“¿Qué es el advenimiento de Cristo? La liberación de la esclavitud, el principio de la libertad, el honor de la adopción filial, la fuente de la remisión de los pecados y la vida verdaderamente inmortal para todos”. (San Hipólito)
Llega la Navidad y nos acercamos con cariño al Pesebre donde nace el Hijo de Dios. E intentamos descubrir el significado de este gran acontecimiento para nuestra vida. ¿Qué se esconde detrás de este misterioso momento? San Hipólito nos puede servir de guía para no perdernos. Hemos sido liberados de la esclavitud. No de la esclavitud como la entendemos nosotros, sino de la que nos aprisiona interiormente y no nos permite vivir en la libertad de los hijos de Dios. Ese Niño nos da capacidad de vivir sin estar amarrados por el pecado, las malas costumbres y el odio. Ese Niño nos une al cielo, al Padre de todas las bondades y hace que nuestra vida se reencamine de nuevo hacia nuestra Patria definitiva. Vemos en su presencia entre nosotros el Amor de Dios por el mundo y por cada uno. Ese Niño nos hace recobrar la esperanza. No estamos solos; Dios mismo se ha hecho uno de nosotros, camina con nosotros, llora con nosotros, trabaja como nosotros y nos muestra el camino, porque Él es el Camino, la Verdad y la Vida.
Ese Niño pequeño nos hace libres, nos trae la fuerza del Padre para poder arrancar del mal, para entender la dificultades y dolores del presente, para poder vivir una fraternidad con los que me rodean, aunque algunas veces parezca que la enemistad, las rabias y rencillas entre los hombres tiendan a triunfar. Por eso la escritura lo llama el Príncipe de la Paz. Ese Niño nos hace libres, con una libertad que sobrepasa las prescripciones humanas, porque nos ha ganado la libertad interior, por la cual podemos llegar a amar hasta los que pueden declararse enemigos nuestros.
Ese Niño nos emparenta de una manera nueva con el mismo Padre de los cielos, Dios Nuestro Señor, porque nos hacemos hijos en el Hijo. Ese Niño al hacerse hermano de cada uno de nosotros nos hace formar parte de la familia de Dios. Ese Niño nos hace herederos de la vida eterna, del Cielo, meta final de nuestra vida.
Ese Niño, como dice San Hipólito, es “la fuente de la remisión de los pecados y la vida verdaderamente inmortal para todos”, porque siendo Dios y no ahorrándose hacerse uno de nosotros en todo menos en el pecado, su vida, su enseñanza y su Pasión y Muerte por todos nosotros tiene un valor infinito, que nos ha liberado de la esclavitud del pecado y nos ha abierto las puertas del cielo. Pero nosotros, con la misma libertad que El nos ganó, debemos decidirnos a caminar hacia ellas, enmendando nuestra vida de ofensas y pecados que nos pueden merecer el castigo eterno.
Ese Niño es nuestro ejemplo para seguir. Por eso “no basta con tener una idea general del espíritu de Jesús, sino que hay que aprender de El detalles y actitudes. Y, sobre todo, hay que contemplar su paso por la tierra, sus huellas, para sacar de ahí fuerza, luz, serenidad, paz. Cuando se ama a una persona se desean saber hasta los más mínimos detalles de su existencia, de su carácter, para así identificarse con ella. Por eso hemos de meditar la historia de Cristo, desde su nacimiento en un pesebre, hasta su muerte y su resurrección. Porque hace falta que conozcamos bien la vida de Jesús, que la tengamos toda entera en la cabeza y en el corazón, de modo que, en cualquier momento, sin necesidad de ningún libro, cerrando los ojos, podamos contemplarla como en una película; de forma que, en las diversas situaciones de nuestra conducta, acudan a la memoria las palabras y los hechos del Señor” (J. ESCRIVÁ, Es Cristo que pasa, 107).
¡Vayamos a ver a este Niño y encontraremos junto a ella a la Virgen María y a San José ¡
+Juan Ignacio