptarse constantemente, seguirá siendo ” la Iglesia misma que vive en medio de las casas de sus hijos e hijas “.
Recoger los signos de los tiempos que se nos muestran en tantas realidades, nos lleva a no desfallecer en los empeños apostólicos, y a descubrir que en esa “comunidad de comunidades” que es la parroquia, hemos de gastar nuestros empeños, para estar al lado de todos, comprender a todos y anunciar con nueva fuerza la salvación que nos viene de Jesucristo.
+Juan Ignacio