Navidad

A Belén con humildad

Caminamos al encuentro del Señor que viene a nosotros en Belén. Acompañamos a Santa María y a San José en este momento decisivo y único de la historia: cuando el mismo Dios irrumpe entre nosotros hecho niño. Pero, como enseña San Agustín, es “hombre verdadero, Dios verdadero; Dios y hombre: Cristo total. Esta es la fe católica; quienes ambos términos confiesan, son católicos. Él es la patria a donde vamos, Él es el camino por donde vamos. Vayamos por El a Él y no nos extraviemos” (Sermón 93).

En nuestro mundo son muchos los que no lo reconocen. Algunos por ignorancia no culpable, porque nosotros que tenemos el mandato de anunciarlo y llevarlo no lo hacemos. Otros por ignorancia culpable, porque pudiendo conocerlo no lo hacen, distraídos por los encantos de este mundo. Si, la Navidad plantea al hombre moderno muchas interrogantes, pero la respuesta viene por la fe. Y la fe llega por la humildad. Si insistimos en nuestra propia afirmación no vemos más que un niño, si comprendemos nuestra debilidad y condición de creaturas, vemos a Dios naciendo en la pobreza de un establo. Porque “la fe no es propia de los soberbios, sino de los humildes”.

Nuestro mundo inestable necesita seguridades. Es evidente que nosotros no podemos darnos esa firmeza por sí mismos. Frente al temor, la violencia desatada, la guerra inhumana, sólo hay una solución: ir a Belén, ponerse de rodillas delante del Niño Dios y decirle que queremos creer en su amor a la humanidad y que es nuestro Salvador. El Bautista lo anuncia con fuerza: “El que creyere y se bautizare se salvará; pero el que no creyere será condenado” (Mc 16, 16). No hay cómo hacerle el quite a la decisión, porque “nadie debe dudar acerca de la fe, sino creer las cosas de la fe más que las que puede ver, porque la vista del hombre puede engañarse, pero la sabiduría de Dios jamás se equivoca (Santo Tomás, Sobre el Credo, 1. c., p. 34).

Vayamos con serena humildad al portal de Belén, siguiendo a los pastorcitos, que le llevaron sus pobres regalos y agachando nuestra cerviz, digámosle desde el corazón. “Ven Señor no tardes, ven que te esperamos”

+Juan Ignacio