Es un motivo de alegría comprobar que en muchas partes la asistencia a la Misa Dominical ha retomado el ritmo anterior a la pandemia. Sin embargo, se ha ido introduciendo en nuestras comunidades católicas una mala práctica que es bueno advertir. Muchas personas no asisten a la celebración del Día del Señor porque en la capilla en que habitualmente lo hacen no hay Misa todos los Domingos. Ello pese a que en las ciudades y algunas veces en zonas rurales, la cercanía entre los diversos templos de culto es muy grande y sólo bastaría un pequeño esfuerzo para asistir. Mientras no ahorramos esfuerzos para ir a eventos familiares, sociales o deportivos que pueden significar, muchas veces, un largo desplazamiento, para hacerlo a la Santa Eucaristía siempre nos parece un inconveniente insuperable caminar unas cuadras o desplazarse en un vehículo al lugar de la celebración.
Es verdad que algunas veces estos desplazamientos para asistir a la Misa pueden significar un esfuerzo muy grande y, especialmente en el caso de las personas de la tercera edad o enfermos, ello puede justificar que no asistan. En ese caso, lo que deben hacer es dedicar un tiempo a la oración en sus hogares o ver la celebración dominical por la TV u otras redes sociales. Es bueno aclarar que asistir a la Misa por estos medios no sustituye la presencia física y la participación en la celebración, cuando sin grave dificultad puede hacerse.
Quizá en algunos casos detrás de estas prácticas se esconde un desconocimiento del significado que para cada uno y para la Iglesia significa participar en la Misa dominical o el sábado por la tarde. Al hacerlo, cumplimos cuatro fines esenciales de la vida del cristiano. Adoramos a Dios en señal de reconocimiento de su divinidad. Dios está presente de manera real y física en la Eucaristía, es decir, su Cuerpo y su Sangre donados por nosotros por amor para salvarnos del pecado y de la muerte. Damos gracias. La misa es agradecimiento a Dios por todo lo que recibimos de él, precisamente por el hecho de recibirlo a Él mismo. Dios nos ha dado el don de agradecerle dignamente haciendo que en la Misa ofrezcamos nada menos que al mismo Jesucristo en una acción de gracias. Reparamos por nuestros pecados y los ajenos. Pedimos perdón por el sufrimiento que le provocamos a Dios cuando con nuestros pecados nos alejamos voluntariamente de su amor. Sólo Jesucristo puede borrar dignamente, a través de su sacrificio, las ofensas hechas a Dios. En cada misa se hace de nuevo el sacrificio de la Cruz que, como víctima, se entrega de nuevo por nosotros y su Sangre, nos lava de nuestros pecados. También Pedimos, y es el mismo Jesucristo vivo que intercede por nosotros, presentando al Padre su Pasión.
Es importante meditar si en los casos que no asistimos a la Santa Misa dominical hay verdaderas razones para no hacerlo o, muchas veces, es simplemente nuestra flojera, falta de amor a Dios o no dar importancia a lo esencial de nuestra vida. Que cada uno se examine.
+Juan Ignacio González Errázuriz
Obispo de San Bernardo