Llega septiembre y a los aires dieciocheros se agrega un acontecimiento político de gran significación por sus contenidos éticos y morales. La ciudadanía se expresó rotundamente en contra de la propuesta constitucional. Es el momento de meditar. No sólo los dirigentes políticos, sino todos lo ciudadanos. Una reflexión que nos debe conducir a encontrar los caminos adecuados para vivir en paz y concordia, que perdimos hace ya mucho tiempo. No es momento de sacar ganancias o abocarse triunfos. Chile perdió una oportunidad, porque los llamados a unirnos nos separaron. Necesitamos dirigentes que comprendan el sentido de lo sucedido y eso requiere tiempo, espacios adecuados, procesos equilibrados y personas que, por sobre todo, amen a Chile y conozcan la verdadera idiosincrasia de la nación. Algunos deberán tener la humildad de ponerse a un lado, otros llegaran con nuevas ideas y visiones. Estos últimos deben saber escuchar y mirar con atención cuales son los elementos esenciales de nuestra nacionalidad, forjada por la entrega hasta la sangre de muchos compatriotas de diversas vertientes de pensamiento. Amar la Patria no es un concepto vacío, del cual cualquiera puede hacerse adalid. Hay una historia ya antigua, que viene desde el asentamiento en nuestro territorio de los primeros pueblos, tan chilenos como quienes han llegado ayer a construir esta Nación. Hay héroes nacionales que aúnan a todos mas allá de las diferencias legítimas, hay valores y principios que con el paso del tiempo se han asentado entre nosotros, hay emblemas que no pueden ser tocados o mancillados – como por desgracia lo han sido- hay un Puro Chile es tu cielo azulado, que nos cobija a todos y todos cantamos con emoción. Hay una fe cristiana que vive la inmensa mayoría de los chilenos, incluidos nuestros hermanos de los pueblos originarios.
Como en otros momentos de nuestra historia, las palabras en nuestros labios serán unidad, concordia, y amor entre todos. Es una trilogía difícil de vivir, que exige esfuerzos, renuncias, comprensión y aceptación de la opinión diversa. Es difícil vivirla en profundidad si no se reconoce que tenemos una paternidad común que nace de ser hijos de Dios. Esta, como lo señalamos los obispos de Chile, es la fuente común de donde puede salir también una causa común. Es una realidad que se expresa entre las diversas confesiones religiosas y que nos ha permitido hacer propuestas en común y es un sentimiento muy arraigado en el pueblo chileno, en sus diversas creencias.
Habrá que orar. También esto puede costar. Porque se trata de nuevas actitudes del corazón. No se trata sólo de estrategias y métodos, se trata, en el fondo, de una conversión al otro, abrirse al que nos necesita y reconocer que nosotros también necesitamos de los demás. Somos por nuestra naturaleza seres sociales, hechos para la alteridad y mucho de lo que hemos vivido implica lo contrario. Estamos muertos a nosotros mismo si vivimos para nosotros mismos, escribió San Agustín.
En el corazón de las Fiestas Patrias podremos encontrar unidad, en la celebración con el vecino o el otrora adversario, porque en esta tierra bendita hay un lugar para cada uno y cada uno tiene su lugar, desde donde aportar al engrandecimiento de la Patria común que nos legaron los Padres Fundadores de Chile. En el corazón de todo buen chileno, como fue desde el principio hay una estrella y esa estrella estampada en nuestro pabellón nacional nos muestra a María, la Señora del Carmen, nuestra Reina y Patrona, que nunca nos abandona.
+Juan Ignacio