El mes de junio viene siempre marcado por varias grandes fiestas, entre las que se destaca la Solemnidad del Cuerpo de Cristo (19) y del Sagrado Corazón de Jesús (24), acompañado siempre del Corazón Inmaculado de María (25). A fin del mes celebraremos la Solemnidad de San Pedro y San Pablo, haciendo un particular recuerdo y oración por el Santo Padre Francisco, que es el Sucesor de Pedro y guía a la Iglesia Universal, en estos tiempos particularmente difíciles.
Surge de estas celebraciones litúrgicas aquella trilogía tan propiamente católica, Cristo, María y el Papa, que alumbra nuestro caminar, especialmente en épocas de zozobras y dificultades, pero también de grandes luces que nos muestran el futuro. Son los grandes amores de un hijo fiel de la Iglesia.
En nuestro Seminario diocesano, cuyo Patrono es San Pedro Apóstol, hay una bella imagen del primer Papa, con esta inscripción. Todos con Pedro, a Jesús por María. Constituye como un itinerario espiritual personal: somos caminantes que van hacia la Casa del Padre, nos guía la Madre de Dios y Madre nuestra, la Virgen María y nos marca el camino el Vicario de Cristo en la tierra, el Papa, ahora Francisco, ayer Pío, Benedicto o Juan Pablo y mañana aquel que el Espíritu Santo nos envíe.
En la devoción al Sagrado Corazón de Jesús encontramos el mejor y más fácil camino para amar a Jesús, conocer su vida y seguirle. “La plenitud de Dios se nos revela y se nos da en Cristo, en el amor de Cristo, en el Corazón de Cristo. Porque es el Corazón de Aquel en quien habita toda la plenitud de la divinidad corporalmente. Por eso, si se pierde de vista este gran designio de Dios —la corriente de amor instaurada en el mundo por la Encarnación, por la Redención y por la Pentecostés—, no se comprenderán las delicadezas del Corazón del Señor” (San. J. Escrivá, Cristo que Pasa, n. 164).
La Madre de Dios, a la cual San Bernardo tuvo un gran amor y que escribió esta sencilla pero certera frase: “No eres más santo porque no eres más devoto de María”. Por una parte, están las expresiones de piedad popular mariana, que se manifiestan en muchas devociones como las procesiones, mandas, novenas, pero por otra está el amor personal y el trato de hijo con la Santísima Virgen, que se concreta en el rezo del Santo Rosario, en llevar siempre junto a nosotros el escapulario del Carmen o una estampa con su figura, que se le destina un lugar especial en nuestra casa o ambiente de trabajo, etc. María nos lleva de la mano de vuelta a Jesús, cuando hemos tenido la desgracia de dejarlo por nuestro abandono y nuestros pecados.
El Papa, a quien con amor grande Santa Catalina de Siena llamaba el Dulce Cristo en la tierra, es el que hace las veces del Señor entre nosotros, es su Vicario y todo lo que de él venga es como que fuera del Señor Jesús. “No cabe otra disposición en un católico: defender “siempre” la autoridad del Papa; y estar “siempre” dócilmente decidido a rectificar la opinión, ante el Magisterio de la Iglesia” (Forja 581).
Sigamos la enseñanza segura de la fe y pongamos en practica en nuestra vida de católicos aquella sabia enseñanza: todos con Pedro a Jesús por María.
+Juan Ignacio